Apocalipsis en Sagrada Familia

Capítulo 8-Aria & El grupo

Aria siempre fue “la pequeña”.

La más dulce. La más sensible. La que lloraba con las películas y se emocionaba con los libros de ciencia. Mientras Neizan descifraba códigos y hablaba con frialdad, ella preguntaba cosas como: “¿Y si las células también tienen sentimientos?”

Su sueño era ser enfermera, como su madre. Quería cuidar. Sanar. Devolver la esperanza donde faltaba. Pero la presión familiar la empujó hacia el bachillerato científico, con notas brillantes pero un corazón dividido. Nadie en su casa hablaba de emociones. Solo resultados.

Aria era una persona empática, curiosa, con tendencia a preocuparse por todos menos por sí misma. También era Inteligente, pero no presuntuosa.A veces ingenua, aunque más fuerte de lo que aparenta.Y desprendía una ternura que podía desarmar a cualquiera… incluso a Neizan.

Se pasaba la mayor parte del tiempo leyendo libros o analizando cosas. Le gustaban las plantas medicinales y siempre probaba de hacer remedios caseros. Le gustaban las novelas románticas y de ciencia ficción. También sentía un gran afecto con los animales. Jugaba con ellos y los trataba como si fueran suyos.

Desde pequeña, entendió que su hermano no funcionaba como los demás. Y no le importaba. Nunca le pedía explicaciones, solo lo acompañaba. En los silencios, en las noches sin palabras, en los viajes donde él miraba por la ventana con ojos lejanos. Ella siempre estaba.

Esa mañana, cuando entraron en la Sagrada Familia, Aria notó algo que algo malo iba a pasar. Los cambios de temperatura de este último año, no eran normales. Hacía demasiada calor para ser junio y habían sucedido demasiados desastres naturales debidos al cambio climático. ¿Y si volvía a suceder? Entonces empezaron a pasar cosas extrañas en Sagrada Familia.

Cuando el caos comenzó, no gritó. Buscó a Neizan. Y desde entonces, no se separó de él.

Ahora, en este grupo de desconocidos atrapados en un infierno de piedra y secretos, Aria se sentía fuera de lugar… pero necesaria. Cuidaba del niño sin nombre. Curaba heridas pequeñas. Calmaba con sus palabras.

Quizá no había empezado la universidad de enfermería.Pero estaba aprendiendo, a la fuerza, que en el apocalipsis, la humanidad es una forma de resistencia.

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La puerta se cerró echando un chirrido tras ellos.

Estaban todos reunidos de nuevo: heridos, sucios, sudados… y vivos.

El niño dormía en brazos de Laia, exhausto. Nadie sabía su nombre. Nadie sabía de dónde venía. Solo que estaba allí. Y seguía sin hablar.

—Tenemos que decidir qué hacer con él —dijo Eric.

—¿Y qué quieres? ¿Dejarlo atrás? —replicó Sara, con el ceño fruncido.

—Quiero que sobrevivamos todos. Pero no sabemos si está infectado, si puede cambiar, o si es una carga que no podremos proteger.

....

Neizan lo miró con frialdad. Joel también.

—Lo cuidaremos entre todos —intervino Aria, firme.

Laia asintió. Nadie discutió más. Por ahora.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Cris, bebiendo los últimos sorbos de agua.

—La señal no llega —murmuró Joel—. Pero si subimos… a lo más alto de la Sagrada Familia, quizá podamos contactar con el exterior.

—¿Subir? —dijo Nico—. ¿Tú quieres que escalemos una catedral infestada de zombis mutantes con hambre de influencers? ¡Perfecto!

—¿Tienes otra idea? —respondió Neizan, seco.

Silencio otra vez.

Y entonces, se miraron y entre todos empezaron a subir.

El interior de la Sagrada Familia era un laberinto de escaleras de caracol, plataformas estrechas, vitrales rotos y ecos extraños.

A mitad de camino, encontraron el cuerpo de un guardia apoyado en una pared, con la radio encendida en estática. No tenía marcas visibles… pero su cara estaba paralizada en una sonrisa forzada.

—No lo toquéis —advirtió Eric.

—¿Qué le ha pasado? —susurró Sara.

Neizan revisó la radio. Zumbaba, pero no emitía nada útil. Sin embargo, en la parte trasera tenía una placa grabada:

“Nodo C – Comunicación bloqueada por protocolo Umbra”

—Otra vez ese nombre… —murmuró Joel.

Al subir un tramo más, el grupo se dividió.

Laia, Aria y Cris se quedaron abajo con el niño. Joel, Neizan, Eric, Nico y Sara siguieron el ascenso.

A medida que subían, el calor aumentaba. Un bochorno sofocante que hacía vibrar las paredes. Sara comenzó a marearse. Eric la sostuvo sin decir palabra.

Y entonces, desde un vitral roto, oyeron un grito. Un grito agudo y humano. Era de una mujer.

Joel se asomó. Vió una figura en la torre opuesta, vestida con ropa de guía turística. Desde lejos se veía que agitaba los brazos.

—¡Hay alguien ahí!

—¡Puede ser una trampa! —advirtió Neizan.

—¡O puede ser la única ayuda que tenemos! —gritó Nico, ya corriendo hacia el puente que conectaba las torres.

Neizan dudó en si debían ir hacia allí.

Y justo cuando llegaron al otro lado…una sombra cayó desde el techo.

Golpeó a Sara, arrastrándola por el suelo. Era un zombi pequeño, ágil, los ojos inyectados. Le siguieron otros tres, saliendo de los muros como si vivieran en ellos.

—¡Son niños! —gritó Joel.

—¡No! Ya no lo son —dijo Neizan, golpeando con una barra metálica.

Eric luchaba cuerpo a cuerpo. Sara sangraba. Nico lanzaba golpes al aire mientras gritaba:

—¡Esto no estaba en el tour guiado, coño!

Al fondo, la mujer desaparecía tras una puerta de piedra, dejándolos solos con la horda.

Joel pulsó un interruptor del sistema de luces de emergencia. Un haz rojo iluminó el corredor. Y encontraron algo que no esperaban encontrar.




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