Después de unas horas Calena despertó confundida, con recuerdos en flashbacks se levantó de golpe, se tocó el abdomen y no tenía ninguna herida, no entendía que pasaba mientras veía una fogata que había frente a ella y trataba de recordar que es lo que le había pasado.
-Vaya ya despertó señorita -dijo Belfegor regresando a Calena a la realidad -¿Cómo se encuentra? ¿Logró descansar?
-No sé que fué lo que pasó, lo último que recuerdo... Lastimé a alguien? -preguntó preocupada.
—No, en lo absoluto —respondió Belfegor con una sonrisa serena mientras se sentaba frente a la fogata—. Aunque, admito que por poco y lo haces. Si esa lanza no te hubiese detenido... probablemente estaríamos hablando de ruinas, no de entrenamiento.
Calena frunció el ceño, bajó la mirada hacia sus manos. Estaban limpias, pero en su mente, aún se veían envueltas en fuego, sangre y furia.
—Sentí... como si algo dentro de mí me controlara. No era yo. Era algo... más viejo, más fuerte. Me asustó.
Belfegor la observó con interés. Su expresión, por primera vez desde que la conoció, fue sincera.1
—Lo que sentiste fue tu herencia, Calena. No solo eres hija de los dioses oscuros… tú eres ellos. Eres un fragmento de todos. Su voluntad vive en ti. Y cuando el cuerpo duda… ellos toman el control.
Calena apretó los puños.
—¿Y cómo se supone que luche contra eso? No quiero ser una marioneta.
—¿Luchar? —rió Belfegor mientras tomaba un puñado de arena y lo dejaba caer lentamente entre sus dedos—. No se trata de luchar, sino de hacer un trato. De imponer tu voluntad por encima de todo. Dominar, no destruirte. Por eso estás aquí.
El fuego chisporroteó, lanzando una chispa hacia el cielo oscuro. Calena se acercó, el calor le devolvía algo de fuerza.
—¿Y si no quiero ser eso? ¿Qué pasa si me niego a ser el apocalipsis?
—Entonces morirás —dijo él con frialdad—. Y con tu muerte… alguien más tomará tu lugar. Quizás no tan compasivo. Quizás no con madre humana. Quizás sin corazón.
Un silencio incómodo se impuso entre ambos. Calena tragó saliva. Belfegor tenía razón, aunque odiara admitirlo.
—¿Qué sigue? —preguntó finalmente.
—Una prueba —respondió él, poniéndose de pie—. No con entes menores, no con visiones ni recuerdos. Esta vez, con algo real. Algo… divino.
Esa misma noche, mientras Calena descansaba en una cueva junto a la fogata, Belfegor se alejaba entre las sombras hasta llegar a una formación rocosa con símbolos grabados. Colocó la palma sobre la piedra. Esta se partió al medio y de su interior emergió una criatura imponente: un coloso con cuerpo de jaguar y alas negras cubiertas de ojos que se abrían y cerraban en todas direcciones.
—Ella está lista —susurró Belfegor—. Muéstrale su reflejo... y si sobrevive, quedará claro que es una de los nuestros.
En otro lugar… muy lejos de Cayuyu.
Chloe no había dormido desde que su hija se fue. Pero en su interior, sabía que algo más oscuro había ocurrido. Una noche, en la cocina, mientras sostenía una taza de café temblorosa, la luz parpadeó.
Cuando volvió a la normalidad, un hombre alto, vestido de blanco con una venda en los ojos, estaba sentado en su comedor.
—¿Chloe? —preguntó con voz neutral.
—¿Q-quién es usted? ¿Cómo entró a mi casa?
—Soy un Custodio. Y vengo por las memorias que no debiste guardar. El trato era protegerla, no criarla como humana.
Chloe retrocedió, presionando su espalda contra la pared. Sus piernas temblaban.
—¡No pueden hacerme esto! ¡Ella es mi hija!
—No, Chloe. Es el fin del mundo... con corazón. Pero si no olvidas lo que sabes, el corazón podría romperse.
Volviendo a Cayuyu.
Calena caminaba por un sendero angosto en la montaña de arena. El cielo, aunque era de noche, parecía rojo. A lo lejos, la criatura con forma de jaguar alado la esperaba, sus ojos parpadeaban inquietos.
—¿Qué... qué es eso? —preguntó.
—Eso, princesa —dijo Belfegor apareciendo a su lado—, es lo que los humanos ven cuando rezan en desesperación. Es el guardián de la transición… una manifestación de tu verdadero rostro. Si puedes derrotarlo, te aceptarás. Si no… no saldrás viva.
Calena tragó saliva. Dio un paso al frente.
La criatura rugió. Sus alas se desplegaron con violencia, causando un remolino de arena.
Calena cerró los ojos. Esta vez no pensó en el miedo… pensó en su madre. En Aimé. En la bicicleta. En el fuego. En la sangre. En todo lo que no entendía. Y entonces… su cuerpo volvió a encenderse, con más potencia. Sus ojos grises brillaron como soles oscuros.
—No moriré aquí —dijo con firmeza—. ¡No sin saber quién soy!
Calena avanzó con paso firme. El viento del desierto Cayuyu se arremolinaba con furia mientras el monstruo frente a ella extendía sus alas negras, plagadas de ojos que parpadeaban de forma asfixiante. La criatura rugía con una potencia que parecía quebrar la arena misma.
—¿Estás lista para enfrentarte a ti misma? —dijo Belfegor, de pie detrás de ella, los brazos cruzados—. Porque eso es lo que verás… no un enemigo, sino tu reflejo más temido.
El jaguar alado rugió una vez más y en un movimiento veloz se abalanzó sobre Calena. Ella reaccionó instintivamente: alzó ambas manos y una esfera de fuego brotó de su pecho, lanzando una explosión de calor que detuvo la embestida de la criatura por un instante.
—¡No me vas a controlar! —gritó ella.
El jaguar aulló, sus ojos brillaban con imágenes confusas: Chloe, llorando frente al vacío; Aimé, observándola desde una celda de cristal; y una sombra sin rostro que caminaba tras Calena en todos los recuerdos de su vida.
—¿Qué… es esto? —balbuceó, sintiendo cómo las imágenes la invadían.
—Son fragmentos de lo que temes ser —susurró la criatura, ahora con una voz profunda que parecía provenir de todas direcciones—. El miedo a perderte… el miedo a destruir lo que amas.
Calena apretó los dientes. La criatura volvió a lanzarse sobre ella, esta vez con las garras al frente. Calena rodó hacia un costado y, con un grito, enterró sus manos en la arena. Una columna de fuego surgió debajo del monstruo, empujándolo varios metros en el aire. El cielo nocturno se iluminó por un momento.