Romina
Sentada en el pequeño café del barrio, la espera se hacía eterna para mí. La lluvia golpeaba suavemente contra las ventanas, creando un ambiente melancólico que reflejaba mi estado de ánimo. Había aceptado la propuesta de Daniel más por curiosidad que por convicción, y ahora me encontraba preguntándome si había sido una buena idea.
Cuando finalmente Daniel entró, su sonrisa radiante parecía iluminar el lugar. A pesar de mí misma, sentí una punzada de nerviosismo. ¿Qué tipo de persona sería realmente este hombre que había aceptado salir conmigo durante un mes entero?
—Hola, Romina. ¿Cómo estás hoy?, —saludó Daniel con calidez.
—Hola, Daniel. Estoy bien, gracias, — respondí, intentando ocultar la leve inseguridad que sentía.
La conversación en el café fue incómoda al principio. Me aferraba a mis rutinas y horarios como un salvavidas, mientras que Daniel parecía flotar alegremente en un mar de espontaneidad. Intentamos encontrar temas de conversación, pero la tensión entre nuestras diferentes perspectivas se hizo evidente.
—¿Te molesta la lluvia? —preguntó Daniel, señalando hacia las ventanas empañadas por las gotas de agua.
—No realmente. A veces es agradable tener un poco de tranquilidad y reflexión —respondí, tratando de encontrar un terreno común.
Daniel asintió con una sonrisa. —Entiendo lo que quieres decir. A veces, la lluvia nos obliga a frenar y disfrutar del momento presente.
Su comentario me tomó por sorpresa. No era lo que esperaba de alguien que dirigía un animado bar lleno de clientes. Pero, de alguna manera, esa visión más contemplativa de la vida parecía encajar con su personalidad.
—Supongo que sí —admití, sintiéndome un poco más relajada.
A medida que la charla avanzaba, me sorprendí al descubrir que Daniel no era solo un hombre encantador, sino también alguien con una pasión por la vida que yo no había visto antes. A pesar de mi determinación inicial de mantenerme alejada, no pude evitar sentirme intrigada por su entusiasmo contagioso.
Decidimos dar un paseo por el parque después del café. Aunque al principio me sentía incómoda, comencé a relajarme un poco. Daniel me hizo reír con sus chistes y anécdotas, y poco a poco, comencé a verlo bajo una luz diferente.
—Creo que no te lo he preguntado antes, Romina. ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre? —preguntó Daniel, con genuino interés.
Me detuve por un momento, sorprendida por su pregunta. No era algo que la gente solía preguntarme, especialmente en un contexto de citas.
—Bueno, suelo dedicar mi tiempo libre a la lectura y a la pintura. Son actividades que me ayudan a relajarme y a desconectar del trabajo —respondí, con cautela.
Daniel asintió con interés. —Eso suena genial. ¿Tienes alguna pintura favorita?
Durante el resto del paseo, conversamos sobre nuestros intereses, pasiones y sueños. A pesar de la incomodidad inicial, me di cuenta de que Daniel no era solo un hombre encantador, sino también alguien con quien podía mantener conversaciones significativas.
Cuando nos despedimos en la puerta de mi apartamento, me sorprendí al darme cuenta de que había disfrutado mucho más de lo que esperaba. Tal vez, solo tal vez, este mes de citas con Daniel no sería tan tedioso como pensaba.
Con esa idea en mente, me adentré en mi apartamento con una sensación de expectativa, preguntándome qué otras sorpresas me depararía este inusual acuerdo que había aceptado