Apostémosle al amor

Capítulo 3: Peculiar

Romina

Ok, tal vez este mes de citas con Daniel sí sería tan tedioso como pensaba.

—¿Qué se supone que es eso? —dije, viendo el vehículo o intento de vehículo con el que Daniel había venido a buscarme.

Daniel soltó una carcajada, evidentemente divertido por mi reacción.

—Es una furgoneta vintage —respondió con orgullo, mientras acariciaba la pintura desgastada del vehículo—. La compré hace unos años y la he estado restaurando poco a poco. Hoy pensé que sería divertido llevarte a un lugar especial en ella.

No pude evitar sentir una mezcla de incredulidad y curiosidad. La furgoneta tenía un aire nostálgico y encantador, pero no estaba segura de cómo se sentiría viajar en algo que parecía sacado de una película de los años setenta.

—Nunca he viajado en algo así —admití, mientras Daniel abría la puerta del copiloto con un gesto teatral.

—Bueno, siempre hay una primera vez para todo —dijo, invitándome a subir con una sonrisa.

Con cierto recelo, subí al vehículo y me acomodé en el asiento de cuero gastado. Daniel se deslizó al asiento del conductor y encendió el motor, que rugió con una vibración que se sintió en todo mi cuerpo. Intenté no pensar en el hecho de que, normalmente, nunca me hubiera subido a un vehículo tan lejos de mi estándar habitual.

—¿Adónde vamos? —pregunté, intentando sonar más entusiasta de lo que realmente me sentía.

—Es una sorpresa —respondió él, guiñándome un ojo.

El trayecto fue un poco más cómodo de lo que esperaba. Daniel puso una lista de reproducción de música retro que encajaba perfectamente con el ambiente de la furgoneta, y poco a poco, comencé a relajarme. Observé el paisaje urbano, transformarse en campos abiertos y colinas verdes, y una sensación de aventura empezó a despertar en mí.

—¿Te gusta la música de los setenta? —preguntó Daniel, echando un vistazo rápido hacia mí.

—Sí, tiene su encanto —dije, disfrutando de una melodía familiar que llenaba el aire.

Después de un rato, llegamos a un camino secundario que nos llevó a un pequeño claro rodeado de árboles. Daniel detuvo la furgoneta y bajó con una energía contagiosa. Me apresuré a seguirlo, preguntándome qué había planeado.

—Aquí estamos —anunció, abriendo las puertas traseras de la furgoneta para revelar una pequeña mesa de pícnic, un par de sillas plegables y una cesta llena de comida.

—¿Un picnic? —pregunté, todavía asimilando la escena.

—Sí, pensé que sería una forma agradable de pasar el día —respondió él, comenzando a desempacar la cesta—. Y no te preocupes, todo está hecho en casa. Me encanta cocinar.

Me quedé sin palabras por un momento, sorprendida por el esfuerzo que había puesto en preparar todo esto. La idea de un picnic me parecía encantadora, pero no podía evitar pensar en cómo este escenario contrastaba con mis habituales cenas elegantes en restaurantes de alta categoría.

Nos sentamos en las sillas plegables y comenzamos a disfrutar del picnic. La comida estaba deliciosa, y me sorprendió descubrir que Daniel era un cocinero talentoso. Conversamos sobre nuestras comidas favoritas, anécdotas de la infancia y otros temas ligeros, y poco a poco, la incomodidad inicial desapareció.

—¿Cómo es que sabes cocinar tan bien? —pregunté, saboreando un trozo de quiche.

—Siempre me ha gustado experimentar en la cocina —respondió Daniel—. Además, es una excelente forma de relajarme después de un día ajetreado en el bar.

La tarde transcurrió plácidamente, y me encontré disfrutando de la compañía de Daniel mucho más de lo que había anticipado. El lugar, el clima, la comida y la conversación se combinaron para crear un momento perfecto.

—¿Te das cuenta de que hemos pasado casi todo el día juntos? —dije, mientras el sol comenzaba a ponerse.

—Sí, y ha sido un día increíble —respondió él, sonriendo—. Gracias por venir conmigo, Romina.

Como la tarde ya había caído, decidimos que ya era hora de volver.—Bueno, ya es hora de volver —dijo Daniel, girando la llave en el encendido. El motor tosió y rugió, pero no arrancó. Frunció el ceño y lo intentó de nuevo, pero esta vez no hubo ni un sonido.

—¿Qué pasa? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—Parece que la batería está muerta —respondió él, bajándose para abrir el capó y echar un vistazo.

Miré a mi alrededor, notando lo aislados que estábamos. La idea de quedarnos atrapados aquí no era algo que me hubiera imaginado. Daniel volvió a intentar encender el motor varias veces más, pero sin éxito. Finalmente, se encogió de hombros y se giró hacia mí —Lo siento, Romina. Parece que estamos atrapados aquí por un rato.

Suspiré, sintiendo una mezcla de frustración—¿atrapados aquí, en la mitad de la nada?

Daniel asintió, intentando mantener la calma. —Sí, parece que sí. Pero, mira, no es tan malo. El lugar es hermoso, y no estamos exactamente en peligro.

—¿No es tan malo? —dije, levantando una ceja—. Daniel, esto está lejos de mis estándares habituales.

—Lo sé, y lo siento —dijo él, con una expresión sincera—. Intentaré llamar a alguien para que nos ayude.

Mientras él sacaba su teléfono y caminaba unos pasos para encontrar señal, me senté en la furgoneta, tratando de calmarme. Observé el paisaje, el cielo que se teñía de colores al atardecer, y respiré profundamente. Tal vez no todo estaba perdido.

Observé a Daniel mientras regresaba con una expresión de disculpa. —No hay señal —anunció, claramente frustrado.

Suspiré, tratando de mantener la calma. —Entonces, ¿qué hacemos ahora?

Daniel miró alrededor, rascándose la cabeza. —Bueno, tenemos la furgoneta. Está equipada con algunas cosas para acampar, así que podríamos pasar la noche aquí y caminar hacia el pueblo en la mañana. Es mucho más seguro y no está tan lejos.

Miré el cielo que ya se oscurecía rápidamente. No estaba exactamente emocionada con la idea de pasar la noche en el bosque, pero tampoco parecía haber otra opción.



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En el texto hay: romance, comedia y drama

Editado: 26.09.2024

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