Romina
La mañana llegó con la suave luz del amanecer, filtrándose a través de las hojas de los árboles. Desperté lentamente, sintiéndome cálida y cómoda en el saco de dormir, y por un momento olvidé la situación en la que estábamos.
Moví un poco mi cuerpo, y al hacerlo, me di cuenta de que estaba acurrucada contra el pecho de Daniel. La cercanía repentina me tomó por sorpresa, y mi corazón comenzó a latir con fuerza en mi pecho. Sin embargo, cuando me di cuenta de que estaba prácticamente abrazada a Daniel, me separé rápidamente, dando un brinco en el saco de dormir como si me hubiera quemado.
—¡Ay, perdón! —exclamé, casi cayendo al salir del saco de dormir.
Daniel se despertó al instante, parpadeando con sorpresa mientras observaba mi repentino movimiento.
—¿Qué pasa? —preguntó, con voz todavía cargada de sueño.
Traté de recobrar la compostura, aunque me sentía como si estuviera en una comedia romántica.
—Nada, solo... ¡Pensé que era una serpiente! —dije, señalando nerviosamente hacia el saco de dormir como si fuera la criatura más temible del mundo.
Daniel me miró con una mezcla de desconcierto y diversión, y luego comenzó a reír suavemente.—Una serpiente, ¿en serio? —preguntó, entre risas.
—Bueno, uno nunca sabe lo que puede haber en un bosque —respondí, intentando justificar mi reacción exagerada.
Después de unos momentos, ambos nos calmamos, y me di cuenta de lo ridículo que había sido mi susto.
—Lo siento, definitivamente no fue la forma más elegante de despertarte —dije, sintiéndome un poco avergonzada.
—No te preocupes, Romina. Me has dado la bienvenida a la tierra de los vivos de una manera bastante única —respondió Daniel con una sonrisa amable, luego se levantó con gracia del saco de dormir, estirándose con un bostezo.
—Bueno, creo que deberíamos empezar a pensar en cómo salir de aquí —dijo, mirando alrededor—. Aunque, debo admitir que esta no fue la forma en que esperaba terminar nuestra segunda cita.
Me reí ante su comentario, sintiendo un alivio momentáneo por haber superado el momento incómodo. Aunque la situación era peculiar, Daniel parecía tomarla con calma y humor, lo cual me tranquilizaba.
—Sí, definitivamente no es lo que habíamos planeado —respondí, sintiendo una punzada de pesar por no poder disfrutar de una cita más convencional.
Nos pusimos de pie y comenzamos a recoger nuestras cosas, preparándonos para enfrentar el día que teníamos por delante.
—¿Tienes alguna idea de cómo salir de aquí? —pregunté, mirando a Daniel con curiosidad.
—Bueno, lo primero que necesitamos es conseguir ayuda para cargar la batería de la furgoneta —dijo él, pensativo—. Creo que deberíamos intentar caminar hasta el pueblo más cercano y buscar algún tipo de asistencia.
Asentí, pensando en la caminata que nos esperaba. No era exactamente lo que tenía en mente para una cita, pero al menos sería una aventura memorable.
—Está bien, creo que es un plan sensato —respondí, tratando de mantener un ánimo optimista.
Nos despedimos del lugar que había sido nuestro improvisado campamento y nos adentramos en el bosque, con la esperanza de encontrar una solución a nuestra situación. Aunque la situación era inusual, no podía negar que me sentía más cerca de Daniel después de haber compartido esta experiencia juntos.
A medida que caminábamos por el sendero improvisado, Daniel intentaba mantener la conversación ligera y animada, hablándome sobre sus viajes anteriores en la furgoneta y las aventuras que había vivido.
—Así que, ¿viajas mucho en esta furgoneta? —pregunté, curiosa, por saber más sobre sus aventuras.
—Sí, cada vez que tengo la oportunidad. Me gusta explorar nuevos lugares y vivir experiencias diferentes —respondió con una sonrisa—. ¿Y tú? ¿Te gusta viajar?
—Sí, aunque mis viajes suelen ser más... planeados y organizados —admití, recordando mis vacaciones meticulosamente planeadas.
—Bueno, esta podría ser una oportunidad para experimentar algo diferente —dijo Daniel, guiñándome un ojo—. A veces, lo inesperado puede ser más divertido. Sonreí, apreciando su actitud positiva.
Después de un rato, el camino comenzó a hacerse más evidente y menos denso, señal de que nos acercábamos a la civilización. De repente, escuchamos el sonido de un motor a lo lejos. Ambos nos detuvimos, tratando de localizar la fuente del ruido.
—¡Parece que alguien se acerca! —exclamé, sintiéndome esperanzada.
Efectivamente, un todoterreno apareció por el camino, acercándose a nosotros. Daniel agitó las manos, y el vehículo se detuvo junto a nosotros. Un hombre mayor, con una expresión amigable, bajó la ventanilla.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó, mirando nuestra apariencia un poco desaliñada.
—Sí, por favor —respondió Daniel—. Nuestra furgoneta se quedó sin batería y estamos un poco perdidos.
El hombre asintió comprensivamente. —No se preocupen, puedo llevarlos al pueblo más cercano y ayudarles a conseguir una batería nueva.
Suspiré de alivio, agradecida por la amabilidad del extraño. Nos subimos al todoterreno, y durante el trayecto, Daniel y el hombre comenzaron a hablar sobre coches y restauraciones. Aunque no entendía mucho del tema, me sentí reconfortada por la compañía y la seguridad de que pronto estaríamos de vuelta en el camino.
Llegamos al pequeño pueblo, donde el amable hombre nos llevó a una tienda de repuestos. Daniel consiguió una batería nueva, y después de agradecer profusamente al hombre por su ayuda, nos dirigimos de vuelta a la furgoneta. Instalamos la batería, y con un giro de la llave, el motor rugió de nuevo.
—¡Funcionó! —exclamé, sintiéndome aliviada y agradecida por la ayuda que habíamos recibido. Sin embargo, en el fondo, no podía dejar de pensar en la apuesta que había hecho. La idea de enamorarme de Daniel antes de un mes parecía cada vez más posible, y eso me hacía sentir una mezcla de emociones contradictorias.