Romina
Desperté lentamente, sintiendo la calidez de las sábanas sobre mí y el aroma familiar de Daniel que reinaba en la habitación. Me sentía mejor que ayer, gracias al cuidado que Daniel había brindado mientras estuve enferma. Aunque aún me quedaba algo de cansancio por el resfriado, sabía que estaba en buenas manos.
Me giré en la cama y vi a Daniel durmiendo pacíficamente a mi lado. Su expresión tranquila y relajada mientras dormía me hizo sonreír suavemente. Había algo reconfortante en verlo en un momento tan íntimo, alejado de la rutina y el bullicio de su vida diaria.
Me quedé observándolo por un momento, reflexionando sobre las últimas semanas que habíamos compartido juntos. Desde nuestro primer encuentro, había sentido una conexión especial con Daniel. A pesar de nuestras diferencias iniciales y las circunstancias que nos rodeaban, algo entre nosotros parecía atraernos inexorablemente el uno al otro.
Recordé nuestras conversaciones, nuestras risas compartidas y los momentos de complicidad que habíamos experimentado. Daniel era más que un simple amigo; era alguien con quien podía ser yo misma, sin miedo al juicio o las expectativas externas.
Sin embargo, también recordé la apuesta que nos habíamos propuesto, aquella que nos había llevado a este juego de citas simuladas. Aunque inicialmente había sido un desafío divertido y emocionante, ahora sentía que había algo más en juego.
Daniel despertó lentamente, parpadeando mientras se acostumbraba a la luz suave que se filtraba por las cortinas.
—Buenos días, Romina —dijo con voz ronca y una sonrisa adormilada, estirándose perezosamente.
—Buenos días, Daniel —respondí con una sonrisa, disfrutando de su compañía tranquila en la mañana.
Nos quedamos en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la paz y la calidez que había entre nosotros. Aunque había tensión en el aire debido a la apuesta pendiente, también había una sensación de complicidad y entendimiento mutuo que me reconfortaba.
—¿Cómo te sientes hoy? ¿Mejor? —preguntó Daniel, mirándome con preocupación mientras se sentaba en la cama a mi lado.
Asentí suavemente, agradecida por su cuidado.
—Sí, gracias a ti. Me siento mucho mejor hoy —respondí sinceramente, tocando su brazo con cariño.
Daniel sonrió, pero pude ver una sombra de preocupación en sus ojos mientras me observaba.
—Estoy contento de escucharlo. Aun así, quiero asegurarme de que te cuides bien —dijo con voz suave, su mano buscando la mía y entrelazando nuestros dedos con suavidad.
— Estoy bien, además ya estoy cansada de seguir acostada. ¿Qué tal si salimos a tomar algo de aire fresco? —propuse, rompiendo suavemente el silencio matutino.
Daniel asintió con una sonrisa.
—Me parece una excelente idea. Podemos dar un paseo por el parque cerca de aquí, el clima parece estar perfecto para eso —respondió, mostrando una sincera disposición a acompañarme.— Pero antes debo ir a casa para cambiarme.—dijo Daniel con una sonrisa.
Asentí con una ligera inclinación de cabeza, observé cómo se levantaba de la cama con una gracia natural, estirándose antes de dirigirse hacia la puerta.
—No te preocupes, yo también aprovecharé para arreglarme —respondí.
Daniel se detuvo en el umbral de la puerta, volviéndose hacia mí con una mirada cálida.
—Nos vemos en un rato entonces —dijo con una sonrisa antes de salir de la habitación.
Mientras escuchaba sus pasos alejarse por el pasillo, me sentí agradecida por tenerlo en mi vida. Había algo reconfortante en la forma en que Daniel se preocupaba por mí, algo que iba más allá de la apuesta o de cualquier juego. No podía ignorar la conexión que se había desarrollado entre nosotros, ni la sensación de que nuestras vidas estaban entrelazadas de alguna manera.
Tomé un momento para vestirme con ropa cómoda y arreglar un poco mi cabello. Aunque había decidido no presionar las cosas con respecto a la apuesta, sabía que tarde o temprano tendríamos que enfrentar la conversación inevitable sobre nuestros verdaderos sentimientos.
Luego de unos momentos tranquilos en los que me preparé para nuestro paseo, decidí tomar un café mientras esperaba, sentí un nudo de nerviosismo en mi estómago. La idea de enfrentar la conversación sobre nuestros verdaderos sentimientos me llenaba de incertidumbre. No quería arruinar lo que teníamos con la presión de la apuesta.
Media hora después y Daniel finalmente apareció, luciendo fresco y relajado en su ropa casual. Su sonrisa al verme fue reconfortante, pero no pude evitar sentir un leve pesar al recordar la situación que nos tenía en un juego incierto.
—Lista para nuestro paseo —dijo Daniel con entusiasmo, ofreciéndome su brazo de manera caballerosa.
—Claro, estoy emocionada por disfrutar del aire fresco —respondí, aceptando su gesto y entrelazando mi brazo con el suyo.
Caminamos hacia el parque cercano en un cómodo silencio inicial, disfrutando del día soleado y la brisa suave que movía las hojas de los árboles. Aunque el entorno era sereno, mi mente estaba inquieta. No podía evitar pensar en la apuesta que nos unía y en cómo eso complicaba mis sentimientos hacia Daniel.
Él caminaba a mi lado con una tranquilidad que contrastaba con mi agitación interna. Quería disfrutar del momento y de su compañía, pero la confusión sobre mis emociones me hacía sentir incómoda.
—Romina, ¿estás bien? —preguntó Daniel, notando mi silencio prolongado mientras caminábamos por el parque.
Asentí con una sonrisa forzada, tratando de ocultar mis pensamientos turbulentos.
—Sí, solo estoy pensando en cosas... —respondí evasivamente, sin querer entrar en detalles sobre mis luchas internas.
Daniel pareció entender que algo me preocupaba, pero respetó mi espacio al no presionarme con más preguntas. Continuamos caminando en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
A medida que avanzábamos por el parque, observé a las parejas y familias disfrutando del día juntos. Una parte de mí anhelaba esa simplicidad y conexión genuina que veía en ellos, pero otra parte estaba atrapada en la complejidad de mi situación con Daniel.