Romina
Observé con una mezcla de incredulidad y molestia mientras Daniel se inclinaba para cargar a Daniela en sus brazos. No podía evitar sentir una punzada de celos al ver cómo ella se aprovechaba de la situación para llamar la atención de Daniel. Aun así, traté de mantener la calma y no dejar que mis emociones me dominaran.
Daniel se dirigió hacia el taxi con Daniela en brazos, y yo los seguí de cerca, tratando de no mostrar lo mucho que me afectaba todo esto.
De todas maneras ¿por qué me importa? Él y yo no somos nada...
Llegamos al hospital, y Daniel depositó a Daniela en una silla de ruedas que nos ofreció el personal del hospital. Agradecí internamente que al menos no tendría que cargarla más. Nos dirigimos a la sala de espera, donde nos indicaron que tendríamos que esperar un momento antes de que un médico pudiera ver a Daniela.
Mientras esperábamos, me senté al lado de Daniel en una de las sillas incómodas de la sala de espera. Daniela seguía actuando con exageración, suspirando dramáticamente y mirando a Daniel con ojos suplicantes.
—Romina, ¿estás bien? —preguntó Daniel, girando su atención hacia mí por primera vez desde que salimos del parque.
Asentí con una sonrisa forzada.
—Sí, estoy bien. Solo estoy un poco cansada, supongo —respondí, tratando de no mostrar mi irritación.
Daniela aprovechó la oportunidad para interrumpirnos.
—Daniel, me duele mucho. ¿Crees que podrías traerme algo de agua? —pidió, poniendo una mano en su frente como si estuviera a punto de desmayarse.
Daniel me miró con una expresión de disculpa antes de levantarse.
—Claro, enseguida vuelvo —dijo, dirigiéndose hacia la máquina expendedora para conseguir agua.
Aproveché el momento a solas con Daniela para intentar razonar con ella.
—Daniela, sé que te duele, pero creo que estás exagerando un poco —dije en voz baja, tratando de no causar una escena.
Daniela me miró con una sonrisa sarcástica.
—Oh, ¿de verdad? No me digas. Tal vez deberías preocuparte menos por mi "exageración" y más por cómo mantener la atención de Daniel —respondió con veneno en su voz.
No pude evitar sentir una oleada de ira ante sus palabras, pero me obligué a mantener la calma.
—Daniel es mi amigo, y sé que se preocupa por mí. No necesito hacer nada para mantener su atención —respondí con firmeza.
Daniela soltó una risa amarga.
—Ya veremos cuánto dura eso —dijo casi que escupiendo veneno.
Me recosté en la silla, tratando de relajarme y desviar mi atención de Daniela y sus maquinaciones. No entendía por qué me afectaba tanto, pero ver a Daniel tan atento con ella despertaba sentimientos que no quería admitir.
Daniel regresó con una botella de agua para Daniela y una taza de café para mí. Sorprendida, levanté la vista para encontrarme con sus ojos.
—Aquí tienes, Daniela —dijo Daniel, ofreciéndole la botella con una sonrisa.
Daniela aceptó el agua con una sonrisa agradecida, volviendo a adoptar su actitud de víctima sufrida.
—Aquí tienes, Romina. Pensé que tal vez te vendría bien un café —dijo, ofreciéndome la taza con una sonrisa amable.
—Gracias, Daniel —respondí, genuinamente agradecida por el gesto. El calor de la taza entre mis manos y el aroma del café me ayudaron a calmarme un poco.
Daniel se sentó a mi lado nuevamente, observando a Daniela mientras bebía su agua con un aire de mártir. Sentí una punzada de irritación, pero me obligué a ignorarla y concentrarme en el café.
—Lamento que nuestro paseo allá terminado aquí —preguntó Daniel en voz baja, su mirada preocupada fija en mí.
—No te preocupes, a veces, las cosas no salen como uno espera —respondí, tratando de sonar despreocupada, aunque la situación me resultaba incómoda.
Daniel asintió, aunque parecía un poco apenado. Era obvio que la situación también lo afectaba a él, y eso me hizo sentir un poco mejor. Al menos no era la única que se sentía incómoda.
El tiempo pasó lentamente mientras esperábamos que el médico viera a Daniela. Ella seguía con sus dramatizaciones, y aunque me irritaba, traté de concentrarme en mi café y en mantener la compostura.
Finalmente, una enfermera salió y llamó a Daniela. Daniel se levantó rápidamente para ayudarla, y yo los seguí, no queriendo quedarme sola en la sala de espera. Mientras caminábamos hacia la consulta, Daniela lanzó otra mirada sarcástica en mi dirección, pero me mantuve firme y no respondí.
Dentro del consultorio, el médico examinó a Daniela y determinó que solo tenía una torcedura leve. Nos explicó que necesitaba descansar y tomar analgésicos, pero que estaría bien en unos días. Agradecí internamente que no fuera nada grave y que pronto podría dejar de fingir preocupación por ella.
—Gracias, doctor —dijo Daniel, aliviado. —Nos aseguraremos de que descanse.
Salimos del hospital, y Daniel llamó un taxi para que llevara a Daniela a su casa. Mientras esperábamos, él se volvió hacia mí.
El taxi llegó, y Daniel ayudó a Daniela a entrar. El taxi se alejó, después Daniel y yo pedimos un taxi que nos llevara a mi apartamento.
—Romina, gracias por todo hoy —dijo Daniel, su voz llena de gratitud. —Sé que no fue fácil para ti, y realmente lo aprecio.
—No te preocupes, Daniel. Estoy aquí para ti, lo sabes —respondí, sintiendo un poco de alivio ahora que Daniela se había ido.
Daniel sonrió y luego pareció dudar por un momento antes de continuar.
—Quiero compensarte por lo de hoy. Tengo un lugar especial al que me gustaría llevarte, pero es una sorpresa. ¿Podrías empacar un poco de ropa? Vamos a pasar la noche fuera.
Lo miré, sorprendida. La idea de escapar por una noche sonaba increíble, especialmente después del día que habíamos tenido. Pero la curiosidad me carcomía.
—¿No me vas a decir a dónde vamos? —pregunté, levantando una ceja.
Daniel negó con la cabeza, sonriendo.