Romina
—¡No! ¡Definitivamente, no! —exclamé, dando un paso atrás, horrorizada—. Daniel, no pienso hacerlo.
Daniel soltó una carcajada, inclinándose ligeramente hacia adelante mientras se reía de mi reacción.
—No es nada del otro mundo, Romina —dijo entre risas, sus ojos brillando con diversión.
—¿Nada del otro mundo? ¡Matar a una pobre gallinita para comérsela si es algo del otro mundo! —protesté, mirando con disgusto a la gallina que sostenía en mis manos. Su plumaje suave y sus pequeños ojos curiosos me hicieron sentir aún peor.
Daniel rio aún más fuerte, probablemente disfrutando demasiado de mi incomodidad. Pero antes de que pudiera decir algo más, la gallina, como si sintiera mi aversión, comenzó a aletear frenéticamente. Solté un pequeño grito de sorpresa y, sin poder evitarlo, la dejé ir. La gallina aprovechó el momento y escapó de mis brazos, corriendo en dirección contraria mientras yo daba unos pasos atrás, aun asimilando lo que acababa de suceder.
Daniel se dobló de la risa, llevándose una mano al abdomen mientras yo lo fulminaba con la mirada.
—¡Romina, la dejaste escapar! —dijo entre risas—. Ahora tendremos que atraparla de nuevo.
—¡No, tú tendrás que atraparla! —repliqué, cruzándome de brazos, todavía algo alterada por lo que acababa de pasar—. Yo no pienso volver a tocarla.
—Está bien, está bien —dijo Daniel, aun con una sonrisa divertida en el rostro—. Pero vas a tener que enfrentar tus miedos en algún momento, chica de campo.
—Esto no es un miedo —dije, tratando de mantener mi dignidad intacta—. Es una cuestión de principios.
—Claro, claro —dijo él, todavía sonriendo—. Pero bueno, mientras decides si tus principios incluyen o no a las gallinas, déjame atrapar a nuestro almuerzo.
Observé a Daniel mientras él caminaba tranquilamente hacia la gallina, que ahora se escondía entre unos arbustos cercanos. No pude evitar sentir una mezcla de admiración y exasperación. Él hacía que todo esto pareciera tan natural, mientras que yo me sentía completamente fuera de lugar.
A pesar de todo, había algo en esa simplicidad, en esa conexión con lo más básico de la vida, que comenzaba a resultar casi… reconfortante. Pero claro, nunca se lo admitiría a Daniel. Por ahora, me limitaría a observar desde una distancia segura mientras él lidiaba con nuestro almuerzo.
—No te preocupes, Romina —dijo Daniel sin voltear, como si pudiera sentir mi mirada—. Esta gallina no tiene ninguna posibilidad contra mí.
—Bueno, espero que seas tan bueno atrapando gallinas como lo eres burlándote de mí —repliqué, tratando de mantener mi tono serio, aunque una pequeña sonrisa traicionera se asomó en mis labios.
Daniel se agachó con agilidad, y en un movimiento rápido, atrapó a la gallina que se retorcía, emitiendo sonidos de protesta. Se levantó triunfante, mostrándome su captura.
—Aquí tienes, Romina. La gallina es toda tuya. Solo tienes que matarla, desplumarla y luego cocinarla. Fácil, ¿verdad? —dijo, extendiéndome el animal como si fuera el regalo más natural del mundo.
Mis ojos se abrieron como platos, y di un paso atrás, levantando las manos en señal de negación absoluta.
—¡¿Qué?! ¡No, no, no! ¡De ninguna manera, Daniel! —exclamé, sacudiendo la cabeza enérgicamente—. ¡Eso es cruel! ¡No puedo hacerle eso a la pobre gallina!
—Vamos, Romina. Es solo una gallina. Además, ¿no querías aprender a vivir en el campo? Bueno, esto es parte de la experiencia.
—¿Parte de la experiencia? —lo miré como si hubiera perdido la cabeza—. ¿Crees que soy alguna clase de asesina? ¡No puedo ni siquiera pensar en hacerlo!
Daniel se acercó un poco más, con una sonrisa traviesa.
—¿Entonces prefieres que lo haga yo? —preguntó, levantando una ceja.
—¡Por supuesto que sí! —respondí sin dudarlo—. ¡Esa es tu parte! Yo... yo me encargaré de... no sé, de hacer la ensalada o algo así.
Daniel dejó escapar una carcajada, claramente disfrutando de mi incomodidad. Se inclinó hacia mí, acercando el rostro lo suficiente como para que pudiera ver el brillo divertido en sus ojos.
—¿Así que te rendirás tan fácilmente? —preguntó, fingiendo decepción—. Y yo que pensé que querías vivir la verdadera vida del campo.
—¡Claro que quiero! —dije, cruzándome de brazos y manteniendo la cabeza en alto—. Pero eso no significa que tenga que matar a una pobre gallina para demostrarlo. Además, hay muchas otras cosas que puedo hacer.
—Está bien, Romina —dijo finalmente, con un suspiro que parecía de rendición— Dejaré ir a la gallina, pero eso significa que tú perdiste la apuesta ¿Aceptas?
Mis ojos se abrieron, y me sorprendí al escuchar la propuesta. Parpadeé varias veces, tratando de procesar lo que acababa de decir.
—Está bien, acepto. ¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora?—pregunté, levantando una ceja
Daniel se acercó un poco más, una sonrisa traviesa en sus labios.
—Ah, eso lo decidiremos más tarde —dijo, mientras soltaba a la gallina que ahora estaba corriendo lejos de nosotros—. Pero por ahora, te agradezco por hacerme compañía y por, de alguna manera, ayudar a liberar a nuestra amiga emplumada. Aunque el almuerzo sigue siendo por tu cuenta.
{...............}
—¿No tienes otras cosas que hacer? —le pregunté, sin dejar de picar las verduras.
—Podría —respondió Daniel, apoyándose en el marco de la puerta—. Pero prefiero quedarme aquí y ver cómo te desenvuelves en la cocina.
Le lancé una mirada mientras continuaba con mis tareas, concentrada en picar las verduras en pedazos uniformes. Daniel parecía genuinamente interesado en observarme, lo cual era a la vez halagador y un poco molesto.
—¿Eres un chef experto o simplemente un espectador curioso? —le pregunté, intentando sonar casual.
—Un poco de ambos —dijo, cruzándose de brazos y observando con atención—. Me gusta ver cómo cada uno se adapta a nuevas experiencias. Y, en este caso, te estoy observando convertirte en una chef de campo.