Romina
Cuando llegué al bar de Daniel, sentí cómo la ansiedad se mezclaba con la emoción. El lugar, con su ambiente íntimo y acogedor, era perfecto para una conversación profunda. Me detuve un momento antes de entrar, dándome una rápida evaluación mental para asegurarme de que estaba lista para lo que se avecinaba.
Sin embargo, al abrir la puerta y dar unos pasos dentro, me quedé paralizada. En una esquina del bar, vi a Daniel y Daniela. Ella se acercó a él y lo besó con una intensidad que me hizo sentir un escalofrío recorrer mi espalda. La escena me dejó sin aliento y me sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies.
Sin querer, me escondí detrás de una columna cercana, observando la interacción. Las luces tenues del bar y el suave murmullo de la música de fondo parecían distorsionarse a mi alrededor. Daniel apartó a Daniela con firmeza, su expresión cambiando de sorpresa a molestia.
—¿Qué estás haciendo, Daniela? —dijo Daniel, visiblemente incómodo, mientras daba un paso hacia atrás, manteniendo la distancia.
Daniela soltó una risa suave, pero cargada de malicia, mientras acomodaba su cabello con arrogancia.
—Vamos, Daniel —respondió ella, con un tono juguetón—. No hay ninguna razón para que te pongas así. Al fin y al cabo, ya podemos estar juntos, ¿no? —Su sonrisa se ensanchó—. Ya ganaste la tonta apuesta con Romina. Yo sabía que lo lograrías.
Daniel miró a Daniela con los ojos entrecerrados, mientras que ella lo observó con una mezcla de diversión y desafío, como si todo fuera un juego para ella.
—Oh, vamos, no te hagas el inocente. Romina es... fácil de manipular, y yo te vi hablando con ella cuando le propusiste la apuesta.
Las palabras de Daniela resonaban en mi mente como un eco. "Fácil de manipular." Sentí que mi garganta se cerraba, y mis manos temblaban de rabia.
—Daniela, no sigas con esto —dijo Daniel, ahora visiblemente irritado, su voz más firme
Daniela lo observó cruzando sus brazos y soltando un suspiro dramático, como si todo fuera una broma que solo ella entendía.
—Oh, Daniel —dijo ella, su tono juguetón—, ahora que lo pienso bien... todavía no has ganado, ¿cierto? —Le lanzó una mirada burlona—. Digo, aún no has logrado que Romina te confiese lo perdidamente enamorada que está de ti, ¿verdad?
Daniel abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera decir algo, Daniela levantó una mano, interrumpiéndolo con un gesto despreocupado.
—Aunque, pensándolo bien —continuó ella, con una sonrisa de falsa dulzura—, quizás después de esta noche seas el ganador oficial de la apuesta, ¿no? —Su mirada se deslizó hacia la puerta, donde yo estaba escondida, como si supiera que estaba allí, escuchando cada palabra.
Daniel frunció el ceño, pero antes de que pudiera reaccionar, Daniela se inclinó hacia él, dándole un beso en la mejilla. Él no se movió, sus manos permanecieron tensas a los lados, pero no hizo nada para detenerla.
—Nos veremos cuando ganes —dijo Daniela, con un guiño, antes de alejarse con pasos decididos, dejándolo solo en la esquina del bar.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Mis piernas temblaban, mi pecho subía y bajaba con respiraciones descontroladas. No sabía qué pensar, qué sentir. Solo sabía que lo que acababa de presenciar me había destruido por dentro.
De que te quejas si desde el inicio sabías que solo sería una apuesta. Qué tonta he sido, como he podido pensar que él sentía lo mismo.
Me armé de valor, respiré profundamente y borré cualquier rastro de tristeza de mi rostro. Tenía que hacerlo.
Con una sonrisa fría, crucé el bar y me acerqué a la mesa donde Daniel seguía de pie, aún aturdido por la partida de Daniela. Al verme, su rostro se transformó de sorpresa a preocupación.
—Romina... —comenzó, pero lo interrumpí antes de que pudiera continuar.
—Hola, Daniel —dije con una sonrisa amplia, casi despreocupada. Me senté sin esperar una invitación, observándolo mientras él intentaba recomponerse.
—Escucha, hay algo que quiero hablar contigo... —comenzó, su voz suave, pero noté la vacilación en sus palabras. Parecía que buscaba la forma correcta de explicarse.
No le di tiempo para continuar. Levanté una mano y lo interrumpí con una sonrisa que ahora sabía que era cruelmente irónica.
—Daniel, antes de que digas nada, quiero decirte algo —dije, con una confianza que no sentía—. Creo que yo gané nuestra apuesta.
Sus ojos se abrieron de par en par, claramente confundido. No tenía ni idea de lo que estaba hablando, y por un momento, casi sentí satisfacción al verlo desorientado.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, su voz llena de incertidumbre.
Lo miré directamente a los ojos, manteniendo mi sonrisa, aunque sentía que por dentro me rompía. Él no sabía que yo había escuchado su conversación con Daniela, pero eso no importaba ahora.
—La apuesta —repetí con un tono ligero—. ¿Recuerdas lo que intentabas? Convencerme de que el amor era algo real, algo por lo que valía la pena luchar. Y bueno... fallaste. Nunca lograste cambiar mi opinión.
La sorpresa en su rostro fue innegable, pero también vi el dolor comenzar a asomarse detrás de sus ojos. Intentó decir algo, pero no lo dejé.
—Lo intentaste, de verdad. Pero al final... no me hiciste creer en nada. Todo esto, estas citas, estos momentos, no fueron suficientes. Así que técnicamente, gané. No cambiaste mi forma de pensar.
Mi tono era casual, pero cada palabra que decía lo hería más de lo que él podía imaginar. Daniel se quedó en silencio, procesando lo que acababa de decirle, sin entender del todo de dónde venía ese repentino ataque.
—Romina, no es así... —murmuró, intentando suavizar la situación, su rostro lleno de confusión y tristeza.
Pero yo ya no podía más. Me levanté de la mesa, sintiendo cómo mis piernas temblaban ligeramente.
—Lo siento, Daniel —dije, sin mirarlo a los ojos—. Al final, yo gané.