Romina
El sonido de mi teléfono vibrando me sacó de mis pensamientos mientras recogía los papeles desordenados de mi escritorio. Había pasado casi toda la noche sin poder dormir, tratando de aceptar que esta decisión era lo mejor para mí. La oferta de trabajo en Arquitex Global era una oportunidad que no podía rechazar, pero la idea de dejar todo atrás, incluyendo a Daniel, me hacía sentir como si hubiera perdido una batalla interna.
Miré la pantalla y reconocí el nombre de Laura García. Sentí una mezcla de alivio y nervios. Sabía lo que tenía que hacer.
—Hola, Laura —contesté con una voz más firme de lo que realmente me sentía.
—¡Romina! Qué alegría escucharte —respondió con su energía habitual—. ¿Ya tienes una decisión?
Tomé aire profundamente, cerrando los ojos por un segundo mientras intentaba calmar el nudo en mi estómago. Este era el momento.
—Sí, la tengo. Acepto la oferta. Estoy lista para empezar en Londres.
Hubo una pausa del otro lado de la línea, y luego escuché a Laura soltar un grito de emoción.
—¡Excelente! Sabía que eras la persona indicada para este puesto. Te enviaré todos los detalles de la mudanza y la fecha de inicio será en una semana. Te prometo que no te arrepentirás.
Colgué el teléfono y me dejé caer en la silla. Mi decisión estaba tomada. A partir de ahora, mi vida cambiaría por completo. Pero a pesar de la emoción que sentía por el nuevo reto profesional, había una sombra que nublaba mis pensamientos: Daniel.
Las imágenes del bar seguían atormentándome, su mirada confundida, las palabras de Daniela resonando en mi cabeza. "Fácil de manipular". No podía sacarme esa frase de la mente. ¿Cómo había podido ser tan ingenua?
Me levanté con determinación. No podía quedarme atrapada en el pasado. Había aceptado el trabajo, y ahora tenía que prepararme para la mudanza. Mis manos empezaron a recoger documentos, fotos y recuerdos, metiéndolos en cajas. Cada objeto que guardaba era una despedida silenciosa a la vida que estaba dejando atrás.
Justo cuando me disponía a empacar una vieja foto de nosotros, el timbre del teléfono sonó de nuevo. Esta vez, dudé antes de contestar. Sabía que podría ser Daniel.
Finalmente, respondí.
—¿Hola? —mi voz era apenas un susurro.
—Romina... soy Daniel.
Mi corazón se detuvo por un instante. Sabía que este momento llegaría, pero no estaba preparada para enfrentar todo lo que implicaba.
—Daniel, no es un buen momento... —empecé a decir, intentando protegerme.
—Romina, por favor, escúchame —me interrumpió con un tono desesperado—. No te puedes ir así. No sin que hablemos.
Me mordí el labio, luchando contra las emociones que estaban a punto de desbordarse. No quería volver a pasar por el dolor de esa noche.
—No hay nada más que decir —respondí, intentando sonar más fuerte de lo que realmente estaba—. Ya tomé mi decisión, Daniel. Me voy a Londres. Esto es lo mejor para mí, y para ti también.
Hubo un silencio en la línea, y por un segundo pensé que quizás había entendido mi decisión.
—No lo acepto —dijo, finalmente—. No puedo dejar que te vayas sin luchar, Romina. Necesito que entiendas que lo que viste en el bar no es lo que piensas.
Mi corazón se apretó. Las palabras de Daniel sonaban sinceras, pero no estaba segura de poder confiar en él después de todo lo que había pasado.
—Daniel, ya no importa. No puedo seguir aquí, enredada en algo que solo me hace daño. —Mi voz temblaba al decir esas palabras, pero era la verdad. Tenía que protegerme.
—Voy a demostrarte que te equivocas —dijo con determinación—. No voy a dejar que te vayas sin haber luchado, y te juro que no descansaré hasta que te quedes. Esto no ha terminado, Romina.
Antes de que pudiera responder, colgó.
Me quedé allí, con el teléfono aún en la mano, sintiendo cómo el peso de sus palabras caía sobre mí. ¿Daniel estaba dispuesto a luchar por mí? ¿Por qué ahora?
Me quedé mirando el teléfono, incapaz de moverme. El eco de las palabras de Daniel aún resonaba en mi mente, como si no pudiera escapar de su voz. ¿Por qué ahora? ¿Por qué justo cuando había decidido seguir adelante? Durante semanas había esperado que me diera una señal, que me dijera algo, pero ahora que lo hacía, me sentía más confundida que nunca.
Me levanté y caminé hasta la ventana, mirando las luces de la ciudad que empezaban a encenderse a lo lejos. Londres... ese lugar nuevo, ese futuro que me prometía un comienzo diferente, una vida sin complicaciones. Sin embargo, mi corazón seguía anclado aquí, en esta ciudad, con Daniel. No podía negarlo.
(…)
Al día siguiente, me desperté más cansada de lo que me había dormido. El insomnio se había vuelto una constante en mi vida, una consecuencia inevitable de las decisiones que estaba tomando. Mientras me preparaba un café en la cocina, no podía dejar de pensar en la conversación con Daniel de la noche anterior. Había sido más intenso de lo que esperaba, pero en el fondo sabía que no podía permitirme dudar de mi elección. Londres era mi futuro.
Después de un rato, me alisté para salir. Tenía algunas vueltas pendientes antes de empezar con los preparativos de la mudanza. Me puse un abrigo ligero, tomé mi bolso y me dirigí hacia mi auto. Cuando llegué, una sensación extraña me recorrió el cuerpo. Algo no estaba bien.
Ahí, junto a la llanta delantera, vi el problema: estaba completamente desinflada. Mi primer pensamiento fue que esto no podía estar pasando justo ahora.
Suspiré y revisé rápidamente el neumático. Estaba claro que no iba a poder usar el auto sin cambiar la rueda.
—¡Perfecto! —murmuré, frustrada.
En ese momento, escuché el ruido de un motor acercándose. Al levantar la vista, vi un coche que reconocí inmediatamente. Daniel, en su camioneta, se detuvo justo al lado de mí.
—¿Problemas? —preguntó con una sonrisa ligeramente arrogante, bajando la ventana del auto.