Aprendiz

Confesión

—Me siento en la necesidad de pedirte disculpas —suplicó León cuando se encontraron a solas en el despacho donde citó a Luna la noche siguiente.

Ambos estaban sentados frente a frente, solo el escritorio los separaba, aunque no se miraban directo a los ojos.

—¿Pero qué dices? —preguntó confundida por la contrariedad de sus palabras.

—Creo que fui demasiado lejos… Tú sabes. —A él le costaba un esfuerzo mayor el hablar de lo sucedido. No sabía qué rumbo tomaría ahora su relación porque temía sufrir un desprecio o alguna acusación que lo señalara de forma negativa. Un abusador, para la gente de allí, era considerado uno de los peores delincuentes.

—¿Podemos no hablar de esto? —Ella lucía incómoda y dedicaba su atención a ordenar los cordones de sus botas.

—Preferiría aclararlo...

—Los dos fuimos muy lejos. Yo te seguí —dijo sin más, deseando que con eso quedara cerrado el tema. Sin embargo, en su rostro no se asomó ningún atisbo de preocupación o arrepentimiento de lo que compartieron.

—¡Aun así no debí!

—Es cierto, no debías, pero ya ha sucedido. Se pronunciaron las promesas de casamiento y su consumación antes de la ceremonia está permitida, ¿o no es así aquí? —le preguntó y él afirmó, dándole un poco de alivio—. ¿Podemos pasar a otros asuntos? —Su urgencia de dirigir la conversación a otros puntos era obvia.

—¿Sigues segura de todo esto? —indagó con el rostro afligido y la mirada baja.

—Por supuesto que sí. —Verlo tan preocupado fue algo que no esperaba porque lo creía más duro de doblegar—. Supongo que era algo que podría pasar alguna vez, y pienso que…

—¡Luna, tu vestido llegó para la prueba final! —La interrupción de Brisa cortó toda posibilidad de proseguir—. Oh, creo que fui imprudente, debí tocar antes —musitó avergonzada.

La joven llevaba consigo un paquete que parecía pesado.

—Nada que no pueda arreglarse. —León sonó más optimista. Se levantó y luego sostuvo la mano de Luna para despedirse.

—Lo dejaré en tu habitación si prefieres probártelo más tarde. Llámame si necesitas que veamos si requiere más ajustes, ¿está bien? Estaré por aquí porque tengo el día libre. Aunque debo mencionarte que tienes público esperándote. Pero yo me encargo…

—Creo que es mejor que lo revisen ahora, no quiero que llegues con una cortina puesta —intervino él, usando un tono bromista para romper la tensión que de pronto apareció.

Luna le siguió el juego y se puso de pie de inmediato. El librarse de esa charla la hizo sentirse aliviada.

—Y yo espero que vayas a lo tuyo, más te vale que elijas algo decente y te quites ese trapo horrendo —refiriéndose a la capa que detestaba y que solo cambiaba gracias a la posición de la capucha.

—Lo que mande, mi líder. Démonos prisa entonces, me encantaría conocer tu veredicto final —pidió con interés y un par de mejillas sonrojadas lucieron en su rostro.

Al salir, León comenzó a sonreír al recordar lo que había sucedido la noche anterior.

Revivió en un instante los besos, la piel de ella en sus manos, su cabello suelto que bailaba entre sus dedos revoloteando con la brisa de la noche, la forma en que lo miraba, la manera en la que él la tocaba y Luna respondía. Suspiró al rememorar cómo se abrazaba con pasión y frenesí a su espalda desnuda; ambos sudando de éxtasis a pesar del frío, rompiendo la quietud del lugar con los brotes del momento… Sonrió aún más al volver a ese instante cuando por fin se vencieron y ella tomó su pecho como abrigo y lo sujetó con fuerza hasta dormirse. Al volver a casa se estrecharon de las manos y en esta ocasión con ganas de hacerlo; sin hablar pero sin tener la necesidad de hacerlo porque aquel era un silencio que sentían como sublime.

No tenía idea de lo que pasaría entre los dos, pero una cosa era segura: Esa mujer era ya alguien importante en su vida, lo que le preocupaba era saber si para ella, él lo era también.

Brisa caminó con una emoción evidente.

Frente a la puerta se encontraban Lili, Isis y para su sorpresa la señora Loísa acompañada de una de sus hijas, Dalia.

—Lo sé, lo siento, se acercaron cuando vino el mensajero con el vestido. Solo dale por su lado, ¿sí? —se excusó Brisa porque sabía de sobra que a Loísa solo le interesaba tener las exclusivas.

—Anda, niña, que nos comen las ansias —las apresuró con su sonoro timbre de voz.

Todas entraron a la habitación y al abrir el paquete comenzó un tipo de celebración.

El vestido fue elegido con ayuda de la misma Brisa, quien, según los integrantes de la casa, contaba con el gusto más refinado si de vestimenta se hablaba.

Al extender la prenda un suspiro unísono se les escapó.

—En realidad no mentían cuando recomendaron tu consejo. —Luna se sentía conmovida al saber que ella era la dueña de tan bella pieza.

—Te agradezco. Cuando era niña soñaba con ser costurera.

—Veo que los sueños cambian, pero el talento sigue allí.

Por un momento creyó que su compañera tampoco pudo aspirar a seguir sus anhelos.




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