Aprendiz

Carta - Parte 1

Pequeñas motas de la luz del sol se colaban por la ventana de la nueva alcoba. Luna había elegido una que estaba desocupada. Era la más grande y la convenció que contaba con una gran ventana que daba justo hacia el lado trasero del pueblo y les brindaba una vista al bosque que le parecía fascinante. Ahí estaba la cama de ella y el viejo sillón de León; tal como debía ser.

—Te amo —le dijo él mientras le acariciaba el cabello cuando la boda terminó y se encontraron solos en sus aposentos nupciales. Seguían de pie y la cama se hallaba solo a medio metro de distancia.

Para agrado de la novia, allí no existía la incómoda costumbre de tener damas que ayudaban a quitarse la ropa antes de que el nuevo esposo entrara a la habitación. Y la consumación se anunciaría solo con un simple aviso; si el hombre decía que no hubo mayor inconveniente, con su palabra era más que suficiente.

Había sido una ceremonia muy bella donde los invitados bailaron, comieron y bebieron hasta el cansancio. Incluso Alí se excedió con el ron y Brisa tuvo que ayudarlo a llegar a su cama. Isis tuvo su primer acercamiento con un joven y le permitió que bailara una pieza. Y la rebelde Christina se tragó el orgullo, aceptó su fracaso y los felicitó. El evento había sido inolvidable.

—Sabes que también te amo. —Un rubor la invadió de forma veloz porque lo que venía la puso nerviosa.

—¿Quieres que te demuestre mi amor? —preguntó sujetando su mentón para verla a los ojos, quería demostrarle que se encontraba dominado por el deseo.

—Quiero que me lo demuestres por el resto de tu existencia —musitó sonriendo.

León abrió uno a uno los botones de su camisa para quitársela, hasta que se quedó con el torso al descubierto; después comenzó a desabrochar su vestido marfil. Listón por listón fue abriendo paso hasta que se deslizó con suavidad por sus hombros, pero ella evitó que cayera, sosteniéndolo de las mangas y cubriéndose el pecho.

Sabía que debía darle su espacio y la besó por largo rato. Después avanzó hasta el cuello donde saboreó la piel que palpitaba; pero Luna tenía una leve resistencia, algo no le permitía entregarse por completo y él se percató de inmediato.

—Si no lo deseas, entonces me detendré —exclamó estrechándola con dulzura.

—No es eso, quiero que sigas —su voz se escuchó vacilante.

Se soltaron un poco para poder hablar de lo que le ocurría.

—Apuesto que hay un pero, ¿no es así? —Un atisbo de tristeza se reflejó en su semblante. No le gustaba creer que era repulsivo de alguna manera para ella, pero su mente jugaba rudo y esa idea apareció de la nada para perturbarlo.

—Es que… va a sonar a mentira, pero… antes de continuar debo mostrarte lo que soy.

—¿Qué dices? Si te he visto por meses, además ya hemos estado juntos, ¿lo olvidas? ¿O es que no eres tú la culpable de esto? —exclamó mostrando una mancha blanca donde antes había estado una herida provocada por las uñas aferradas a su brazo izquierdo.

—No me has visto del todo, esa noche estaba muy oscuro y quizá tus ojos no enfocaron lo suficiente —añadió y comenzó a alejarse de él con pasos lentos.

—¿Qué intentas decirme? Estabas bastante completa en esa ocasión, ¿perdiste una pierna en el transcurso? —A pesar de sonar burlón, la preocupación atacaba sus pensamientos.

—Ya te darás cuenta de lo que hablo.

León se sentó sobre la cama para prestarle toda la atención. Las manos de Luna temblaron y abrazó unos segundos el vestido, después se lo quitó por completo quedando en ropa interior. ¡Y ahí estaban! Finas líneas la adornaban y algunas se cruzaban unas con otras; invisibles a la vista de la noche, pero con la ayuda de los rayos del sol se hicieron presentes con facilidad… Sus hombros, sus brazos y varias partes del torso y la espalda tenían dibujadas aquellas cicatrices.

—Esto intento decirte —susurró con pesar. La idea de mostrarse de esa manera, en el pasado, se encontraba muy lejos de quitarle la calma porque el matrimonio no era un camino que esperaba seguir.

León puso la mirada fija en ella mientras hablaba.

—¿A qué le has tenido miedo?

—A la desaprobación. ¡A tu desaprobación! —Era incapaz de verlo de frente y optó por contemplar el suelo con los ojos vidriosos, pero ni con todo eso una sola lágrima salió.

—¿Qué fue lo que te las causó? —preguntó con auténtico pesar.

—Los entrenamientos que tuve fueron duros. No todos los maestros son tan pacientes, ni todos los aprendices tan buenos. Fue la disciplina lo que las causó. —A su mente llegaron los recuerdos de los difíciles e insoportables días en los que el descanso se volvió un privilegio poco frecuente.

—¿La disciplina? —la cuestionó, enrojecido por el enojo que poco a poco florecía—. Y dime, ¿la disciplina tiene nombre en esta ocasión?

—Solo… es eso —respondió sin poder decir más.

—¡No! —soltó en un rugido, luego se puso de pie para acercársele y la sujetó de los hombros; su expresión de frustración era evidente—. No es solo eso, tiene que haber alguien detrás de esto. Dímelo o dejaré de lado la sensatez e iré a investigarlo yo mismo.




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