Aprendiz

Fraternal

El aire que impactaba contra su rostro le regalaba la sensación de independencia que por varios años anheló. Luna eligió salir con la luz del día a cabalgar como si nada más importara. La soledad que la hora ofrecía le ayudaba a relajarse. Varias personas le habían pedido que les enseñara a montar para poder moverse con más rapidez y en cuanto terminara su luna de miel comenzaría dicha tarea que aceptó gustosa. Se atrevió a cruzar el perímetro que allí no tenía muralla, ni siquiera una cerca que le impidiera avanzar. El lado contrario a Isadora era un camino que poco a poco iba llamando su interés por lo enredado que se tornaba. Condujo a Silvestre unos cuantos metros más, no temía avanzar porque nadie lo sabría y porque tampoco estaba prohibido. A lo lejos divisó un claro que sería ideal para dar unas cuantas vueltas, pero se detuvo de manera abrupta al toparse con algo que llamó su atención de inmediato.

Bajó deprisa del calmado caballo, León había elegido uno tan apacible que fue fácil encariñarse. El pasto que quedó aplastado por sus zapatos hizo un ruido que aborreció causar.

—¿Qué es esto? —se dijo en voz alta y revisó los restos de madera que se notaba habían sido de una fogata de no más de dos días. En ese momento volvió a comprobar que no se encontraban a salvo. La distancia entre la fogata y la primera casa era de apenas unos veinte minutos a pie. Volvió a encenderse la alarma que ya se había quedado en calma, pero tenía muy claro que no la tomarían en cuenta al querer convencerlos una vez más de mejorar su seguridad, por lo que tomó la decisión de mantenerse vigilante por si llegara a presentarse la necesidad de defenderse y de defender al que ya era su hogar.

Dio un par de vueltas por si hallaba algo más que le diera pistas, sin obtener éxito. Luego regresó al establo para dejar a Silvestre y se dirigió hasta su casa, haciéndose preguntas que dejó de lado debido a su nuevo estado sentimental.

Entró a la casa y se topó con Isis bajando las escaleras.

—Luna, qué sorpresa. Pensé que seguías durmiendo.

—Leo es el que duerme y quise salir a dar una vuelta para pasear a mi caballo. ¿Qué haces despierta tan pronto?

—Hoy es el cumpleaños, ¿lo olvidaste?

—¿Cumpleaños? —preguntó confundida.

—Sí, hoy es el cumpleaños de Alí. Aunque en realidad es la fecha en que llegó aquí, a él le gusta celebrarlo como un año más de vida. Y yo debo darme prisa porque me tocó hacer los postres y son los que más piden —respondió la joven y procedió a girarse con urgencia para ir a la cocina.

—¿Necesitas ayuda? —se ofreció y la siguió.

—Por esta ocasión voy a tener que rechazar tu ayuda. —Se detuvo y con un movimiento de mano evitó que continuara—. Ya no deben tardar en llegar dos vecinas que van a compartirme sus recetas. Faltan catorce días para que termine su luna de miel y no es correcto importunar a los recién casados. Tienen otras ocupaciones que cumplir. —Esbozó una sonrisa acompañada de un rubor que se corrió por sus mejillas.

—Para ser sincera no sabía que hoy era un día especial para él, y no sé qué obsequiarle. Nunca he tenido que dar regalos, mi madre los compraba y los enviaba con una tarjeta firmada a mi nombre y listo.

El salir a la calle a escoger algo para alguien que no le interesaba no era parte de su lista de prioridades en Isadora, pero este era un caso distinto, Alí sí que le importaba.

—Pues… hazle algo tú misma, eso nunca falla. Un postre tal vez, sé cuál es su favorito.

—Ay no, nada de comida, no quiero matarlo… ¿Crees que le agrade si le doy una buena batalla? Es lo que mejor sé hacer.

Isis rio y luego la miró conmovida.

—Veo que Leo es un buen maestro, ya pareces más suelta a decir cosas como las que él diría.

—¿Tú crees? —le preguntó con una media sonrisa.

Una sombra de desasosiego se asomó en su expresión al recordar que le faltaba algo para sentirse del todo plena. Seguía dolida por la carta y los secretos. A pesar de eso, él mantenía la calma y parecía agradecido con su compañía que aprovechaba al máximo. Optó por no mencionarle nada de ese asunto a su amiga para no lidiar con un interrogatorio innecesario.

—Lo creo, y eso me hace muy feliz. —Isis le dio un suave apretón en el brazo y luego desapareció al entrar a la cocina.

—¿Qué haré? —se decía una y otra vez, dando vueltas en el recibidor.

Un montón de opciones para alagarlo la abordaron, hasta que una idea llegó de pronto. Incitada sacó varias hojas de papel del cajón del escritorio junto con una delgada tiza que halló entre las cosas. Anduvo por un rato y decidió sentarse lejos de las personas y muy cerca de una gran antorcha que prendió porque la luz se esfumaría pronto. Sus manos comenzaron a moverse sobre el papel. A su mente llegó un difuso recuerdo de cuando amaba dibujar. Ya había olvidado la vez que lo hizo y ni siquiera sabía por qué lo abandonó si lo disfrutaba tanto. Al principio su pulsó falló, pero luego de un rato y un número considerable de intentos, los trazos fueron tomando forma. Dos horas transcurrieron y el resultado la dejó satisfecha. Rogaba porque ese pequeño detalle fuese suficiente para su gran amigo. Regresó de inmediato para poder prepararse. Tenía una cosa más por hacer y se volvió urgente encontrar a Brisa.




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