Aprendiz

Juez

La luna de miel terminó y varios de sus conocidos esperaban con ansias la noticia del fruto de su unión. Tener hijos no le causaba desagrado a Luna, pero si quería iniciar con una etapa como esa tenía que ser sabiendo la verdad de los orígenes de su compañero de vida.

El día que León le prometió ni siquiera tuvo intenciones de llegar. Decenas de ideas cubrieron su mente hasta hacerla alucinar lo peor. Podían ser ladrones que se refugiaron allí para esconderse y por eso adoptaron la costumbre de mantenerse despiertos durante la noche. León pudo haber lastimado a alguien; a su familia tal vez o incluso a la mujer de sus escritos, y Alí pudo haber sido partícipe. Era evidente que ellos mantenían una estrecha amistad de años o quizá hasta compartían lazos familiares… Todas esas eran opciones admisibles y ella sintió que la cabeza iba a estallarle en cualquier momento. Su paciencia se agotaba.

Transcurrió una semana y León comenzó a salir de casa, desapareciendo por horas sin decir a dónde se marchaba, creyendo que ella no le prestaba atención porque ocupaba su tiempo enseñando a cabalgar a algunos conocidos y lo que le quedaba libre lo usaba para sentarse a la orilla del río, donde dibujaba lo que se le viniese en mente. Al regresar lucía una extraña sonrisa y la tomaba en brazos como si nada pasara.

Una tarde antes de salir a sus clases, Luna escuchó a Froilán y Alad hablando en voz baja y decidió permanecer de pie porque sonaban preocupados.

—¿Todavía no lo sabe? —preguntó susurrante Froilán.

—Lili no me quiso dar detalles, solo me dijo que no y que era preferible que cerráramos la boca. Yo pienso que están demorando más de lo previsto, ya es hora de comenzar a…

Una tercera persona pasó por allí, cortando de golpe su conversación y haciendo que Luna tomara una abrupta decisión. «Llegó el momento de que esto termine. Tengo derecho a saber con quién me casé. Debo saberlo ahora mismo», pensó hundida en su frustración porque casi podía asegurar que estaban hablando de ella y aborreció que fuera presa de engaños.

Avanzó convencida, apretó el cinturón del que colgaba la espada y se acomodó el corsé de cuero. Modificó un poco la manera en que vestía y, siguiendo el consejo de Alí, combinó la comodidad de la vestimenta de Isadora y la embelleció con las ideas de sus amigas; de Brisa en especial. Decidió conservar los pantalones oscuros, pero una blusa con listones, colores pasteles y un escote un poco más atrevido no le harían daño a nadie. Soltó su cabello y se acercó a los hombres que la observaron con sorpresa.

—¿León está enseñando a los niños? —los interrogó con un cambio en la voz que les erizó la piel.

—Supongo que sí —atinó a decir Alad.

Sin despedirse, continuó sus pasos y abrió la puerta; se sentía decidida a terminar con ese asunto de una buena vez.

Sus pies la llevaron más aprisa de lo que percibió y cuando León la divisó fue directo a alcanzarla porque supo que su andar era distinto.

—¿Qué sucede? ¿Ha pasado algo? —preguntó preocupado en cuanto estuvieron cerca.

—Necesito hablar contigo, ¡es urgente! —habló con firmeza con la vista clavada en él.

—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? —Necesitaba que le respondiera y una mueca de confusión apareció.

—Voy a tener que pedirte que dejes lo que estás haciendo y me acompañes —le ordenó sin darle más detalles.

—Sí, lo que digas. —Él despidió a los pupilos y se acercó de nuevo a Luna, quien lo esperaba con el rostro gélido y los brazos cruzados.

—¡Adelante! —le dijo ella y se giró de golpe.

Avanzaron en silencio hasta la entrada del pueblo por la que llegó y todavía continuaron unos minutos más para asegurarse de que no fueran escuchados. Al detenerse, Luna se colocó justo frente a él.

—Bien, ya dime. Me tienes hecho un manojo de nervios. —Tenía claro que lo que venía no era bueno, pero quiso saberlo a la brevedad.

—Antes de comenzar, por favor quítate eso —le pidió, refiriéndose a su capa—. Ya libérate del pesar que te ata a ella.

—Como digas —aceptó y la colocó a un lado, en el suelo.

Luna dio una breve vuelta antes de iniciar:

—Voy a ir directo al punto. —Su vista estaba puesta en León—. He esperado el tiempo que creí pertinente y no pienso darte más. ¡Quiero que me digas la verdad hoy mismo!

—¿Cuál es la verdad que quieres conocer? —León comprendió enseguida sus intenciones y lanzó la pregunta con mordacidad.

—¡Toda! —exigió cansada de sus vueltas.

—¿Qué contiene toda para ti?

—¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿Quién eres tú? ¿Quién es la mujer que nombras por todos lados? ¿Por qué murió tu familia? ¿Qué secretos ocultas con Alí? Y lo que aún no pregunto también respóndelo —alzó la voz con la última frase porque se encontraba tocando el desconsuelo que en su caso mutaba a coraje.

—Supongo que son preguntas propias del todo.

León cerró los ojos, dio un suspiro y volvió a abrirlos con un ligero rojo decorándolos.

—Tenemos mucho tiempo para que las contestes; hasta el amanecer si es necesario.




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