Aprendiz

Despedida

Camila se perdió de su vista y ella se quedó en la soledad de la casa a llorar con desconsuelo. Su madre despachó a la servidumbre porque le daba vergüenza que la vieran en el estado en el que se hundió. La quemaba pensar en que no encontró la forma de salvarlo; no consiguió que León viviera. Ya no podría buscar que se le perdonara para que, si todo se acomodaba, volviesen a estar juntos para amarse.

Una idea rápida cruzó por su cabeza y haciendo caso omiso a la petición de su hermana optó por volver a salir. Se sentía tan desesperada que ya no se detenía a pensar con claridad. Dirigió su andar hasta la morada de la concejal más prudente y que apenas llevaba un par de años en el cargo, su nombre era Violeta, una mujer de cincuenta y cinco años que pensaba muy similar a Alí, el amigo que tanta falta le hacía. El diálogo para ella era la mejor opción antes que cualquier otra cosa.

En cuanto tocó fue atendida por la misma concejal. Le pidió que pasara de inmediato y permanecieron de pie en el recibidor. Verla allí la tomó por sorpresa, pero era algo que imaginó que podía pasar.

Conoció a Regina desde pequeña, siempre le inspiró lástima, y supo enseguida que el semblante descompuesto, las oscuras ojeras que decoraban su triste mirada y la postura encorvada se debían a lo que iba a suceder al día siguiente.

—¿Es por el hombre? —pregunto directa. Ni siquiera la invitó a sentarse, sabía que era una visita rápida. Violeta no se andaba con rodeos y se jactaba de saber detectar cuando el interés carnal hacía de las suyas en una persona porque fue casamentera antes de aceptar el puesto tras la muerte de su esposo—. Pude conocerlo. Elegiste bien, es muy valiente, se negó a decir una sola palabra de lo que ocultan. Además de que es bien parecido.

—He visto cómo lo han dejado.

—y Aun así se mantuvo firme, su lealtad no se corrompió; algo de lo que otros no pueden presumir. —La insinuación la hizo recordar la promesa que los guardias rompieron al decir lo que en verdad pasó—. Si no hubiéramos estado, Dante lo habría matado allí mismo.

—¿De qué sirvió su intervención si de todos modos lo hará?

—Sé a lo que has venido. No me hace nada feliz lo que él decretó. —Hizo una mueca de desaprobación—, pero se protegió con la primera versión del escrito del fundador Gersel Sendulla. Él aceptaba la ejecución si había reincidencia.

—Ese escrito es muy viejo, ya no es utilizado desde hace mucho tiempo.

—Es viejo, pero permaneció vigente en caso de requerirse, nunca se tomaron la molestia de quitarle el poder que tenía. Un simple papel puede más que la voluntad de un consejo —se mofó decepcionada.

—¿Qué me dice de lo que pretende hacer después? Ir a masacrar un pueblo que nada le ha hecho a Isadora. Eso no está permitido en ningún escrito.

—Desconocía sus intenciones. —Su frustración fue evidente y ladeó dos veces la cabeza en señal de desaprobación—. Dante omitió compartírnoslo. Yo pienso que lo que sea que exista afuera, mientras no nos perturbe, es mejor que allí se quede. Puedo asegurarte que eso sí no lo vamos a aprobar. La mitad del consejo lo apoya, pero no son tan ilusos como para seguirle el juego hasta tal punto. Te recomiendo que tengas mucho cuidado —susurró—, aquí los alcaydes enferman de manera conveniente y hay un guardia desaparecido; la familia no termina de creerse que se fue por voluntad propia.

—Ya no tengo nada que perder de todos modos.

Violeta la contempló conmovida. Su hija menor tenía casi su misma edad pero, a diferencia de Regina, ella pudo hacer de su vida lo que deseó.

—Tienes solo dos alternativas, querida niña, y te las voy a decir aunque te cause dolor. Puedes ir a liberarlo, arriesgarte a morir o ser atrapada y luego buscar la manera de cruzar la muralla; pero todo eso traerá deshonra a tu familia, y a tu hermana. O puedes aceptarlo y continuar con lo que han trazado para ti.

León ya no la quería cerca, convencerlo de luchar sería un reto difícil de cumplir. Además de que los crímenes que le confesó pesaban más de lo que hubiese querido.

—Hay una tercera opción —dijo en voz baja. Violeta no preguntó cuál era porque no quería intervenir más en dicho asunto—. Le agradezco su tiempo, concejal.

—Lamento no haber sido de gran ayuda. Que la buena fortuna te dirija.

Las mujeres se despidieron con discreción y Regina vagó desolada por casi media hora, rodeando las casas y arrastrando los pies como muerta en vida, hasta que la entrada del lugar que menos esperó la detuvo de manera abrupta.

El recinto se alzaba imponente y un escalofrío la atacó en cuanto levantó la cara. Siempre que podía evitaba las criptas porque le infundían temor. Pese a su anterior recelo, sintió la necesidad de entrar.

La helada cámara de roca bajo el suelo mantenía la puerta abierta para quien gustara explorarla. Apenas la pisó, una lágrima salió sin avisar. El eco que la recibió fue para ella como el canto de su funeral. Se dirigió hasta el espacio destinado a los De la Hoz, su familia era poca porque la mayoría dedicaba su vida al cuidado y protección del pueblo. Allí, con poco tiempo de haber sido puesta, la encontró. Posó una mano sobre el rostro tallado que colocaron y la acarició. Sin duda se parecía a la que una vez fue, con la mirada apagada que por años la caracterizó.




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