Aprendiz

Epílogo

El sol se filtraba con intensidad por la ventana. Luna dormía profundamente, pero la mañana estaba entrando y había una cita muy importante a la cual asistir.

Cuando fue capaz de abrir los ojos por completo se apresuró a levantarse porque se hacía tarde.

—¡Leo!, ¿dónde estás? —lo llamó al ver que no estaba a su lado. En un dos por tres se levantó decidida y llevando puesta la ropa de dormir salió a prisa para buscarlo. El sueño que tuvo la puso intranquila y necesitaba de su abrigo—. Leo, es importante que nos vayamos ya.

Recorriendo su casa, a la que se mudaron solo ellos dos un año después de vivir en el nuevo pueblo, buscó en cada habitación hasta que llegó a la puerta principal y la abrió con torpeza.

Cuando al fin lo encontró, su corazón volvió a recuperar el ritmo. Lo divisó en su amplio patio cargando por arriba de sus hombros al pequeño Liam. La mayoría de sus conocidos no lo percibía, pero la cojera nunca se fue. Se le notaba solo en ciertas ocasiones, a veces tardaba días, pero cada vez que la veía le recordaba lo valiente que él también había sido.

—¡Allí está mamá! —exclamó el niño al señalarla, irradiando una felicidad nata—. Míranos, papi nos está enseñando a estocar.

Luna observó cada detalle: Su amado León cargaba a Liam, y Dafne, su hija mayor, sostenía una daga larga entre sus delgadas y torpes manos. Los tres reían como si todo lo demás no importara en absoluto.

La casa que habitaban se situaba un poco alejada de las demás y solo vivían allí ellos cuatro. Concebir fue complicado, tardaron más tiempo del previsto y después de Liam no se presentó otro embarazo hasta esa fecha, aunque se sentían completos así.

—Su padre va a tener que enseñarles otro tipo de artes si no quiere sufrir un repentino accidente —musitó un poco irritada. Debía aprender a tener más cuidado con sus hijos porque su despreocupación a veces lograba exasperarla.

León le quitó el arma a Dafne y se acercó a Luna, mirándola de la manera en que sabía que se doblegaba ante su encanto.

—Es un muy, muy inocente juego… Contigo funcionó.

—Se nos hace tarde —le advirtió cuando la estrechó—. Después hablaremos de tu inocencia.

—Lo que usted mande, mi superior.

Los cuatro entraron a la casa con él llevando en sus hombros a la niña.

—Sí que estás enorme, ¿cuántos años tienes? ¿Treinta? —preguntó cariñoso.

—Casi cumplo cinco, ya falta poco y espero un obsequio más resistente que el del año pasado. ¡No se puede hacer mucho con una muñeca que se rompe cuando la haces volar!

El carácter de Dafne era peculiar. Leo aseguraba que fue así de niño y, aunque los recuerdos no regresaron en su totalidad, Luna sabía que algo de cierto había en su afirmación.

—Te daré todo un ejército de muñecas entonces —le dijo su padre, quien después suspiró y se dirigió a su mujer—. ¿Cinco años ya?

—Sí —contestó bajando la vista—, cinco. Faltan cuatro meses para que se cumplan siete años desde el último día que los vi. Parece que el tiempo corre más rápido de lo que notamos.

—¿Y cómo te sientes? —la cuestionó porque sabía que el tema calaba hondo todavía.

—Ellos labraron su destino —dijo ensimismada.

Dante y Amelia fueron condenados a pasar el resto de su vida en la prisión de Isadora. Luna tenía claro que fue lo correcto; pero muy en su interior, guardado como un capricho, deseaba que todo hubiera acabado distinto.

Al bajar a Dafne los dos pequeños salieron corriendo para seguir jugando.

León se acercó a Luna y la miró conmovido.

—Mi amor, un día van a darse cuenta de los errores que cometieron y pedirán perdón.

—Por mi parte es un perdón que ya fue concedido. Suena irreal, pero no tengo valor para odiarlos. —Y claro que no lo hacía, se liberó de todo rencor porque su vida cambió justo como siempre deseó.

—Tienes una fortaleza admirable. Te daré consuelo si lo necesitas. —Acarició su mejilla y le dio un tierno beso que ella agradeció.

—Sabes a felicidad.

—¿Quieres que te muestre el sabor de la perversión? —susurró sensual sosteniéndole las caderas y llevándola hacia su cuerpo poco a poco, pero ella lo detuvo con dulzura.

—Recuerda que tenemos que irnos. —Giró su rostro y con un dedo apuntando—, y tus hijos están escuchando.

Luna contempló a sus dos amados niños que merodeaban como cómplices detrás de las cortinas. Dafne también era muy parecida físicamente a su padre. Sus facciones, sus ojos tan oscuros y su cabello negro ondulado no dejaban duda. En cambio Liam, el callado y siempre sereno Liam, heredó de su madre el cuerpo delgado y el cabello castaño claro de su hermana Camila. Pero el rostro del pequeño, ese infantil rostro, a pesar de tener solo tres años ya dejaba ver el asombroso parecido con Dante; después de todo era su abuelo.

Esa era la forma, pensaba ella, en que la vida le enseñaba que tenía que amarlos pese a todo. ¡Y así era! Amaba a sus hijos de una forma sublime. No cometería con ninguno el mismo error que cometieron con ellos; de eso se aseguraba cada día.




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