Aprendiz

Decreto - Parte 2

«¿Qué debo hacer?», se preguntó cuando estuvo a solas.

Su prejuicio del engaño se iba empequeñeciendo con la necesidad de no sentirse sola. Pudo imaginar el rostro de sus nuevos amigos recibiéndola de vuelta, de Rey tan positivo, de Isis y su calidez y de Alí conmovido por tenerla cerca. Esas eran las personas con las que quería estar, a las que sí quería proteger aunque eso significase renunciar a Isadora, a su trabajo que muy en el fondo detestaba, y a su familia. Sus padres no la extrañarían demasiado, Camila ya podía cuidarse sola y resultaba perfecta para ocupar su cargo, además de que era algo que anhelaba. La lucha interna siguió por un largo rato, hasta que por fin se decidió.

—Voy a intentarlo, y si no resulta, si no puedo hacerlo, entonces doy marcha atrás —habló para sí.

Ese enigmático lugar la había seducido tanto que nubló su buen juicio. Regresó al pueblo con rapidez cuando por fin oscureció, después de permanecer arriba de un árbol donde aguardó. Entró a toda velocidad a aquella casa que la añoraba, descubriéndola abierta de manera deliberada. Sabía perfecto a quién buscaba y no fue necesario mucho esfuerzo para encontrarlo. Alí ordenaba documentos en la oficina de la casa.

—¡Luna! —La impresión al verla lo hizo soltar al suelo un par de hojas que sostenía—. ¿Qué pasó? Creí que ya te habías marchado. ¿Qué haces aquí? ¿Está todo bien? —la interrogó, acercándosele para estar seguro de que no estuviese herida y, cuando la tuvo cerca, colocó sus manos sobre sus brazos.

—Estoy bien. Vine porque tengo algo importante que decirte. Escucha…

Alí comenzó a sentirse alarmado y la contempló confundido.

—¿Qué es? ¡Dilo ya! —ordenó con urgencia.

Un miedo extraño se dibujó en su rostro. Tal vez esperaba que Luna llevara consigo alguna noticia terrible sobre su regreso a Isadora y eso lo enardeció. Ella dudó un segundo, pero ese hombre poseía algo que le inspiraba una gran confianza.

—Necesito de tu ayuda, ¿me la darías?

—Por supuesto que sí y lo sabes —respondió sin dudar.

—León me dijo que…

—¡Espera! —exclamó y apretó un poco sus brazos—. ¿Dónde viste a León? ¿Hablaste con él? ¿Cuándo? —Su incomodidad fue obvia con solo conocer el nombre del autor intelectual.

—En el bosque, justo en la salida. Ya me iba y nos encontramos, supongo que me siguió. Pero eso no importa… Pon atención a lo que voy a decirte, por favor. Él me dijo que hay una manera de hacer que me acepten y pueda quedarme a vivir aquí.

—¡Eso no es posible! No sé por qué te dijo algo así.

Alí echó un vistazo a la puerta, se encontraba deseoso de ir a buscarlo y reñirle por mentirle a Luna.

—Mencionó que si un hombre de este pueblo se llegara a interesar por mí, la situación cambiaría.

Después de escucharla, el joven sopesó con asombro la posibilidad de que aquello pudiese ser cierto. Un nuevo sentimiento de enojo nació en su interior; Leo no estaba contándole todo.

—Supongamos que eso es auténtico, lo cual voy a confirmar lo antes posible, ¿cómo lograrías algo así? —Entonces, como si algo lo arrojara lejos, perdió el piso por un instante y su mente analizó las palabras de Luna a fondo hasta que encontraron el verdadero significado—. ¡Ah! Ya entendí. ¿Quieres mi ayuda con eso? ¿Estoy en lo correcto?

Alí comenzó a reaccionar y a comprender a su amigo. Era obvio que quería que ella tuviera una alternativa, pero no había jugado bien sus cartas y ahora lo ponía en la última posición donde deseaba estar al entender por qué era él el primero al que se lo contaba.

—En realidad… sí —confirmó con vergüenza—. León dice que no es necesario que sea real, solo con que los demás lo crean es suficiente, y hasta donde sé tú no tienes un compromiso, ¿o sí? —De ser así, lo hubiera sabido en algún punto.

—¿Y tú quieres mantener ese embuste? —Su rostro mostró de pronto una preocupación; ella estaba doblegándose ante las ideas de alguien tan listo como Leo y eso no era algo que le gustase del todo.

—No lo sé, es que ni siquiera comprendo por qué te lo estoy pidiendo y por qué hago esto. He sido egoísta, no debí. —Supo de inmediato que la propuesta no había resultado agradable para Alí y planeó enseguida una retirada.

—Luna, yo… —dijo, mirándola con ternura y acariciando su hombro derecho—. Eres una mujer ideal para cualquiera. Cuentas con belleza, inteligencia y valentía, pero tengo que confesar que no puedo ayudarte. No es porque no me parezcas aceptable, al contrario, es porque te quiero, más de lo que imaginas. Por eso no puedo aceptar. ¿Podrías perdonar esta gran grosería?

—Entiendo. —Quitó con suavidad la mano que él mantenía sobre su hombro y dio algunos pasos hacia atrás—. Fue una falta de respeto pedírtelo, te ruego me disculpes. Creo que es hora de que me vaya, y esta vez de verdad.

Alí solo se limitó a darle la espalda cuando ella retrocedió para irse y, aunque se mantenía de pie, su cuerpo entero quería derrumbarse porque le había fallado dos veces en un mismo día.

 

—Soy una tonta, ¡tan ilusa! —se decía mientras se dirigía hacia la salida de la casa, pero recordó que le faltaba algo por hacer y desvió el paso a otra habitación.




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