Nueve Días Antes de Navidad
Lucas llegó temprano aquella mañana al lugar de encuentro acordado por Clara: la pequeña cafetería en el centro del pueblo, donde el aroma a canela y chocolate caliente impregnaba el aire. Aún se estaba preguntando cómo se había metido en esta situación, pero había algo en Clara que lo hacía sentir ligeramente menos escéptico sobre la Navidad. Aunque, por supuesto, él no lo admitiría.
Clara ya estaba allí, con una taza de café en las manos y un brillo de emoción en sus ojos.
—¡Buenos días, Lucas! ¿Listo para nuestra segunda actividad navideña? —preguntó ella con una sonrisa amplia.
Lucas suspiró y se acomodó en la silla frente a ella.
—Voy a arrepentirme de esto, lo sé. ¿Qué actividad tienes planeada ahora? —preguntó, haciéndose el indiferente.
—Hoy nos unimos al taller de galletas navideñas en la panadería del señor Grant —respondió Clara, señalando un delantal rojo y verde que había traído para él—. Prepárate para ensuciarte las manos. Hornear galletas es una de las mejores maneras de sentir el espíritu de la Navidad.
Lucas levantó una ceja mientras examinaba el delantal.
—¿Hornear galletas? No sé si eso suene particularmente festivo… o divertido.
Clara soltó una pequeña risa y le guiñó un ojo.
—Eso es porque nunca has hecho galletas con la receta secreta de la abuela de Grant. Es un clásico en el pueblo. Además, el olor a galletas recién horneadas te hace sentir que realmente es Navidad.
Lucas dejó escapar un suspiro, pero se colocó el delantal, resignado.
—Bien, adelante. Vamos a hacer galletas.
La panadería del señor Grant era pequeña y acogedora, con paredes cubiertas de recetas antiguas y utensilios de cocina que parecían haber pertenecido a otra época. Al entrar, el calor de los hornos y el olor a masa recién preparada los envolvió, creando un ambiente cálido y hogareño. Varias personas del pueblo, incluyendo algunos niños, ya estaban allí, preparando la masa y decorando las galletas con glaseado y chispas de colores.
—Lucas, este es el señor Grant, el maestro repostero de Navidad —dijo Clara, presentándolos—. Él nos guiará en esta aventura.
El señor Grant, un hombre de edad avanzada y una sonrisa amable, le tendió la mano a Lucas.
—Encantado, joven. Escuché que eres un poco escéptico de la Navidad. Pero después de estas galletas, cambiarás de opinión, te lo aseguro.
Lucas forzó una sonrisa, un tanto incrédulo, pero no dijo nada. La actividad comenzó con el amasado de la masa, un trabajo que le resultó más agotador de lo que esperaba. Clara, en cambio, estaba en su elemento, decorando cada galleta con detalles intrincados, desde pequeños copos de nieve hasta mini Santa Claus de colores brillantes.
—Vamos, Lucas, no seas tímido —lo animó Clara mientras él torpemente intentaba cortar una galleta en forma de estrella—. Sólo tienes que dejar volar tu imaginación.
Lucas bufó.
—Esto es solo masa y azúcar, no un proyecto artístico.
Pero mientras avanzaba la actividad, Lucas comenzó a dejarse llevar. Terminó decorando una docena de galletas con formas extravagantes, y al final, ambos intercambiaron bromas sobre sus creaciones. Clara admiró la forma en que, poco a poco, Lucas parecía disfrutar más el proceso, incluso si todavía mantenía su fachada de escepticismo.
Cuando finalmente las galletas estuvieron listas, todos se reunieron alrededor de una mesa para probarlas. Lucas tomó una de sus propias creaciones, un árbol de Navidad medio desproporcionado, y dio un mordisco. La masa era suave, y el sabor, inesperadamente delicioso.
—¿Qué te parece? —preguntó Clara, con una sonrisa triunfante.
Lucas masticó en silencio, fingiendo indiferencia.
—No está mal… para una galleta —respondió. Pero en el fondo, algo en el ambiente, en la calidez de la panadería y la sonrisa de Clara, lo hizo sentir más cómodo y menos cínico.
Mientras caminaban de regreso a la salida, el señor Grant los detuvo y les entregó una cajita con galletas recién hechas.
—Llévense algunas a casa. Que sean un recordatorio de que la Navidad también se trata de compartir con quienes apreciamos.
Clara agradeció al señor Grant, y, con la caja en las manos, se giró hacia Lucas, quien aún tenía una expresión pensativa.
—Segundo día completado, señor Grinch. ¿Quieres admitir que algo de esto es divertido? —bromeó Clara.
Lucas la miró de reojo, intentando mantener su tono sarcástico.
—No exageremos… Pero bueno, admito que fue menos tedioso de lo que esperaba.
Ambos rieron, y mientras caminaban juntos bajo las luces navideñas de la calle principal, Clara sintió que tal vez Lucas estaba empezando a ceder, aunque fuera solo un poquito. Cada día que pasaba, ella estaba más segura de que había algo en él, algo que la hacía querer que se quedara un poco más.