Apuestas del corazón

Caitulo 5

Me despierto ya de noche, y casi me da un infarto al notar las dos figuras paradas al lado de la cama...

—¿Quién eres, muchacha?

Me quedo de piedra y miro asustada al hombre bajito de esta mañana; ha descubierto que no soy la tal señorita Rodriguez, y puedo intuir que la susodicha es la joven de tez oscura que lo acompaña.

Intento sentarme, pero descubro que tengo las muñecas amarradas a uno y otro lado de la cama.

Se me aguan los ojos, estoy que casi me meo encima: el cuarto semi-oscuro, el que me tengan amarrada, la luz de las velas proyectadas sobre sus caras serias e inexpresivas, hace que vengan a mi mente mil historias de terror sobre experimentos humanos en manicomios, tráfico de órganos, cultos satánicos y cosas de esas...

Recuerdo las palabras de Emma “deshacerse de él en un lugar como este” lo creí un farol o que se refería a internarlo para siempre, ¿pero si es algo más... específico?

Oh mierda, mierda... Si les cuento mi historia ¿será que se compadecen y deciden no añadirle más drama a mi vida? ¿Qué tengo tan roto el corazón que soy yo la que necesito trasplante...?

El hombre asiente una y otra vez

—Bien, ya que parece que no vas a decir nada, llamaré a la policía.

—Yoo, yyyyyyy —oh, oh, estoy atascada, parezco locomotora averiada, pero es que ¿qué voy a decirle?

—¡Prima! —el abrazo efusivo de la joven me toma totalmente por sorpresa, me habla al oído— Sígueme el juego si quieres salir de esta, ah, y tendrás que hacer algo por mí, asiente si lo has entendido.

Lo hago, asiento suavemente.

Se separa y empieza a desatar las correas en mis muñecas.

—Disculpe, señor Dubal —dice sumisa, inocente— ella es mi prima, Nickoleta Rodriguez, no la reconocí, ha adelgazado mucho desde la última vez que la vi —la mirada que me da hace que hasta yo me tenga lástima— se suponía que llegaría mañana, después de que hablara con usted; pero bueno... llegó antes...

Mi “prima” desplaya la sonrisa más falsa que he visto en mi vida, la cara circunspecta del señor Dubal dice que no se lo cree.

— Nickoleta... —comenta

Ay, primita, ¿Por qué tuviste que escoger ese nombre?

—Soy de Cuba —aclaro— hay mucha influencia rusa en los nombres, por el ex-campo soviético y esas cosas...

Me mira suspicaz

—Chica inteligente... —masculla— bien, señorita Rodriguez, la espero en la oficina para hablar de este... pequeño inconveniente.

Mi prima, a quién decido apodar loca de las greñas estiradas, asiente en respuesta y el señor Dubal sale.

—La que me va a formar —me dice— ¿sabes que este es un lugar secreto, privado, una vaina de esas? Tuve que firmar hasta un acuerdo de confidencialidad que me mandaron vía email; y resulta ser que según razón no solo lo rompí, si no que me traje a mi “prima” —me mira con reproche para luego cambiar a una expresión ansiosa— ¿viste algo sospechoso? ¿algo de lo que debas alertarme? ¿por qué te desmayaste?

Niego con la cabeza y ella, muy expresiva, no disimula su decepción

—No hay nada, solo que... es un lugar muy callado, demasiado diría yo para un lugar como este, no vi ni oí ni a un solo paciente —nos quedamos en silencio, y sé que es porque ambas nos estamos haciendo películas raras en la cabeza— lo siento, comento para cortar el mal rollo

Ella hace un gesto con la mano para restarle importancia

—¿Te quedas aquí por mí? —arruga la nariz recorriendo la habitación con la mirada— este lugar no me gusta nada; ni siquiera hay fluido eléctrico por las noches.

Niego efusivamente.

—Entonces tendrás que pagarme... —sonríe con malicia— o, mejor dicho, ellos me pagarán gracias a ti... ¿A cuál llamo primero? ¿Al chico o a la chica?

***

Es bien de mañana, una niebla fría acentúa el pequeño y marchito jardín interior donde espero, el mismo que encontré ayer en la noche cuando buscaba un lugar discreto para conversar con Emma.

Apenas pude pegar ojo después de hablar largo y tendido con ella, no fue una buena plática, fue bastante hostil y casi nos halamos las greñas; pero a pesar de que no di mi brazo a torcer y la amenacé con que ni se lo ocurriera meterse en mi vida, lo que me dijo me dio mucho que pensar; eso y que me pasé el resto de la noche atiborrándome de noticias sobre el lamentable accidente de Alexander Dave Harrison, heredero de una de las reservas naturales y minerales más grandes del continente, y que, según algunos medios, no parece estar apto para “tomar decisiones” en un momento tan crítico como lo es la inminente muerte de la actual dueña: Mary Wolf, su abuela materna.

Lo entendí inmediatamente, o al menos en parte, el padre de David quiere declararlo mentalmente inestable para gestionar la herencia él y así subastarla a las grandes trasnacionales; el precio estimado es alarmante.

Fue suficiente para mí, supe lo que debía hacer, o lo que no haría más bien; por eso estoy aquí, esperándolo.

—Vaya lugar para una cita —la voz varonil y jocosa me despierta un millar de contradictorias sensaciones

El crujir de las hojas me avisa de que está acercándose; su tenue calor corporal expande mis sentidos cuando se detiene a mis espaldas, demasiado cerca según las convenciones sociales, demasiado lejos según los deseos de mi cuerpo y mi alma

—¿No vas a mirarme? —susurra a mi oído, con una calma que se me antoja molesta, injusta.

Me doy la vuelta lentamente, intento no rozarlo, pero estamos tan cerca que es imposible. Mantengo la vista en sus botas, y encuentro cierto placer en reconocer algún estilo familiar en aquellos zapatos tan simples.

Vamos, Liena —me auto-animo— por el David que alguna vez existió, por el que quizá se esconde aun en alguna parte, tienes que hacerlo, habla.

El tacto suave de sus dedos en mi barbilla me provoca un escalofrío, levanta mi cara hacia él y me quedo perdida en la sensación de su respiración jugueteando con la mía, en la luz del tímido sol que empieza a asomarse y se refleja en esos ojos cafés casi mágicos, tan singulares.



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En el texto hay: amor, secretosdefamilia, emigrante

Editado: 23.08.2024

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