Apuestas del corazón

Capítulo 4

—¿Y ahora cómo entro? —comento frente a la enorme puerta de madera a dos hojas.

¿Cómo haré para encontrar a David? ¿para hablarle? ¿Qué hago si es cierto que no me recuerda? ¿y si resulta que sí lo hace, y solo decidió ignorarme?

¿Qué hago aquí? ¿Soy idiota o masoquista? Debería estar en la Universidad rogando para que me asignen un cuarto en la residencia después de haber declinado porque alquilaría un piso con mi novio, supuestamente...

Pienso en volverme; pero en ese justo momento un hombrecillo rechoncho, de bigote tupido y andar nervioso sale de una puerta más pequeña incrustada en una de las dos hojas de madera.

—¡Tú! —grita no más verme— ¡¿por qué llegas tan tarde?! ¡Sígueme!

Cuando vengo a darme cuenta, ya estoy dentro de aquel manicomio con estilo palacio medieval en vez de clínica mental guay como las de las películas.

Ay no ¡¿Y si piensan que soy una loca?!

Bueno, entre esto y dormir debajo de un puente, debo confesar que me tienta la idea, se respira lujo, aunque es bastante oscura y sobria.

—El de pie es a las 7.00 am, pero tú tienes que levantarte a las 5.00 am para hacer limpieza en los baños y los alrededores... —empieza a explicarme y así continúa mientras nos perdemos en un laberinto de corredores.

Ya había asumido que me había confundido con otra persona, una emigrante ilegal por lo que veo, a la que alguien “le hizo el favor” de conseguirle trabajo allí, y que por lo tanto debe estar agradecida y siempre disponible para realizar toda clase de tareas sin quejarse; porque es “de lo mejorcito” que puede aspirar alguien "sin papeles”, lo que es lo mismo que sin ningún tipo de derechos humanos o laborales. Esclavitud versión XXI plus...

Desconecto completamente, me limito a mirar a mi alrededor en busca de David o de algo que me dé una pista de donde se encuentra.

Este lugar me da claustrofobia, o quizá solo se me aprieta el pecho al saberme cada vez más cerca...

Lo entiendo entonces, por la sensación de ahogo, el palpitar en mi cabeza y el frío en mi estómago: tengo miedo, estoy aterrada ¡no quiero saber la verdad! sea la que sea...

Demasiado tarde, porque nos topamos con ellos en la próxima vuelta: David, Emma, un médico, y un hombre trajeado de unos cincuenta y tantos años están en el pasillo frente a un departamento clínico, la puerta aún abierta.

El hombrecillo sigue su camino, continúa hablando sin darse cuenta de que no lo sigo.

El hombre de traje y el doctor mantienen una conversación seria y grave, un regaño indirecto hacia David, a todas luces; pero no es eso lo que licua mis emociones hasta convertirlas en un charco de profunda tristeza, tampoco es el hecho de que Emma y David estén sentados en el banco del pasillo, ella acariciándole el cabello mientras lo observa con una mezcla de preocupación y ternura; es la visión de él: la cabeza recostada hacia atrás, la expresión cansada, apagada, vacía; y la sangre... toda la sangre que mancha las torundas en su nariz y su camisa...

Esto, de alguna forma, ¿es mi culpa...?

No sé si emití algún sonido involuntario; pero de repente todos me miran.

—¿Quién es usted? —salto en mi lugar ante la voz autoritaria del doctor— ¿Qué hace aquí?

—Yo... yo... so-soy—gagueo y voy dando pasitos hacia atrás sin dejar de ver a David— la nueva... empleada, sí —aclaro al ver que no se creen que alguien de mi evidente ascendencia latina tenga dinero suficiente para ser una paciente— la de la limpieza...

Entro en pánico al ver que David se levanta del asiento y me mira olvidando que debe mantener la cabeza alzada para evitar la hemorragia, incluso deja caer las torundas.

Me recorre un escalofrío, no me cabe dudas, me reconoce.

—Tú... —dice despacio, sus ojos me recorren, estudiándome— eres la del aeropuerto...

Da un paso impulsivo hacia mí.

—¡Alex! ¡Cálmate! —le ordena el hombre de traje interponiéndose.

No, no me reconoce, no de antes...

Algo se quiebra dentro de mí, me ahogan los recuerdos que alguna vez creí nuestros, en los que, según él, “se esconden las razones de por qué me quiere”; ¿y ahora?

Se me escapa un sonido ahogado y me doy la vuelta para irme. Salgo casi corriendo, una discusión estalla detrás de mí; tarde me doy cuenta de que alguien me sigue.

He doblado varias veces cuando me llaman.

—Liena... —me paro en seco, no supero la idea de que estas personas sepan mi nombre

Me giro hasta quedar de frente

—¿Qué quieres, Emma? —repico con bastante mala forma, no sé si a ella también le sorprende que yo sepa su nombre.

No lo parece, corre hacia mí y me apura hasta que entramos en la puerta más cercana, no tengo tiempo de estudiar el entorno antes de que vuelva a hablarme.

—Alex también viene detrás de ti—Alex, David, este tira y afloja, creo que de esta termino loca— no te recuerda producto a un accidente; por favor, no le digas nada...

Doy un paso atrás, esa mala sensación aprieta más fuerte

—¿Po... por qué?

Se acerca tan rápido que no me da tiempo a apartarme, me agarra de los hombros y me sacude levemente

—Escúchame... —habla en susurros, los ojos abiertos y el rictus de la boca en una expresión mortificada— sé que tienes muchas preguntas, pero si de verdad te importa Alex, si en verdad lo amaste, por favor, por favor, no le digas nada sin hablar conmigo antes, no si no quieres que se quede encerrado aquí para siempre— se le llenan los ojos de lágrimas— por favor, ayúdame a calmarlo, o su padre aprovechará esta ocasión para declararlo mentalmente enfermo, quitarle la herencia y deshacerse de él enterrándolo en una institución como está

¡¿Qué?! La conmoción es tan fuerte que apenas asimilo lo que me dice, no sé si es el shock, la incapacidad de aceptar que no soy nadie para él, el cansancio o el hambre, pero de repente siento el corazón latiendo en todas partes, creo estoy a punto de desmayarme.

Vuelven a abrir la puerta antes de que diga nada, es David esta vez



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En el texto hay: amor, secretosdefamilia, emigrante

Editado: 23.08.2024

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