Duérmete ya.
Las palabras recorrían mi cabeza con tanta frecuencia que hacía que me empezara a doler.
Mis ojos chocaron contra lo único visible en aquella oscura habitación, un reloj digital de pared que marcaba la una de la mañana, sus números de color rojo neón era tan intensos, que hacía que se me dilataran las pupilas como platos, acción por la cual tuve que entrecerrar los párpados; de cierta manera tenía que agradecerle a esa luz que ayudara a cerrar mis ojos para conciliar el sueño que había estado perdiendo en estos días.
Algo dentro de mí me inquietaba; con exactitud no sabía que era lo que me agobiaba, pero procedí a acomodar mi cuerpo entre las sábanas lisas que lo cubrían, listo para obedecer a las fastidiosas palabras que susurraba mi mente.
No me percaté en que momento había cerrado los ojos, pero de golpe los abrí.
Todo ante mí, en definitiva, estaba más o menos igual salvo por una cosa, intenté localizar la luz del reloj cuadrado pero ésta se había desvanecido, dejando un ambiente lúgubre; instintivamente supe que estaba parado. El frio del suelo rosaba las plantas de mis pies, la cama que me sostenía tampoco continuaba ahí, y entonces lo entendí, ya no era mi habitación donde me encontraba, aquel espacio en donde hace unos momentos dormía no existía más.
Sentí como la atmósfera estaba cambiando, haciendo más espeso todo el ambiente, creando formaciones de una densa niebla; de pronto, a cierta distancia, a unos cuantos metros entre la neblina, se comenzó a formar una esbelta figura. Su piel traslucida iluminaba su entorno.
Su rostro penetrante denotaba cierta curiosidad observando hacia la nada, como si estuviera desafiando a la misma muerte.
—Psshhh…. — Le susurré, tratando de llamar su atención.
— ¡Hey tú…! —Volví a susurrarle. Pero su vista y su atención estaban puestas en otra cosa. Comencé a recorrer con la mirada aquel escenario sombrío y hostil tratando de encontrar la causa de la rigidez de la mujer que tenía a la distancia.
De pronto mi vista captó algo, unas nebulosas de bruma espesa como las que salen de las chimeneas, comenzaron a perfilarse a unas yardas de distancia enfrente de la mujer, (cuatro nebulosas para ser exacto), desde el suelo hasta llegar a una altura promedio de un basquetbolista de la NBA; luego tomaron formas humanoides, es el termino más cercano que les podría haber dado; aquello no estaba familiarizado con mi mente.
Al cabo de unos minutos, aquellas bolas de gas oscuro habían formado casi a la perfección a cuatro seres, sus perfiles se denotaban, pero era imposible verlos a cabalidad por que la niebla que los había formado aún emanaba de ellos, serpenteando entre cada facción, cada parte, cada área de sus cuerpos.
—¡Humana estúpida! —Exclamó una de las figuras, su voz era varonil, grave, fuerte, como la de un cantante de ópera—. Vienes acá a desafiarnos, como si pudieras hacer algo para evitarlo —concretó.
— ¿Quién te has creído tú? —Dijo otra voz, pero ésta era de una tonalidad femenina, suave y fría a la vez—. Para presentarte ante nosotros, como si fuéramos cualquier cosa —apuntó.
—Creo que no te ha bastado con lo que has visto… —manifestó una tercera voz, también varonil, que a diferencia de la primera en lo único que coincidían era en eso, en lo masculino, porque ésta voz era calmada, relajante y, algo romántica al mismo tiempo—. …¿Verdad hermosa? —expresó.
La joven dio un ligero paso hacia atrás, no como acto de miedo o cobardía, sino como un reflejo para impulsarse hacia adelante.
—Vamos a tener que enseñarte una lección…. perfecta insolente — expresó en risas irónicas de repente una cuarta voz, también femenina, pero esta sufría de una ambigüedad, era juguetona y maliciosa al mismo tiempo.
En algo coincidían las cuatro voces, en todas sus tonalidades iban ascuas de maldad, cada palabra, cada pronunciación iban cargadas con rencor e ira, que para ser verdad iban muy bien con el ambiente en el cual estábamos inmersos, eso le daba más fuerza a las oraciones despectivas que acababan de lanzar contra ella.
Ahí me encontraba inerte, a un lado, a poca distancia, en medio de los dos bandos a punto de una colisión, laureados por una guerra sin precedentes, divididos solo por una línea imaginaría.
No sabía por qué, pero quería intervenir, salir corriendo al lado de la chica para protegerla de los cuatro seres, pero no pude moverme, mi corazón comenzó a latir con más fuerza. En un intento de levantar mis pies, parecían no hacerme caso, no los podía despegar del frío suelo. En un instante sentí toda una oleada de enojo subir por mi cuerpo, por la impotencia de no poder hacer nada para actuar en aquella discusión.