Aquellas noches de Julio

Capitulo VII

Sin decir nada avanzamos el uno hacia el otro, y sentí una gran sensación como de incomodidad o nervios, pero en el buen sentido, como cuando vas a salir con alguien, que sin importar que tanto lo conozcas o el gran nivel de confianza, sientes como adrenalina y emoción.  

Quedamos frente a frente y noté que él también se estaba sintiendo apenado, sin pensarlo tanto solo le dije :
—Así que... a bailar ehh. —De inmediato me dio pena ajena mi comentario. Y sentí incomodidad real.

—¿Qué te gustaría bailar? —me preguntó.

—Ni siquiera tenemos una canción. —Le fui sincera pues no había la confianza suficiente para todo eso. —Creo que preferiría cambiar de escenario; la ocasión no solo ameritaba un baile, también podía ser una caminata.

—Una caminata me parece más cómoda que él baile, entonces ¿Caminarías conmigo, Ophelia?

—Caminaría contigo, Henning.
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Le avisé a los chicos que saldría a caminar un rato con Henning, pero Leam y Fred me dijeron que me estarían siguiendo unos pasos detrás porque no sonaba muy seguro.

Caminamos hasta llegar al malecón, teniendo a mi derecha el mar, repleto de barcos y veleros; y a mi izquierda todos los grandes edificios de la ciudad, que le daban una iluminación hermosa.

—Así que, ¿De que será bueno platicar? Cosas normales no, hay que contar cosas random que pensemos. Es mejor a una charla común. -comentó Henning mientras pasaba su mirada por la maravillosa vista que teníamos.

—Comida. —respondí.

—¿Comida? ¿Qué tiene la comida? —me preguntó.

—Pues la comida de aquí es comida común, no tiene sabores extravagantes o algo realmente delicioso, solo es simple alimento. —le contesté.

—Eso no se puede negar, le falta emoción a la gastronomía de aquí. En mi país la gastronomía es algo muy importante.

—¿De donde eres? Si no es indiscreción claro. —le pregunté.

—Soy de Biella, Italia. —Me contestó con una pequeña sonrisa y nostalgia al decirlo.

—Y ¿qué haces tan lejos de tu hogar?

—De mi casa querrás decir; estoy lejos porque estoy en busca de mi hogar. —Contestó amable.

—No sabía que casa y hogar eran diferentes, crecí creyéndolos sinónimos. —le comenté

—Cualquier construcción o lugar donde puedas vivir dignamente puede ser una casa, pero hogar es más, sobre, donde te sientes en total libertad y comodidad, donde sientes seguridad no solo física, si no emocional y espiritual. —Me explicó.

—Entendí. Casa es donde sea que puedes estar, y hogar es donde, por completo, puedes ser.

Asintió con la cabeza.

—Espero logres encontrar tu hogar. —le dije con sinceridad.

—Resfriado. — dijo luego de unos segundos de mi comentario.

—¿Resfriado? —pregunté confundida

—Sí, un resfriado es lo que me dará mañana luego de estar tanto bajo la lluvia.

—Podríamos caminar bajo lugares techados si quieres.—Le propuse.

—Eso le quitaría lo especial al momento. —me contestó.

Continuamos caminando, y aunque no seguimos hablando, el ambiente se sentía muy cómodo.

De vez en cuando sentía miradas sobre mí y cuando volteaba veía a los chicos que iban pasos detrás de nosotros vigilándonos.
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La marea había subido pero se veía aún más hermosa, y la luna quedó justo en la cima del cielo. Nos detuvimos y teníamos el mar enfrente, y un edificio detrás.

En el balcón del edificio había unos chicos, como una banda, y estaban ensayando una canción. Una con un buen ritmo, MUY buen ritmo.

De pronto, sin saber que fuerza del universo o qué impulso hormonal me llevó a hacer esto: tomé a Henning de la mano y comencé a moverlo, y a moverme, sin ritmo, sin sentido.

Al ritmo de la canción, nos estamos moviendo como lombrices. Me dio vueltas sin soltarme de la mano y dábamos brinquitos mientras sonreíamos. 

Aunque comenzó a llover con más fuerza no nos detuvimos, seguimos moviéndonos de aquí para allá, carcajeándonos. Hasta que por darnos vueltas sin soltarnos, nos enredamos sin darnos cuenta.

Al impulsarnos hacia el lado contrario aún con los brazos enredados y el piso empapado por la lluvia, nos caímos.

Dolió, dolió mucho esa caída, pero las risas no faltaron.

Me ayudo a levantarme y seguíamos riendo pues no podíamos parar, aún cuando la música ya había terminado.

—Oye el clima y el hecho de reír hasta gastar todas mis cuerdas bucales, me pasarán factura mañana por la mañana. —Le dije luego de controlar mis carcajadas.

—Pero momentos así hacen que valga la pena arriesgarse, si una fuerte gripe es el precio de estas endorfinas, estoy dispuesto a pagarlo.

—Concuerdo con eso.
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Caminamos de regreso al restaurant pues, según él, mis amigos ahí se habían quedado esperándome.  Aunque nunca dejaron de seguirnos.

Llegamos a la entrada y lo distraje con unas cosas para que los chicos subieran y fingieran que estuvieron esperándome.

Luego subimos las escaleras y caminamos hasta la mesa donde ahora estaban todos. Todos se giraron a vernos.

—Chicos, el es Henning Vitale. Henning, ellos son pues mi grupo. —No me sentía segura si ellos sí me consideraban amiga, así que no me arriesgué.

—Gusto en conocerlos. —respondió Henning dedicándoles una sonrisa tímida a todos.

—Sin querer ser imprudente, ¿Cuántos años tienes? —Preguntó Sigmund

—Si es imprudente preguntarle a alguien, que ni siquiera conoces, su edad. —le susurró Mer a Sigmund en modo de regaño.

Henning si la escuchó y solo reprimió una risa.
—Tengo 17. ¿O me veo más joven? —le contestó.

—Tienes nuestra edad y te ves justo de esa forma.—le comentó Leam.

Henning y yo estábamos titiritando del frío, pues ya nuestra ropa empapada comenzaba a secarse. Los demás si habían usado paraguas o habían caminado bajo lugares techados.
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Estábamos él y yo de nuevo en el balcón.




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