La vida de E. Goldssom cambia radicalmente con la muerte de su hermano mayor.
No deseaba recordar la última conversación que compartieron, ya que fue un intercambio de palabras tortuosas, donde ambos terminaron en malos términos.
Cuando asistió la lectura del testamento no estaba del mejor humor y su estado empeoró al saber que era el único heredero, ingenuamente pensó que habría alguien de la familia que tomaría algunas partes, se equivocó.
Estaba listo por dar concluida aquella reunión amarga, hasta que el abogado leyó una cláusula del documento y lo único que sintió fue un gran escalofrío recorrer su cuerpo.
Si esto era una de las típicas bromas de su hermano, quería que terminara.
Todo estaba por cambiar y no estaba preparado para el rumbo que tomaría su vida.
…
En un pueblo a miles de kilómetros de ahí, era un día fresco cuando ella decidió ir al parque como todas las tardes, le gustaba observar a las personas, desde ancianos jugando ajedrez hasta niños correteando por todo el lugar, intentaba no pensar mucho mientras se mecía en uno de los columpios.
Estaba buscando una vía de escape, algo que la hiciera salir de su minúscula ciudad donde todos sabían su historia y la miraban de forma acusatoria. Su familia la apoyaba, aunque a veces sentía que la trataban como si fuera de cristal, uno de esos que tienen una pequeña fisura que con tan solo un golpe se rompería al instante.
Necesitaba hacer algo pronto, se conocía y a pesar de que fuera una persona resiliente, no deseaba hacer una escena donde su poca cordura la dejara en evidencia.
Había pagado un precio alto, conocía lo que era el dolor mejor que nadie, vivía con esa sensación todos los días de su vida desde aquella fatídica noche.
Así que se levantó, respiro profundo y empezó a maquinar un plan que la llevara más de su tormento personal.
Un cambio le vendría de maravilla, su mente se aferró a ese pensamiento.