Aquello que Ocultamos - Libro 1

Capítulo 3

Sentía una intensa furia crecer en mí, deseando agarrar su perfectamente peinada cabeza y sumergirla en lo más profundo de la estúpidamente costosa fuente del jardín. Me sentía engañada, y esa sensación me irritaba en niveles inimaginables.

El señor perfecto parecía disfrutar la situación, lo que solo exacerbaba mi frustración inicial. ¿Por qué no había sido sincero desde el principio? ¿Qué ganaba ocultando la verdad? ¿Le daba vergüenza ser honesto?

Estas preguntas se agolpaban en mi mente inquieta, sin encontrar respuestas claras y dejando un sabor amargo en mi boca. Sentía una mezcla de enojo, decepción e incertidumbre, sin saber cómo enfrentar la situación en la que me encontraba.

—No sé a qué se refiere con lo de “Me ha mentido” señorita Dixon.

Con voz firme, señalé al hombre frente a mí con mi dedo índice acusador.

—¡Usted...— comencé a decir — me hizo creer algo que no era cierto! El trabajo no consistía solo en cuidar a sus padres, ¡son más personas involucradas!

La evidencia de mis palabras estaba presente en las miradas curiosas que provenían de varios pares de ojos que me rodeaban. Incluso Clare, que apareció de la nada, me observaba con una ligera sonrisa en su rostro arrugado.

Era evidente que había más en juego de lo que inicialmente pensé

—Habrá sacado conclusiones erróneas — dijo sonando igual de arrogante.

—Con razón nadie dura en el trabajo, solo tenerlo como jefe es un dolor en el cul…— tosí — trasero.

El individuo de mayor estatura entre los comensales soltó una risa burlona, lo cual provocó un cambio en la expresión del hombre que tenía frente a mí. Su rostro serio reemplazó la sonrisa engañosa anterior.

—No puede hablar así de esa manera delante de todos. Es una falta de respeto —dijo con voz autoritaria.

Sin perder la compostura, le respondí con determinación:

—Permítame recordarle una vez más que aún no soy su empleada, y después de haberme engañado, no tengo muchas ganas de serlo. No tengo nada en contra de nadie —dirigí mi mirada hacia los curiosos—, simplemente su padre no mencionó que...

Antes de que pudiera terminar mi frase, el señor interrumpió de manera brusca y tosca:

—Señorita Dixon, lo mejor será que hablemos en mi despacho antes de que continúe con su incoherente verborrea.

¿Verborrea incoherente?

Solo estaba expresándome, parece ser que tampoco le gusta que hable. No le gusta nada.

—Oh, no, gracias — respondí con una sonrisa desafiante — No entraré en el despacho del diablo ni, aunque me pague lo que sea.

El hombre me observaba con una expresión que parecía querer estrangularme, lo cual solo aumentaba mi deseo de reír. Parecía que tenía muy poca paciencia para soportar unos simples comentarios.

—¿Tanto le cuesta hacer caso? — preguntó con irritación.

—¿Tanto le cuesta dejar de ser tan autoritario? — respondí sin titubear. Su ceño se frunció aún más y pude notar cómo contaba mentalmente cuántas veces lo hacía. — Parece un dictador.

Su mirada marrón intentaba intimidarme, pero yo no estaba dispuesta a ser la primera en apartar la mirada. Si esto se trataba de una batalla de orgullo, no iba a ser yo quien perdiera

—Lo mejor es que tengan esa conversación en la cocina — la voz tranquila de Clare interrumpió el tenso momento, recordándome que teníamos espectadores. —He dejado tu desayuno allá, Eros, y puedes ofrecerle algo de bebes a Eva. Así podrán llegar a un acuerdo que beneficie a ambos.

Agradecí a Clare mientras el "señor perfecto" comenzaba a caminar en la dirección por la que habíamos venido.

Lo seguí, aunque no muy contenta. Él caminaba rápido y ni siquiera se molestaba en esperarme por cortesía. Parecía querer dejar en claro la jerarquía con la que me enfrentaría.

Conforme nos acercábamos a la puerta por la que habíamos entrado, las palabras de Clare volvieron a mi mente y no pude evitar soltar un par de carcajadas.

— ¿Te llamas Eros? — Detuvo su caminata y se giró para mirarme seriamente. — Tienes el nombre del dios del amor — empecé a reír nuevamente. — Vaya ironía.

— ¿A dónde se dirige su comentario? — preguntó con gesto serio.

— Le quedaría mejor el nombre de Lucifer, va más con toda su aura oscura — solté las palabras antes de poder contenerme.

Lo vi respirar profundamente y caminar hacia mí. Estaba muy cerca, casi rozando nuestros zapatos.

— Eros no solo era el dios del amor, también lo era del deseo sexual y el sexo — dijo en tono cercano. — Usted tiene el nombre de una pecadora, si mal no recuerdo señorita Dixon. No le vendría mal leer un poco de historia.

Di un paso hacia atrás, necesitando un poco de espacio personal.

— Anotado, más tarde lo buscaré en Wikipedia — hice una mueca llena de sarcasmo, viendo su gesto de desagrado. — Sabes, he visto estatuas de Eros y déjeme decirle que no había mucho que admirar abajo —, señalé su bragueta involuntariamente. — Oh, lo siento — me mordí la mejilla interna para contener la risa por la expresión de horror en su rostro.

— Mejor no diga nada y sígame — gruñó, y aunque esperaba algún comentario de su parte, no pronunció palabra alguna.




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