CAPÍTULO 1 Mi despertador está programado para sonar en cualquier momento. Me he pasado media noche despierta, dando vueltas, contando las líneas que separan los paneles del techo y repitiendo el horario del curso mentalmente. Hay gente que cuenta ovejitas; yo planifico. Mi mente nunca deja de planificar, y hoy, el día más importante de mis dieciocho años de vida, no es ninguna excepción. —¡Tessa! —oigo gritar a mi madre desde el piso de abajo. Gruñendo para mis adentros, me obligo a salir de mi pequeña pero cómoda cama. Me tomo mi tiempo remetiendo las esquinas de las sábanas entre el colchón y la cabecera, porque ésta es la última mañana que esto formará parte de mi rutina habitual. A partir de hoy, este dormitorio ya no será mi hogar. —¡Tessa! —grita de nuevo. —¡Ya estoy levantada! —le contesto. El ruido de los armarios abriéndose y cerrándose en el piso inferior me indica que está tan asustada como yo. Tengo un nudo en el estómago y, mientras dejo caer el agua de la ducha, rezo para que la ansiedad que siento vaya disminuyendo conforme avanza el día. Toda mi vida ha consistido en una serie de tareas que me preparaban para este día, mi primer día en la universidad. Me he pasado los últimos años anticipando nerviosa este momento. Me he pasado los fines de semana estudiando y preparándome para esto mientras mis amigos salían por ahí, bebían y hacían las típicas cosas que hacen los adolescentes para meterse en líos. Yo no era así. Yo era la chica que se pasaba las noches estudiando con las piernas cruzadas en el suelo del salón con mi madre, mientras ella marujeaba frente al canal de televenta buscando nuevas maneras de mejorar su aspecto. El día que llegó mi carta de admisión a la WCU, la Universidad de Washington Central, sentí una emoción tremenda, y mi madre lloró durante horas, o eso me pareció. No puedo negar que me sentí orgullosa de que todo mi duro trabajo hubiese dado los frutos esperados. Me aceptaron en la única facultad a la que había enviado solicitud y, debido a nuestros bajos ingresos, me conceden las becas suficientes como para que los préstamos de estudios que tenga que pedir sean mínimos. Una vez consideré, por un momento, marcharme a una universidad fuera de Washington. Pero al ver que el color abandonaba el rostro de mi madre al comentárselo y la manera en la que se estuvo paseando por el salón durante casi una hora, acabé diciéndole que no me lo había planteado muy en serio. En cuanto me meto bajo la ducha, parte de la tensión desaparece de mis músculos agarrotados. Y ahí permanezco, bajo el agua caliente, intentando apaciguar mi mente, pero consiguiendo justo lo contrario, y me quedo tan absorta que cuando por fin me enjabono el cuerpo y la cabeza apenas queda agua caliente como para pasarme una cuchilla por las piernas de las rodillas para abajo. Mientras envuelvo con la toalla mi cuerpo mojado, mi madre grita mi nombre de nuevo. Sé que está de los nervios por mi primer día en la universidad, de modo que me armo de paciencia con ella, pero me tomo mi tiempo para secarme el pelo. Llevo meses planeando esto hasta el más mínimo detalle. Sólo una de nosotras puede estar histérica, y tengo que hacer todo lo posible para asegurarme de no ser yo. Me tiemblan las manos mientras intento subirme la cremallera del vestido. Me daba igual qué ponerme, pero mi madre insistió en que llevara esto. Por fin consigo abrochármela y saco mi suéter favorito del armario. Una vez vestida, me siento algo menos nerviosa, hasta que advierto un pequeño desgarro en la manga del suéter. Lo tiro sobre la cama y deslizo los pies en los zapatos, consciente de que mi madre está más impaciente a cada segundo que pasa. Mi novio, Noah, llegará pronto para venir con nosotras. Es un año más joven que yo, pero pronto cumplirá los dieciocho. Es muy inteligente y saca todo sobresalientes, como yo. Estoy muy emocionada porque también está pensando en ir a estudiar a la WCU el año que viene. Ojalá fuera este año, porque no conozco a nadie allí, pero me ha prometido que vendrá a visitarme siempre que pueda. Sólo quiero que me toque una compañera de habitación decente; es lo único que pido, y lo único que no he podido controlar en mi planificación. —¡Theresaaaa! —Mamá, ya bajo. ¡Por favor, deja de gritar mi nombre! —digo mientras bajo por la escalera. Noah está sentado a la mesa enfrente de mi madre, mirando la hora en su reloj de pulsera. El color azul de su polo combina con el azul claro de sus ojos, y lleva el pelo perfectamente peinado y ligeramente engominado. —Hola, universitaria —me saluda con una sonrisa perfecta y amplia mientras se pone de pie. Me abraza con fuerza y yo cierro la boca al percibir la excesiva cantidad de colonia que se ha echado. Sí, a veces se pasa un poco con eso. —Hola. —Le sonrío con la misma intensidad, intentando ocultar mi nerviosismo, y recojo mi pelo rubio oscuro en una cola de caballo. —Cielo, podemos esperar un par de minutos para que te peines —dice mi madre tranquilamente. Me acerco al espejo y asiento; tiene razón. Mi pelo tiene que estar presentable hoy, y, por supuesto, ella no ha dudado en recordármelo. Debería habérmelo rizado como a ella le gusta, a modo de regalo de despedida. —Voy a ir metiendo tus maletas en el coche —ofrece Noah abriendo la palma de la mano para que mi madre le dé las llaves. Me da un beso en la mejilla y desaparece de la habitación con el equipaje en la mano. Mi madre va detrás de él. Mi segundo intento de peinarme acaba con un resultado mejor que el primero. Luego me paso el rodillo quitapelusas por el vestido gris por última vez. Cuando salgo y me aproximo al coche, cargado con mis cosas, las mariposas de mi estómago empiezan a revolotear, y me alivia pensar que nos esperan dos horas de viaje para conseguir que desaparezcan. No tengo ni idea de cómo será la universidad, y de repente la pregunta que sigue dominando mis pensamientos es: « ¿Haré amigos allí?» . CAPÍTULO 2 Ojalá pudiera decir que el ambiente familiar del centro de Washington me ha relajado durante el tray ecto, o que el sentido de la aventura ha ido apoderándose de mí a cada señal que indicaba que estábamos cada vez más cerca de la Washington Central. Pero la verdad es que me he pasado el viaje planificando y obsesionándome. Ni siquiera estoy segura de qué estaba diciendo Noah, pero sé que estaba intentando darme ánimos y emocionado por mí. —¡Ya hemos llegado! —chilla mi madre cuando cruzamos el arco que da acceso al campus. En la realidad, la universidad es igual de magnífica que en los folletos y en la página web, y me quedo impresionada al instante al ver los elegantes edificios de piedra. Cientos de personas —padres que se despiden de sus hijos con besos y abrazos, grupos de estudiantes de primer curso ataviados de los pies a la cabeza con el uniforme de la WCU, y unos cuantos rezagados perdidos y confundidos— inundan el área. El tamaño del campus intimida, pero espero que al cabo de unas pocas semanas me sienta y a como en casa. Mi madre insiste en acompañarme a la charla de orientación para novatos. Consigue mantener una sonrisa en la cara durante las tres horas que dura la sesión, y Noah escucha con atención, igual que yo. —Me gustaría ver tu dormitorio antes de irnos —dice mi madre cuando todo ha terminado—. Quiero asegurarme de que todo está correcto. Observa el viejo edificio con una mirada de desaprobación. Tiene la costumbre de sacarle defectos a todo. Noah sonríe, para calmar el ambiente, y mi madre vuelve a animarse. —¡No me puedo creer que estés en la facultad! Mi única hija, estudiante universitaria, viviendo por su cuenta. No me lo puedo creer —gimotea mientras se da unos toquecitos con un pañuelo para secarse las lágrimas sin arruinarse el maquillaje. Noah nos sigue con mis maletas mientras recorremos el pasillo. —Es la B22…, estamos en el pasillo C —les digo. Por suerte, veo una « B» enorme pintada en la pared—. Es por aquí —señalo al tiempo que mi madre empieza a volverse hacia el lado contrario. Me alegro de haber traído sólo unas cuantas prendas de ropa, una manta y algunos de mis libros favoritos. Así, Noah no tiene que cargar demasiado y yo no tendré mucho que sacar. —B22 —resopla mi madre. Sus tacones son extremadamente altos para todo lo que estamos andando. Al final del largo pasillo, introduzco la llave en la vieja puerta de madera y, cuando ésta se abre, mi madre sofoca un grito de espanto. La habitación no es muy grande, hay dos camas minúsculas, un armario, una pequeña cómoda y dos escritorios. Al cabo de un instante, mi mirada se desvía hacia el origen de su sorpresa: un lado del cuarto está repleto de pósteres de bandas de música de las que ni siquiera he oído hablar, y los rostros y los cuerpos que se muestran en ellos están cubiertos de piercings y tatuajes. Además, hay una chica tumbada en la cama. Tiene el pelo rojo intenso, la ray a del ojo de casi un dedo de grosor, y los brazos llenos de llamativos tatuajes. —Eh —dice sonriendo. Para mi sorpresa, encuentro su sonrisa bastante fascinante—. Soy Steph. Se incorpora apoy ándose sobre los codos, de manera que sus pechos quedan apretados contra su top cerrado con lazos, y le doy un golpecito a Noah en el pie cuando sus ojos se centran en ellos. —Eh… Yo soy Tessa —respondo olvidando todos mis modales. —Hola, Tessa, encantada de conocerte. Bienvenida a la WCU, donde las habitaciones son pequeñas pero las fiestas son enormes. La sonrisa de la chica de pelo carmesí se intensifica. Inclina la cabeza hacia atrás, riendo, hasta que asimila las tres expresiones de horror que tiene delante. Mi madre está tan boquiabierta que la mandíbula inferior casi le roza la moqueta, y Noah se revuelve nervioso. Entonces, Steph se acerca, acortando el espacio que nos separa, y me rodea con sus delgados brazos. Me quedo paralizada por un instante, sorprendida ante su afecto, pero le devuelvo el amable gesto. Oigo unos golpes en la puerta justo cuando Noah deja caer mi equipaje al suelo, y no puedo evitar esperar que esto sea una especie de broma. —¡Pasad! —grita mi nueva compañera de habitación. La puerta se abre y dos chicos entran antes de que ella termine de invitarlos. ¿Chicos en los dormitorios femeninos ya el primer día? Tal vez, escoger la WCU hay a sido una mala decisión. O tal vez hay a una manera de cambiar de compañera de cuarto. Por la expresión de angustia que refleja el rostro de mi madre, veo que sus pensamientos van en la misma dirección que los míos. Parece que la pobre mujer vaya a desmay arse de un momento a otro. —Eh, ¿eres la compañera de Steph? —pregunta uno de los chicos. Tiene el pelo rubio de punta, y hay zonas en las que se ve que en realidad lo tiene castaño. Sus brazos están llenos de tatuajes, y los pendientes que luce en la oreja son del tamaño de una moneda de cinco centavos. —Eh…, sí. Me llamo Tessa —consigo articular. —Yo soy Nate. Relájate —añade él con una sonrisa al tiempo que alarga el brazo para tocarme el hombro—. Esto te va a encantar. —Su expresión es cálida y amistosa, a pesar de su apariencia hostil. —Estoy lista, chicos —dice Steph mientras coge un bolso negro y pesado de la cama. Desvío la mirada hacia el chico alto y castaño que está apoyado contra la pared. Su pelo es como una fregona, lleno de rizos gruesos apartados de su frente, y lleva un piercing en la ceja y otro en el labio. Desciendo la vista hacia su camiseta negra y hacia sus brazos, también tatuados. No tiene ni un centímetro de piel sin decorar. A diferencia de los tatuajes de Steph y Nate, los suyos parecen ser todos en tonos negros, grises y blancos. Es alto y delgado, y sé que debo de estar mirándolo de una manera bastante grosera, pero no puedo apartar los ojos de él. Espero que se presente como han hecho sus amigos; no obstante, permanece callado. Pone los ojos en blanco con fastidio y se saca el móvil del bolsillo de sus estrechos vaqueros negros. Definitivamente no es tan simpático como Steph o Nate. Pero me llama más la atención. Tiene algo que hace que me cueste apartar la vista de su rostro. Apenas soy consciente de que Noah me está observando, hasta que por fin aparto la mirada y finjo que lo miraba porque me había quedado pasmada. Porque lo hacía por eso, ¿no? —Nos vemos, Tessa —dice Nate, y los tres salen de la habitación. Dejo escapar un largo suspiro. Decir que los últimos minutos han sido incómodos es quedarse corto. —¡Pediremos que te cambien de cuarto! —ruge mi madre en cuanto la puerta se cierra. —No, no puede ser —suspiro—. No pasa nada, mamá. —Hago todo lo que puedo por ocultar mi nerviosismo. No sé si funcionará, pero lo último que necesito es que la controladora de mi madre me monte una escena el primer día de universidad—. Seguro que no pasa mucho tiempo por aquí de todos modos — digo en un intento de convencerla, a ella y a mí misma. —De eso, nada. Vamos a pedir el cambio ahora mismo. —Su impoluto aspecto contrasta con la furia que refleja su rostro; lleva el pelo largo y rubio recogido sobre uno de sus hombros, pero todos sus rizos se mantienen perfectamente intactos—. No vas a compartir habitación con alguien que deja que entren los hombres de esa manera, ¡y menos con esas pintas! Me quedo mirando sus ojos grises, y después miro a Noah. —Mamá, por favor, esperemos a ver qué pasa. Por favor —le ruego. No quiero ni imaginarme el jaleo que se armaría al intentar cambiarme de habitación en el último minuto. Y lo humillante que sería. Mi madre echa un vistazo al cuarto de nuevo. Observa la decoración del lado de Steph y resopla de manera teatral. —Está bien —dice a regañadientes para mi sorpresa—. Pero tú y yo vamos a tener una pequeña charla antes de que me marche. CAPÍTULO 3 Una hora después, tras las advertencias de mi madre sobre los peligros de las fiestas y los estudiantes masculinos (usando un lenguaje que tanto a Noah como a mí nos ha resultado bastante incómodo oír de su boca), por fin se dispone a marcharse. Como de costumbre, me da un abrazo rápido y un beso, sale del cuarto e informa a Noah de que lo esperará en el coche. —Echaré de menos tenerte por ahí todos los días —me dice él con ternura, y me estrecha entre sus brazos. Inhalo su colonia, la que le regalé dos Navidades seguidas, y suspiro. Parte de su intensa esencia se ha evaporado, y entonces me doy cuenta de que echaré de menos esa fragancia y la seguridad y la familiaridad que me transmite, por mucho que me haya quejado de ella. —Yo también te echaré de menos, pero hablaremos todos los días —le prometo, y aprieto los brazos alrededor de su torso y entierro la cabeza en su cuello—. Ojalá empezaras aquí este año también. Noah mide sólo unos centímetros más que yo, pero me gusta que no sea mucho más alto. Mi madre solía bromear conmigo cuando era pequeña y decía que un hombre crece dos centímetros por cada mentira que dice. Mi padre era bastante alto, de modo que no voy a poner en duda su lógica. Noah acaricia mis labios con los suyos…, y entonces oigo el claxon del coche en el aparcamiento. Mi novio se ríe y se aparta de mí. —Tu madre es muy persistente. —Me da un beso en la mejilla y se apresura a salir por la puerta mientras grita—: ¡Te llamo esta noche! Una vez sola, pienso en su presurosa salida durante un instante y empiezo a deshacer las maletas. Poco después, la mitad de mi ropa está perfectamente doblada y guardada en un cajón de la pequeña cómoda; el resto está colgada en el armario. Hago una mueca de dolor al ver la cantidad de prendas de cuero y de estampado animal que llenan el de mi compañera. Aun así, la curiosidad se apodera de mí y me sorprendo pasando el dedo por un vestido confeccionado con una especie de metal y por otro cuyo tejido es tan fino que es prácticamente inexistente. Al sentir los primeros síntomas de agotamiento tras las emociones del día, me tumbo en la cama. Una extraña sensación de soledad comienza a apoderarse de mí, y no ayuda en nada que mi compañera de cuarto se hay a ido, por muy incómoda que me hagan sentir sus amigos. Tengo la impresión de que no pasará mucho tiempo por aquí, o, peor aún, que tendrá invitados con demasiada frecuencia. ¿Por qué no podía tocarme una chica a la que le gustase leer y estudiar? Supongo que podría ser algo positivo, porque tendré la pequeña habitación para mí sola, pero todo esto me da mala espina. Hasta ahora, la universidad no está siendo como yo imaginaba o esperaba que fuera. No obstante, me recuerdo a mí misma que sólo llevo unas horas aquí. Mañana será mejor. Tiene que serlo. Cojo mi agenda y mis libros de texto, relleno mi horario con las asignaturas del semestre y anoto las posibles entrevistas para el club de literatura al que quiero apuntarme; todavía no lo tengo decidido, pero he leído las opiniones de algunos estudiantes y me gustaría informarme un poco más. Quiero intentar buscar a un grupo de gente con intereses similares a los míos con los que charlar. No espero hacer muchos amigos, sólo los justos con los que poder quedar e ir a comer de vez en cuando. Planeo una excursión fuera del campus para mañana, y así comprar algunas cosas que necesito para el cuarto. No quiero atestar mi lado de la habitación como lo ha hecho Steph, pero me gustaría añadir algunas cosas mías para sentirme un poco más como en casa en este espacio con el que no estoy familiarizada. El hecho de no tener coche todavía me dificultará un poco las cosas. Cuanto antes consiga uno, mejor. Tengo bastante dinero entre las estrenas que me dieron por mi graduación y los ahorros que conseguí trabajando en una librería en verano, pero no estoy segura de querer sufrir el estrés que supone tener un coche ahora mismo. El hecho de vivir en el campus me proporciona acceso total al transporte público, y ya he estado investigando un poco las líneas de autobús. Mientras pienso en los horarios, las chicas pelirrojas y los chicos poco amistosos repletos de tatuajes, me quedo dormida con la agenda en la mano. A la mañana siguiente, Steph no está en su cama. Me gustaría conocerla, pero eso va a ser difícil si nunca está. Quizá uno de los chicos que estaban ayer con ella era su novio. Por su bien, espero que sea el rubio. Cojo mi bolsa de aseo y me dirijo a las duchas. Puedo decir ya que una de las cosas que menos me va a gustar de vivir en una residencia de estudiantes va a ser el momento de la ducha. Ojalá las habitaciones tuviesen su propio cuarto de baño. Bueno, es incómodo, pero al menos no serán mixtas. O… eso pensaba yo (y ¿quién no lo pensaría?). Cuando llego a la puerta convencida, veo que hay dos figuras impresas en el cartel, una masculina y una femenina. « Uf.» No me puedo creer que permitan esto. Y no me puedo creer que no ley ese nada al respecto cuando estaba investigando sobre la WCU. Veo una ducha abierta y paso apresuradamente entre los chicos y las chicas semidesnudos, corro la cortina hasta que está bien cerrada, me desvisto y dejo la ropa en el colgador exterior palpando a ciegas con la mano al otro lado de la cortina. El agua tarda demasiado tiempo en calentarse, y durante todo ese rato estoy temiéndome que alguien abra la fina cortina que separa mi cuerpo desnudo del resto de los chicos y las chicas presentes. Todo el mundo parece sentirse cómodo con los cuerpos semidesnudos de ambos géneros paseándose por ahí; de momento, la vida universitaria me está resultando muy extraña, y sólo llevo aquí dos días. La ducha individual es minúscula y apenas hay espacio suficiente para poder estirar los brazos por delante de mí. Mi mente viaja hasta Noah y mi vida en casa. Distraída, me vuelvo, le doy con el codo a la ropa y la tiro al suelo mojado. El agua cae sobre ésta y la empapa por completo. —¡Venga y a! —gruño para mí mientras cierro el grifo del agua con rabia y me envuelvo con la toalla. Recojo la pila de prendas empapadas y corro por el pasillo, esperando con todas mis fuerzas que nadie me vea. Llego a mi cuarto, introduzco la llave en la cerradura y me relajo al instante en cuanto cierro la puerta al entrar. Hasta que me vuelvo y veo al chico castaño, tatuado y grosero tirado sobre la cama de Steph. CAPÍTULO 4 —Esto… ¿Dónde está Steph? —Intento que mi tono suene autoritario, pero mi voz surge más como un alarido. Me aferro con las manos a la suave tela de la toalla y compruebo al instante que ésta cubre perfectamente mi cuerpo desnudo. El chico me mira y las comisuras de sus labios se curvan ligeramente hacia arriba, pero no dice nada. —¿No me has oído? Te he preguntado dónde está Steph —repito, intentando sonar algo más amable esta vez. La expresión de su rostro se intensifica y finalmente farfulla: —No lo sé. —Y se vuelve hacia la pequeña pantalla plana que hay sobre la cómoda de Steph. « ¿Qué está haciendo aquí? ¿Es que no tiene su propia habitación?» Me muerdo la lengua para intentar guardarme mis groseros comentarios. —Vale. Bueno, ¿te importaría… irte o algo para que pueda vestirme? Ni siquiera se ha dado cuenta de que estoy envuelta en una toalla. O tal vez sí, pero le da lo mismo. —No seas tan creída, no pienso mirarte —me suelta, y se vuelve y se cubre la cara con las manos. Tiene un pronunciado acento inglés que no había notado antes. Probablemente porque ni siquiera se dignó hablarme el día anterior. Sin saber muy bien cómo responder a su grosería, resoplo y me dirijo a la cómoda. Tal vez no es heterosexual, y quizá es a eso a lo que se ha referido con lo de « no pienso mirarte» . Es eso, o que me encuentra poco atractiva. Me pongo rápidamente un sujetador y unas bragas y después una sencilla blusa blanca y unos shorts de color caqui. —¿Has acabado ya? —pregunta agotando la poca paciencia que me quedaba. —¿Por qué eres tan desagradable? Yo no te he hecho nada. ¡¿Qué narices te pasa?! —grito mucho más alto de lo que pretendía hacerlo. Sin embargo, a juzgar por la sorpresa que se refleja en el rostro del intruso, mis palabras han surtido el efecto deseado. Me observa en silencio durante unos momentos. Espero una disculpa por su parte…, pero de repente se echa a reír. Tiene una risa profunda, y casi sería un sonido encantador si él no fuese tan antipático. Unos hoyuelos aparecen en sus mejillas mientras continúa desternillándose, y yo me siento como una idiota absoluta, sin saber muy bien qué decir o qué hacer. No me gustan los conflictos, y este chico tiene pinta de ser la última persona con la que me interesa iniciar una pelea. La puerta se abre entonces y Steph irrumpe en la habitación. —Siento llegar tarde. Tengo una resaca de mil demonios —anuncia dramáticamente, y nos mira a ambos—. Perdona, Tess, olvidé decirte que Hardin se pasaría por aquí —dice, y se encoge de hombros a modo de disculpa. Me gustaría pensar que Steph y y o podemos llegar a un acuerdo de convivencia, e incluso establecer una especie de amistad, pero con su elección de amistades y sus juergas nocturnas, ya no lo tengo tan claro. —Tu novio es un grosero. —Las palabras escapan de mi boca antes de que pueda detenerlas. Steph mira al chico. Y entonces ambos se echan a reír. ¿Por qué no para de reírse de mí esta gente? Están empezando a tocarme las narices. —¡Hardin Scott no es mi novio! —exclama ella muerta de risa. Se relaja un poco, se vuelve hacia el tal Hardin y lo mira con el ceño fruncido—. ¿Qué le has dicho? —Después me mira a mí—: Hardin tiene una… una manera muy particular de conversar. Genial. Así que básicamente lo que quiere decir es que Hardin es, sencillamente, una persona grosera por naturaleza. El inglés se encoge de hombros y cambia de canal con el mando que tiene en la mano. —Esta noche hay una fiesta; deberías venir con nosotros, Tessa —me dice ella. Ahora ha llegado mi turno de reír. —No me van mucho las fiestas. Además, tengo que ir a comprar algunas cosas para mi escritorio y mis paredes. Miro a Hardin, que, por supuesto, actúa como si ninguna de las dos estuviésemos presentes. —Venga…, ¡es sólo una fiesta! Ahora estás en la universidad, una fiesta no te hará daño —insiste Steph—. Oye, y ¿cómo vas a ir a comprar? Creía que no tenías coche. —Iba a coger el autobús. Además, no puedo ir a una fiesta, no conozco a nadie todavía —digo, y Hardin se ríe de nuevo, indicándome de manera sutil que prestará sólo la suficiente atención como para mofarse de mí—. Pensaba quedarme a leer y a hablar con Noah por Skype. —¡Ni se te ocurra coger el autobús un sábado! Van a tope. Él puede llevarte de camino a casa…, ¿verdad, Hardin? Y en la fiesta estaré y o, y a mí sí me conoces. Venga, ven…, por favor… —Une las manos dramáticamente como si me lo estuviera rogando. Sólo hace un día que la conozco, ¿debería fiarme de ella? Entonces me viene a la cabeza lo que mi madre me advirtió sobre las fiestas. Steph parece bastante agradable, por la poca interacción que he tenido con ella, pero ¿una fiesta? —No lo sé… y, no, no quiero que Hardin me lleve en coche a la tienda — digo. Él se da la vuelta sobre la cama de Steph con una expresión burlona. —¡Ay, qué pena! Estaba deseando pasar el rato contigo —responde secamente y de una manera tan sarcástica que me dan ganas de tirarle un libro a su cabeza rizada—. Venga, Steph, sabes que esta chica no va a aparecer por la fiesta —dice riéndose con su marcado acento. Mi lado curioso, que es bastante grande, se muere por preguntarle de dónde es. Pero mi lado competitivo quiere demostrar que este engreído insufrible se equivoca. —Pues ahora que lo dices, sí, iré —replico con la sonrisa más dulce que consigo esbozar—. Será divertido. Hardin sacude la cabeza con incredulidad y Steph chilla de alegría y me envuelve con sus brazos para darme un fuerte apretón. —¡Bien! ¡Lo pasaremos genial! —exclama. Y una gran parte de mí empieza a rezar para que tenga razón. CAPÍTULO 5 Siento un gran alivio cuando Hardin se marcha por fin para que Steph y yo podamos hablar de la fiesta. Necesito más detalles para calmar mis nervios, y tenerlo a él cerca no ayuda. —¿Dónde es esa fiesta? ¿Se puede ir andando? —le pregunto intentando sonar lo más tranquila posible mientras coloco mis libros ordenadamente en la estantería. —Técnicamente, es una fiesta de fraternidad, y acudirá una de las fraternidades más importantes. —Abre la boca como un pez mientras se aplica más rímel en las pestañas—. Se celebra fuera del campus, así que no iremos andando, pero Nate vendrá a recogernos. Me alegro de que no sea Hardin, aunque sé que también irá. La idea de ir en un coche con él me resulta insoportable. ¿Por qué es tan grosero? En todo caso, debería estar agradecido de que no lo juzgue por la manera en la que ha destruido su cuerpo con tantos agujeros y tatuajes. Vale, puede que lo esté juzgando un poco, pero al menos no en su cara. Al menos yo respeto nuestras diferencias. En mi casa, los tatuajes y los piercings no son algo normal. Siempre he llevado el pelo peinado, las cejas depiladas y la ropa limpia y planchada. La verdad es ésa. —¿Me oy es? —me pregunta Steph interrumpiendo mis pensamientos. —Perdona…, ¿qué? —No me había dado cuenta de que mi mente se había desviado hasta el chico grosero. —He dicho que vamos a prepararnos. Quiero que me ayudes a elegir qué ponerme —dice. Los vestidos que selecciona son tan poco apropiados que no paro de mirar a mi alrededor buscando una cámara oculta y de esperar que de repente alguien aparezca de ninguna parte y me diga que todo ha sido una broma. Hago una mueca de horror al verlos todos y ella se ríe. Al parecer, le hace gracia que no me gusten. El vestido (o, mejor dicho, el harapo) que elige al final es una rejilla negra que deja ver el sujetador. Lo único que evita que enseñe todo el cuerpo son unas bragas asimismo negras. La falda apenas llega a cubrirle la parte superior de los muslos, y ella no para de subirse más la tela para mostrar más pierna, y luego tira de la parte superior hacia abajo para mostrar más escote. Los tacones de sus zapatos miden al menos diez centímetros de altura. Se recoge el pelo rojo como el fuego en un moño desenfadado con algunos mechones sueltos que caen sobre sus hombros y se pinta una gruesa raya en los ojos con lápiz azul y negro. No creía que fuera posible ponerse más eyeliner del que ya luce habitualmente. —¿Te dolieron los tatuajes? —pregunto mientras saco mi vestido granate favorito. —El primero que me hicieron sí, pero no tanto como la gente cree. Es como un montón de picaduras de abeja —dice quitándole importancia. —Eso suena horrible —contesto, y se echa a reír. Entonces pienso que probablemente yo le resulte tan rara como ella a mí. Y el hecho de que ambas seamos extrañas para la otra se me antoja curiosamente reconfortante. Se queda boquiabierta al ver mi vestido. —No irás a ponerte eso, ¿verdad? Deslizo la mano por la tela. Es el vestido más bonito que tengo, es mi preferido, y la verdad es que no tengo muchos. —¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? —pregunto, intentando ocultar lo ofendida que me siento. El tejido granate es suave pero resistente, como el de los trajes de negocios, con el cuello alto y cerrado y las mangas de tres cuartos que me llegan justo hasta debajo de los codos. —Nada…, sólo que… es muy largo —dice. —Sólo me cubre hasta debajo de la rodilla. —No sé si es consciente de que me ha ofendido o no, pero por alguna razón no quiero que lo sepa. —Es bonito —añade—. Es sólo que me parece demasiado formal para una fiesta. Si quieres, te presto algo mío —dice con toda la sinceridad del mundo. Me encojo ante la idea de intentar embutirme en uno de sus minúsculos vestidos. —Gracias, Steph, pero prefiero llevar éste —digo, y enchufo las tenacillas. CAPÍTULO 6 Más tarde, una vez que mi melena está perfectamente rizada y cayendo sobre mi espalda, me coloco dos horquillas, una a cada lado, para que el pelo no me caiga sobre la cara. —¿Quieres que te preste un poco de maquillaje? —pregunta Steph, y yo me miro al espejo de nuevo. Mis ojos siempre parecen demasiado grandes para mi cara, pero prefiero llevar cuanto menos maquillaje mejor, y normalmente sólo me aplico algo de rímel y brillo de labios. —¿Me pinto un poco la raya? —digo, poco convencida. Con una sonrisa, Steph me pasa tres lápices: uno morado, uno negro y uno marrón. Los hago rodar entre mis dedos y dudo entre el negro y el marrón. —El morado quedaría genial con tu color de ojos —observa, y yo sonrío pero niego con la cabeza—. Tienes unos ojos extraordinarios. ¿Nos los cambiamos? — bromea. Sin embargo, ella tiene unos preciosos ojos verdes, ¿por qué iba a querer cambiármelos? Cojo el lápiz negro y me pinto una línea lo más fina posible alrededor de los ojos. Steph sonríe con orgullo. Entonces, su móvil empieza a vibrar y lo saca del bolso. —Nate ya está aquí —dice. Cojo mi bolso, me aliso el vestido y me pongo mis zapatillas Toms planas y blancas. Ella las mira, pero no dice nada. Nate nos espera delante del edificio, con la música heavy sonando a todo volumen a través de las ventanas abiertas de su coche. No puedo evitar mirar a todas partes para ver si alguien nos está observando. Agacho la cabeza y, cuando levanto la vista, veo a Hardin sentado en el asiento delantero. Debía de estar agachado cuando hemos salido. « En fin…» —Señoritas —nos saluda Nate. Hardin me mira mientras me meto en el coche detrás de Steph, y acabo sentada justo detrás de él. —Eres consciente de que vamos a una fiesta, no a misa, ¿verdad, Theresa? — dice. Miro el retrovisor derecho y veo una sonrisa burlona en su cara. —No me llames Theresa, por favor. Prefiero Tessa —lo aviso. Además, ¿cómo sabe mi nombre? El nombre de Theresa me recuerda a mi padre, y preferiría no oírlo. —Claro, Theresa —replica. Me dejo caer contra el respaldo y pongo los ojos en blanco. Decido no seguir discutiendo con él. No merece la pena. Me quedo mirando por la ventana, intentando bloquear el estruendo de la música mientras avanzamos. Finalmente, Nate aparca al lado de una calle bulliciosa repleta de casas enormes y aparentemente idénticas. El nombre de la fraternidad está escrito en letras negras, pero no distingo las palabras porque las enredaderas que trepan por la enorme vivienda que tenemos delante las ocultan. Largas tiras de papel higiénico se extienden por toda la casa blanca, y el ruido que emana desde el interior pone la guinda a la estereotípica casa de la fraternidad. —Es enorme. ¿Cuánta gente habrá aquí? —digo tragando saliva. El jardín está lleno de chicos y chicas con vasos rojos de plástico en la mano, y algunos de ellos están bailando, directamente ahí, sobre el césped. Me siento totalmente fuera de lugar. —Un montón. Vamos —responde Hardin al tiempo que baja del coche y cierra dando un portazo. Desde el asiento de atrás veo cómo varias personas chocan o le dan la mano a Nate, pasando de Hardin. Lo que me sorprende es que los demás no están repletos de tatuajes como él, Nate y Steph. A lo mejor, después de todo, voy a poder hacer algunos amigos esta noche. —¿Vienes? —Steph me sonríe, abre la puerta y sale del coche. Asiento casi para mí misma, salgo a mi vez y me aliso el vestido de nuevo. CAPÍTULO 7 Hardin ya ha entrado en la casa y ha desaparecido de mi vista, cosa que me parece estupenda, porque quizá ya no tenga que volver a verlo en lo que queda de noche. Teniendo en cuenta la cantidad de personas que hay en este lugar, seguramente no lo haga. Sigo a Steph y a Nate hacia el atestado salón y me entregan un vaso rojo. Me vuelvo para rechazarlo con un educado « No, gracias» , pero es demasiado tarde, y no tengo ni idea de quién me lo ha dado. Lo dejo sobre una superficie y sigo recorriendo la casa con ellos. Nos detenemos cuando llegamos junto a un grupo de gente apiñada alrededor de un sofá; doy por hecho que son los amigos de Steph, dada su apariencia. Todos llevan tatuajes, como ella, y están sentados en fila en el sofá. Por desgracia, Hardin está sentado en uno de los brazos, pero evito mirarlo mientras Steph me presenta al grupo. —Ésta es Tessa, mi compañera de habitación. Llegó ayer, así que quiero que se lo pase bien en su primer fin de semana en la WCU —explica. Uno por uno, me saludan con la cabeza o me sonríen. Todos ellos parecen simpáticos, excepto Hardin, por supuesto. Un chico muy atractivo con la piel aceitunada me tiende la mano y estrecha la mía. La tiene algo fría por la bebida que estaba sosteniendo, pero su sonrisa es cálida. La luz se refleja en su boca, y me parece atisbar algo de metal en su lengua, pero cierra los labios demasiado rápido como para estar segura. —Soy Zed. ¿Cuál es tu especialidad? —me pregunta. Advierto que repasa con la mirada mi recatado vestido y sonríe ligeramente pero no dice nada. —Filología —digo sonriendo con orgullo. Hardin resopla en señal de burla, pero finjo no oírlo. —Genial —dice Zed—. A mí me van las flores. —Se echa a reír y y o me río también. « ¿Las flores? —me digo—. ¿Qué demonios significa eso?» —¿Quieres tomar algo? —añade antes de que pueda preguntarle por lo de las flores. —No, no bebo —contesto, y él intenta ocultar su sonrisa. —Tenía que ser Steph quien trajera a la señorita Remilgada a una fiesta — dice entonces entre dientes una chica menuda con el pelo rosa. Finjo no oírla para evitar cualquier tipo de enfrentamiento. ¿« Señorita Remilgada» ? Yo no soy en absoluto remilgada, pero me he esforzado y he estudiado mucho para llegar a donde estoy y, puesto que mi padre nos abandonó, mi madre ha estado trabajando toda su vida para asegurarse de que yo tenía un buen futuro. —Voy a tomar un poco el aire —digo, y giro sobre mis talones para marcharme. Tengo que evitar escenitas en las fiestas a toda costa. No quiero crearme enemigos cuando aún no tengo ningún amigo. —¡¿Quieres que vaya contigo?! —grita Steph a mis espaldas. Niego con la cabeza y me dirijo a la puerta. Sabía que no debería haber venido. Debería estar en pijama, acurrucada con una novela ahora mismo. O podría estar hablando por Sky pe con Noah, a quien echo muchísimo de menos. Incluso dormir sería mejor opción que estar sentada fuera de esta horrible fiesta rodeada de un montón de extraños borrachos. Decido mandarle un mensaje a Noah y me acerco a un rincón del jardín que parece menos masificado. Te e c h o d e m e no s. D e m om e nto, la u nive rsida d no m e e stá r e su lta nd o m uy dive r tida . Le doy a « Enviar» y me siento en un muro bajo de mampostería para esperar su respuesta. Un grupo de chicas borrachas pasan por delante de mí, entre risitas y tropezando con sus propios pies. Noah responde al instante: ¿P o r q ué n o ? Yo ta m bié n te e c ho de m e nos, Te ssa . O j a lá p ud ie r a e sta r a hí c on tig o. Sonrío al leer sus palabras. —¡Mierda, perdona! —dice una voz masculina, y un segundo después siento cómo un líquido frío empapa la parte delantera de mi vestido. El tipo tropieza, se incorpora y se apoy a contra el muro bajo—. Lo siento, de verdad —farfulla, y se sienta. Esta fiesta va de mal en peor. Primero esa chica me llama remilgada, y ahora tengo el vestido empapado con sabe Dios qué clase de alcohol. Y apesta. Suspiro, cojo mi móvil y entro en la casa en busca de un cuarto de baño. Me abro paso entre el atestado vestíbulo y pruebo a abrir todas las puertas que me encuentro por el camino, pero están todas cerradas. Intento no pensar en qué está haciendo la gente en esas habitaciones. Me dirijo al piso de arriba y continúo mi búsqueda del baño. Por fin, una de las puertas se abre. Por desgracia, no es un baño. Es un dormitorio y, para mayor desgracia para mí, Hardin está tumbado sobre la cama, con la chica del pelo rosa a horcajadas sobre su regazo, cubriéndole la boca con la suya. CAPÍTULO 8 La chica se vuelve y me mira mientras yo intento mover los pies, pero éstos no me obedecen. —¿Puedo ayudarte en algo? —pregunta con cinismo. Hardin se incorpora, con ella todavía sobre su torso. Su rostro no refleja diversión ni vergüenza. Debe de hacer estas cosas constantemente. Debe de estar acostumbrado a que lo sorprendan en casas de fraternidades practicando sexo con chicas extrañas. —Esto…, no. Perdón, yo… Estoy buscando un baño, alguien me ha tirado la bebida encima —me explico rápidamente. Qué situación tan incómoda. La chica pega la boca contra el cuello de Hardin y aparto la mirada. Estos dos son tal para cual. Ambos tatuados y ambos groseros. —Muy bien —dice—. Pues sigue buscando. Pone los ojos en blanco y y o asiento y salgo de la habitación. Cuando la puerta se cierra, apoy o la espalda contra ella. Hasta ahora, la universidad no está resultando ser nada divertida. No consigo comprender cómo una fiesta como ésta puede considerarse algo divertido. En lugar de intentar encontrar el baño, decido ir a buscar la cocina y lavarme allí. Lo último que quiero es abrir otra puerta y ver a más universitarios borrachos y con las hormonas a flor de piel unos sobre otros. De nuevo. Encuentro la cocina con bastante facilidad, pero se encuentra plagada de gente, ya que la mayor parte del alcohol está en cubos con hielo sobre la encimera, y las cajas de pizza están apiladas sobre los bancos. Tengo que estirar el brazo por encima de una chica morena que está vomitando en la pila para coger un poco de papel absorbente y mojarlo. Mientras me lo paso por el vestido, las pequeñas fibras blancas de celulosa del papel barato cubren la parte mojada, empeorando el problema. Frustrada, gruño y me apoyo contra la encimera. —¿Lo estás pasando bien? —pregunta Nate mientras se acerca a mí. Me alivia ver una cara familiar. Me sonríe con dulzura y da un sorbo a su bebida. —No mucho… ¿Cuánto suelen durar estas fiestas? —Toda la noche… y la mitad del día siguiente. —Se ríe, y yo me quedo boquiabierta. ¿Cuándo querrá irse Steph? Espero que pronto. —Un momento —digo empezando a ponerme nerviosa—. ¿Quién va a llevarnos de vuelta a la residencia? —le pregunto, consciente de que tiene los ojos iny ectados en sangre. —No lo sé… Puedes conducir tú mi coche si quieres —repone. —Eres muy amable, pero no puedo conducir tu coche. Si tenemos un accidente o me para la policía con menores de edad ebrios en el vehículo, me metería en un buen lío. —Ya me estoy imaginando la cara de mi madre sacándome de la cárcel. —No, no, es un tray ecto corto. Deberías coger mi coche. Tú no has bebido. De lo contrario, tendrás que quedarte aquí. O, si lo prefieres, pregunto por ahí a ver si alguien… —No te preocupes. Me las apañaré —consigo decir antes de que alguien suba el volumen de la música y no se oiga nada más que un bajo y unas letras que son prácticamente berridos. Conforme va avanzando la noche, veo cada vez más claro que mi decisión de venir a esta fiesta ha sido un gran error. CAPÍTULO 9 Por fin, después de preguntarle a Nate a gritos como unas diez veces dónde está Steph, empieza una canción más tranquila y él asiente y se echa a reír. Levanta la mano y señala hacia la habitación de al lado. Es un chico muy simpático, no entiendo por qué se relaciona con Hardin. Me vuelvo en la dirección que me ha indicado y lo único que oigo es mi grito sofocado al verla. Está bailando con dos chicas sobre la mesa del salón. Un tipo borracho se sube también y empieza a agarrarla de las caderas. Espero que ella le aparte las manos, pero se limita a sonreír y a restregar el trasero contra él. « Genial.» —Sólo están bailando, Tessa —dice Nate, y suelta una risita al ver mi expresión de inquietud. Pero no « sólo están bailando» ; se están manoseando y restregando el uno contra el otro. —Sí…, lo sé —respondo, y me encojo de hombros, aunque no es algo tan inocente para mí. Yo nunca he bailado de esa manera, ni siquiera con Noah, y llevamos saliendo dos años. ¡Noah! Me llevo la mano al bolso y compruebo mis mensajes. ¿Está s a h í, Te ss? ¿H ola ? ¿Está s bie n ? ¿Te ss a ? ¿Lla m o a tu m a dr e ? Estoy e m pe za ndo a pr e oc upa r m e . Lo llamo con la mayor celeridad que me permiten mis dedos, rezando para que no haya llamado a mi madre todavía. No me contesta, pero le mando un mensaje para asegurarle que estoy bien y que no es necesario que la llame. Se volverá loca como piense que me ha pasado algo en mi primer fin de semana en la universidad. —¡Eeehhh…, Tessa! —exclama Steph arrastrando las palabras, y apoya la cabeza sobre mi hombro—. ¿Lo estás pasando bien, compi? —Le da la risa tonta, y es evidente que está demasiado ebria—. Creo que… necesito… La habitación me da cuentas, Tess…, digo, vueltas —dice riéndose, y su cuerpo se inclina violentamente hacia adelante. —Va a vomitar —le digo a Nate, quien asiente, la coge y se la echa sobre el hombro. —Sígueme —me indica, y se dirige al piso superior. Abre una puerta a mitad del pasillo y resulta ser el baño, por supuesto. Justo cuando la deja en el suelo junto al retrete, mi compañera empieza a vomitar. Aparto la mirada, pero le sujeto el pelo rojo para retirárselo de la cara. Por fin, después de más vómitos de los que soy capaz de soportar, se detiene, y Nate me pasa una toalla. —Vamos a llevarla a la habitación que hay al otro lado del pasillo y a tumbarla sobre la cama. Tiene que dormir la mona —dice. Asiento, pero en lo que estoy pensando en realidad es en que no puedo dejarla ahí sola, inconsciente —. Puedes quedarte ahí también —añade él, como si me ley era la mente. Juntos, la levantamos del suelo y la ayudamos a caminar por el pasillo hasta un dormitorio oscuro. Tumbamos con cuidado a Steph sobre la cama mientras ella gruñe, y Nate se apresura a marcharse y me dice que vendrá a ver cómo estamos dentro de un rato. Me siento en la cama al lado de Steph y me aseguro de que tenga bien apoy ada la cabeza. Sobria, con una chica borracha a mi lado en una fiesta en su pleno apogeo, siento que he tocado un nuevo fondo. Enciendo una lámpara e inspecciono el cuarto. Mi vista repara inmediatamente en las estanterías de libros que cubren una de las paredes. Esto me anima y me acerco para ojear los títulos. Quienquiera que posea esta colección, es impresionante; hay muchos clásicos, toda una variedad de diferentes tipos de libros, incluidos todos mis favoritos. Al ver Cumbres borrascosas, lo saco de la estantería. Está muy deteriorado y la encuadernación revela la infinidad de veces que lo han abierto. Me quedo tan absorta ley endo las palabras de Emily Brontë que ni siquiera me percato del cambio en la luz cuando la puerta se abre ni de la presencia de una tercera persona en el cuarto. —¿Qué coño haces tú en mi habitación? —brama una voz furiosa a mis espaldas. Reconozco ese acento. Es Hardin. —Te he preguntado qué coño haces en mi habitación —repite con la misma rudeza que la primera vez. Me vuelvo y veo sus largas piernas acercándose a mí. Me quita el libro de las manos y lo coloca de nuevo en la estantería. La cabeza me da vueltas. Creía que esta fiesta no podía ir a peor, pero aquí estoy, pillada in fraganti en el espacio personal de Hardin. Se aclara la garganta de manera grosera y empieza a menear la mano delante de mi cara exigiéndome una explicación. —Nate ha dicho que trajésemos a Steph aquí… —respondo con un hilo de voz apenas audible. Él se acerca más y suspira sonoramente. Señalo su cama y sus ojos siguen la dirección de mi mano—. Ha bebido demasiado y Nate ha dicho… —Ya te he oído la primera vez. —Se pasa la mano por el pelo alborotado, claramente contrariado. ¿Qué más le da que estemos en su habitación? Un momento… —¿Perteneces a esta fraternidad? —le pregunto, incapaz de ocultar el tono de sorpresa de mi voz. Hardin no tiene para nada el aspecto que imaginaba que tendría un miembro de una fraternidad. —Sí, ¿por? —replica, y se acerca otro paso. El espacio que nos separa es ahora de medio metro y, cuando intento alejarme de él, mi espalda golpea la biblioteca—. ¿Tanto te sorprende, Theresa? —Deja de llamarme Theresa. Me tiene acorralada. —Es tu nombre, ¿no? —Sonríe con malicia, de repente de mejor humor. Suspiro y me doy la vuelta, con lo que quedo de cara al muro de libros. No sé muy bien para qué, pero necesitaba apartarlo de mi vista para no darle una bofetada. O para no echarme a llorar. Ha sido un día muy largo, así que probablemente acabaría llorando antes de abofetearlo. Y menudo ridículo haría entonces. Me vuelvo otra vez y paso por su lado. —No puede quedarse aquí —dice. Cuando me doy la vuelta, veo que tiene el pequeño aro que atraviesa su labio inferior entre los dientes. ¿Qué lo llevó a perforarse el labio y la ceja? Eso debió de doler…, aunque el pequeño metal destaca lo carnosos que son sus labios. —¿Por qué no? Creía que erais amigos. —Y lo somos —dice—, pero nadie se queda en mi habitación. Cruza los brazos sobre el pecho y, por primera vez desde que lo conozco, distingo la forma de uno de sus tatuajes. Es una flor, estampada en medio de su antebrazo. ¿Hardin con un tatuaje de una flor? El diseño en negro y gris parece una rosa desde la distancia, pero hay algo que rodea la flor que le arrebata la belleza e infunde oscuridad a la delicada forma. Envalentonada y cabreada a la vez, suelto una carcajada. —Ah…, ya veo. ¿De modo que sólo las chicas que se lo montan contigo pueden entrar en tu cuarto? Conforme las palabras salen de mi boca, su sonrisa se va intensificando. —Ése no era mi cuarto. Pero si lo que intentas decir es que quieres montártelo conmigo, lo siento, no eres mi tipo —replica. No sé muy bien por qué, pero sus palabras hieren mis sentimientos. Hardin no es en absoluto mi tipo, pero yo jamás le diría algo así. —Eres un… eres un… —No encuentro las palabras para expresar mi enfado. La música que atraviesa las paredes me agobia. Me siento avergonzada, cabreada y cansada de la fiesta. Discutir con él no merece la pena—. En fin…, pues llévala tú a otro cuarto. Ya me las apañaré para volver a la residencia — digo, y me dirijo a la puerta. Mientras salgo y cierro tras de mí, incluso a pesar del ruido de la música, oigo la burla de Hardin: —Buenas noches, Theresa. CAPÍTULO 10 Cuando llego a la escalera no puedo evitar que las lágrimas rueden por mis mejillas. Por el momento detesto la universidad, y eso que ni siquiera han comenzado las clases. ¿Por qué no podía tocarme una compañera de habitación que se pareciese un poco más a mí? A estas horas ya debería estar durmiendo, preparándome para el lunes. Esta clase de fiestas no van conmigo, y desde luego no quiero relacionarme con este tipo de gente. Steph me cae bien, pero no quiero tener que enfrentarme a escenas como ésta y a personas como Hardin. Ese chico es un misterio para mí; ¿por qué tiene que comportarse siempre como un capullo? Pero entonces pienso en los libros de su pequeña biblioteca. ¿Para qué los tiene? Es imposible que un capullo tatuado, irrespetuoso y grosero como él pueda disfrutar de esas magníficas obras. La única cosa que me lo imagino leyendo es la etiqueta de una botella de cerveza. Mientras me seco las mejillas húmedas me doy cuenta de que no tengo ni idea de dónde se encuentra esta casa, ni de cómo volver a la residencia. Cuanto más pienso en mi decisión de esta noche, más frustrada y angustiada me siento. Debería haberlo pensado bien; ésa es precisamente la razón por la que me gusta planearlo todo, para que no pasen estas cosas. La casa sigue abarrotada, y la música está demasiado alta. No encuentro a Nate por ninguna parte; ni a Zed. Tal vez debería buscar una habitación cualquiera en el piso de arriba y echarme a dormir en el suelo. Hay al menos quince habitaciones, y con un poco de suerte a lo mejor encuentro una vacía. A pesar de mis esfuerzos por ocultar mis emociones, no lo consigo, y no quiero derrumbarme y que todo el mundo me vea así. Doy media vuelta, me meto en el baño donde ha vomitado Steph y me siento en el suelo con la cabeza entre las rodillas. Llamo a Noah de nuevo, y esta vez responde al segundo tono. —¿Tess? Es tarde, ¿estás bien? —dice medio adormilado. —Sí. No. He ido a una estúpida fiesta con mi compañera de habitación y ahora estoy atrapada en la casa de una fraternidad sin un sitio donde dormir y no tengo manera de llegar a la residencia —sollozo a través de la línea. Sé que mi problema no es de vida o muerte, pero me siento tremendamente frustrada conmigo misma por haberme metido en esta situación tan agobiante. —¿Una fiesta? ¿Con esa chica pelirroja? —dice sorprendido. —Sí, con Steph. Pero en este momento está inconsciente. —Pero ¿cómo se te ocurre salir con ella? Es tan… Bueno, no es alguien con quien tú te relacionarías habitualmente —dice, y el tono de reproche que destila su voz me irrita. Quería que me dijera que todo irá bien, que mañana será otro día…, algo positivo, y que me animara, no algo tan sentencioso y severo. —Pues a eso me refiero, Noah… —Suspiro, pero entonces alguien intenta abrir la puerta del baño y me pongo en guardia—. ¡Un momento! —grito a la persona que está fuera. Me seco los ojos con un poco de papel higiénico, pero sólo consigo emborronarme aún más la raya del ojo. Ésta es justo la razón por la que nunca suelo maquillarme. —Ahora te llamo; alguien necesita entrar en el baño —le digo a Noah, y cuelgo antes de que proteste. La persona que está al otro lado de la puerta empieza a aporrearla, y yo gruño y me apresuro a abrirla, secándome los ojos de nuevo. —¡He dicho un mom…! Me detengo al instante al encontrarme de frente con unos penetrantes ojos verdes.