CAPÍTULO 11
Al observar esos magníficos ojos verdes, de repente me doy cuenta de que no había reparado en su color anteriormente. Y entonces me doy cuenta también de que es porque Hardin no había establecido contacto visual conmigo hasta ahora. Tiene unos ojos increíbles, profundos y, ahora mismo, de sorpresa. Aparta la mirada rápidamente cuando paso por su lado. Me agarra del brazo y trata de meterme de nuevo dentro. —¡No me toques! —grito soltándome de un tirón. —¿Has estado llorando? —pregunta en tono curioso. Si no fuese Hardin, hasta pensaría que se preocupa por mí. —Déjame en paz. Se coloca delante de mí, y su alta figura bloquea mis movimientos. No puedo seguir soportando por más tiempo sus jueguecitos, esta noche no. —Hardin, por favor. Te lo estoy suplicando y, si tienes la más mínima decencia, me dejarás estar. Guárdate la mezquindad que vayas a decir para mañana. Por favor. —Me da igual que perciba la vergüenza y la desesperación que transmite mi voz. Necesito que me deje en paz. Una chispa de confusión se refleja en su mirada antes de abrir la boca. Se queda observándome durante un instante antes de hablar. —Hay una habitación al final del pasillo donde puedes dormir. He llevado a Steph allí —se limita a decir. Espero un segundo a que suelte algo más, pero no lo hace. Simplemente me mira. —Vale —digo en voz baja, y se aparta de mi camino. —Es la tercera puerta a la izquierda —me indica. Después se marcha por el pasillo y desaparece en su cuarto. ¿A qué demonios ha venido eso? ¿Hardin sin nada grosero que decir? Sé que me espera una buena como me lo encuentre mañana. La tercera habitación a la izquierda es un dormitorio sencillo, mucho más pequeño que el de Hardin, y tiene dos camas. Se parece más a las de la residencia que al amplio espacio del que disfruta él aquí. Tal vez sea el líder o algo así. La explicación más lógica es que todo el mundo lo teme y que ha conseguido la habitación más grande a base de amedrentar a los demás. Steph yace tumbada en la cama que está más próxima a la ventana, de modo que me quito los zapatos y la cubro con una manta antes de cerrar la puerta con el pestillo y de tumbarme en la otra. Me quedo dormida dándole vueltas a un montón de pensamientos, y las imágenes de rosas sombrías y de unos ojos verdes furiosos inundan mis sueños.
CAPÍTULO 12
Al despertarme necesito un momento para recordar los acontecimientos de la noche anterior que me llevaron a este extraño dormitorio. Steph sigue dormida, roncando sonoramente con la boca abierta. Decido esperar a averiguar cómo vamos a volver a la residencia antes de despertarla. Me pongo rápidamente los zapatos, cojo el bolso y salgo del cuarto. ¿Debería llamar a la puerta de Hardin o intentar buscar a Nate? ¿Es Nate miembro de la fraternidad también? Jamás habría imaginado que Hardin formara parte de un grupo social organizado, de modo que tal vez también sea así en el caso de Nate. Sorteo los cuerpos durmientes que hay en el pasillo y me dirijo al piso inferior. —¿Nate? —lo llamo con la esperanza de oír una respuesta. Hay al menos veinticinco personas durmiendo sólo en el salón. El suelo está repleto de vasos rojos de plástico y de basura, lo que hace que me resulte difícil desplazarme a través del desastre, pero también me doy cuenta de lo limpio que estaba el piso de arriba a pesar de la gente que había allí. Cuando llego a la cocina, tengo que obligarme a no ponerme a fregar. Llevará un día entero limpiar la casa de arriba abajo. Me encantaría ver a Hardin recogiendo toda esta porquería, y, al imaginarlo, me entra la risa. —¿Qué tiene tanta gracia? Me vuelvo y me encuentro a Hardin entrando en la cocina con una bolsa de basura en la mano. Pasa el brazo por la encimera y deja caer los vasos en el interior. —Nada —miento—. ¿Vive Nate aquí también? No me contesta y continúa limpiando. —¿Vive o no vive aquí? —pregunto de nuevo, esta vez con más impaciencia —. Cuanto antes me digas si Nate vive aquí, antes me marcharé. —Vale, ahora tienes toda mi atención. Pues no, no vive aquí. ¿Te parece el típico chico de fraternidad? —dice con una sonrisa maliciosa. —No, pero tú tampoco —le espeto, y su mandíbula se tensa. Se acerca a mí, abre el armario que tengo junto a la cadera y saca un rollo de papel de cocina. —¿Pasa algún autobús por aquí cerca? —pregunto sin esperar una respuesta. —Sí, a una manzana. Lo sigo por la cocina. —¿Podrías decirme dónde está la parada? —Claro. Está a una manzana de distancia. —Las comisuras de su boca se curvan hacia arriba, mofándose de mí. Pongo los ojos en blanco y salgo de la cocina. Está claro que la cortesía momentánea que Hardin mostró anoche fue una excepción, y que hoy piensa atacarme a pleno rendimiento. Después de la noche que he pasado, no soporto estar cerca de él. Me dispongo a despertar a Steph, quien lo hace con sorprendente facilidad y me sonríe. Me alegro profundamente de que esté lista para salir de esta maldita casa de fraternidad. —Hardin dice que hay una parada de autobús por aquí cerca —le digo mientras bajamos la escalera juntas. —No vamos a coger el puto autobús. Uno de estos capullos nos llevará a la residencia. Seguramente sólo te estaba tomando el pelo —dice, y apoya la mano en mi hombro. Cuando entramos en la cocina y vemos a Hardin sacando algunas latas de cerveza del horno, Steph se pone autoritaria. —Hardin, ¿nos puedes llevar de vuelta ahora? Me va a explotar la cabeza. —Claro, dame un minuto —dice él, como si hubiese estado esperándonos todo el tiempo. Durante el trayecto de vuelta a la residencia, Steph se pone a tararear la canción heavy que está sonando a través de los altavoces y Hardin baja las ventanillas, a pesar de que le pido con educación que las suba. Se pasa todo el camino callado, tamborileando absorto el volante con sus largos dedos. Aunque no es que yo haya estado prestándole mucha atención. —Luego me paso, Steph —le dice a mi compañera cuando ella baja del coche. Ella asiente y se despide de él con la mano mientras yo abro la puerta trasera. —Adiós, Theresa —me dice con una sonrisa maliciosa. Pongo los ojos en blanco y sigo a Steph hacia la residencia.