Tan solo había pasado una semana desde que el denominado Proyecto Aquilon empezó, tomando a seis personas provenientes de distintos países en Europa. Cada una poseyendo su propia especialidad o especialidades relacionadas con el océano y especies desconocidas, salvo por alguien que era un profesional en el ámbito sanitario y psicológico. Se habían tomado todas y cada una de las medidas necesarias, incluso las que no lo eran, para el mes que estarían viviendo en la base científica de Aquilon que había sido construida a seis mil metros bajo agua. En un principio no les habían dicho cuántos serían en total, así que prácticamente fueron con los ojos vendados. Ciertamente tenía su significado literal, ya que la cápsula en la que viajaron hasta llegar a la base era individual, y además, no se veía nada del exterior, los vidrios eran opacos.
Había pasado una semana desde su llegada a la base Aquilon, y la rutina de trabajo se había asentado sin inconvenientes. Cada miembro del equipo cumplía con su función, y el proyecto avanzaba según lo previsto. Las exploraciones con drones submarinos arrojaban datos prometedores, y el laboratorio funcionaba sin contratiempos. Jadranka se encargaba del mantenimiento de los equipos, asegurando que todo operara a la perfección, mientras que Renée organizaba las tareas diarias. Marcell dedicaba largas horas a analizar las muestras recolectadas, mientras Glenn supervisaba el estado de todos, tanto física como mentalmente. Las comunicaciones con la superficie se realizaban en los horarios estipulados, sin interferencias. La base estaba diseñada para sostenerse en ese entorno extremo, y hasta el momento no había ocurrido nada fuera de lo esperado.
Todo transcurría con normalidad. Renée estaba en la zona del comedor, sentada en una de las sillas metálicas mientras sostenía una taza de café entre las manos. El aroma amargo era una de las pocas constantes en aquel lugar. Frente a ella, los amplios ventanales de la base solo reflejaban su propia imagen, pues afuera no había nada visible. A seis mil metros de profundidad, la oscuridad del océano era absoluta.
—¿No puedes dormir a estas horas o simplemente tenías ganas de beber café? —una voz masculina le despertó de su sueño. No necesitó voltearse para identificar al dueño.
—Ambas. —tomó otro sorbo que resonó por el lugar, despreocupadamente.
Helio se sentó a su lado y se cruzó de brazos en la mesa, apoyando una pierna sobre la otra. Era extraño estar juntos de nuevo, y las circunstancias lo eran incluso más. ¿Quién se imaginaría que volvería a ver al que fue su novio en sus años adolescentes en un lugar cómo ese? Nadie, absolutamente nadie lo haría, tal vez si creabas películas en tu mente pero ese era un tema para otro día. El reflejo en el vidrio los mostraba a los dos, como si fuera una imagen sacada del pasado. Renée pensó en cuántos años habían pasado desde entonces. Cuánto habían cambiado.
—¿Cómo has acabado aquí? Escuché que estuviste en el ejército. —hicieron contacto visual, quedando en silencio por un breve segundo, pareciendo estar estudiándose el uno al otro.
—Tuve una ruptura de ligamento cruzado anterior. Afecta la estabilidad y agilidad de la pierna, por eso tuve que dejarlo. —dejó escapar una risa breve, sin alegría—Ya me arrepentí de estar aquí. Siendo honesto, no tengo ni idea del por qué decidí aceptar este trabajo. Por la paga, por supuesto. No le vi el por qué no asistir si era una buena oferta. Ahora quiero ir a casa, seguir mi vida, y consentir a mi sobrina.
—¿Ya fuiste tío? —el asombro se apoderó de su expresión. Helio sonrió hasta mostrar su dentadura y asintió con carisma, repetidas veces.
—Mi hermano se casó hace cuatro años y están esperando otro, un niño. —se apoyó sobre su mano, mirándole a los ojos sin ningún atisbo de vergüenza.
Renée desvió la mirada, sus labios formaron una sonrisa apenada, poniéndose nerviosa ante el contacto visual. Siempre había sido así y él lo sabía bien, no había posibilidad de que se hubiera olvidado.
—¿Y tú? —Helio habló de nuevo, consiguiendo despistarla de lo que acababa de suceder—¿Qué te trajo aquí?
—Cómo ya sabrás, soy experta en geología oceánica. Mi jefe me llamó, ofreciéndome esta oferta, que al igual que a ti, era de una considerable paga que podría convencer a cualquiera.
Miró el cristal de nuevo, a pesar de saber que nunca podrían ver nada a través de este, pero parecía tener la esperanza de ver algo. Todo había pasado tan rápido que aún no podía creerse estar ahí, era un gran logro. Tuvo la suerte de ser considerada una de las mejores para ese trabajo, la habían visto por lo que era, por su potencial y excelencia. La vida en la base era tranquila, no solía ser ruidosa. Los seis se comportaban cómo los adultos que eran, fijos en su rol, sin desviarse de lo planeado, sabiendo bien que lo que estaban haciendo no era una cosa cualquiera, era de grave seriedad. Por eso mismo la compañía Aquilon no hizo público el proyecto. Solo lo hicieron una vez, dos años antes. Los tripulantes de esa misión habían vuelto a la superficie sanos y salvos, algunos heridos de levedad.
No le veía razón a preocuparse, pensó que era normal, ya que algo ajeno al proyecto podría suceder en un segundo, sea por culpa del mismo afectado o porque una maquinaria había fallado y causado un estropicio.
—Dices que quieres retirarte. ¿Por qué no hablas con ellos y les haces saber? Seguro te permiten salir. Además, sería sorprendente que no tuvieran un sustituto que ingresara si un caso cómo el tuyo aparece, que lo ha hecho.
—No me gusta dejar las cosas sin hacer. Ya estoy aquí, y debo acabar lo que empecé. Y bueno, ya sabes cómo somos, una buena cifra de dinero atrae a todos.
Con una expresión despreocupada, levantó la mano y juntó el pulgar con el índice y el corazón, frotándolos ligeramente en el aire en un gesto universal de dinero. Una sonrisa ladina apareció en su rostro mientras inclinaba la cabeza, dejando claro el mensaje sin necesidad de palabras.