Archivos del Corazón (o del Caos)

La Llegada del Algoritmo y el Aura del Silencio

El zumbido monótono del archivo era el sonido de la tranquilidad para Julia. Se había sumergido de lleno en su trabajo, organizando, clasificando y digitalizando con la precisión de un reloj suizo. Después de la montaña rusa emocional de su primer mes, la lógica implacable de los documentos era un ancla. Aun así, el fantasma del expediente "Centinela" y los otros "agujeros" en el sistema bailaban en el fondo de su mente, una melodía disonante en su sinfonía de orden.

La noticia de la llamada de Alec a Luca había circulado por el archivo con la velocidad de un virus informático. No directamente, claro, sino a través de las miradas furtivas y los murmullos ahogados que Julia había aprendido a decodificar. El "incidente" del CEO y la "nueva" ya era parte de la leyenda, y ahora, el hecho de que su hallazgo hubiera invocado al gran Luca Richmond, una figura casi mítica en el ámbito tecnológico, solo aumentaba el halo de curiosidad a su alrededor. Algunos la miraban con respeto velado, otros con una pizca de envidia o escepticismo, como si esperaran que su racha de "suerte" terminara en cualquier momento. Julia, por su parte, quería ignorar el escrutinio, enfocándose en la pantalla, pero sentía el peso de las expectativas.

El día transcurrió en una mezcla de concentración y una creciente anticipación. Julia se encontró pensando en Luca. Diego lo había mencionado con una familiaridad que trascendía lo profesional, y la descripción que había escuchado sobre él —un genio reservado, atlético y con una calidez inusual— la intrigaba. Era un tipo de persona que rara vez se encontraba en su órbita.

Fue una media tarde cuando sintió un cambio en la atmósfera del archivo. Un silencio diferente, más tenso. Las cabezas se giraron, no disimuladamente como antes, sino con una curiosidad casi descarada. Julia levantó la vista de su pantalla y lo vio.

En el umbral del archivo, junto a Diego, que sonreía con una ligereza que no había mostrado desde la mañana, estaba Luca Richmond. No era la figura imponente y severa de Alec, sino una presencia más... tranquila. Vestía unos pantalones de vestir oscuros y una camisa de manga larga que acentuaba su constitución atlética. Su cabello rubio de un tono natural, casi arena, estaba peinado de forma sencilla, dejando ver una frente despejada que denotaba inteligencia. Sus ojos eran de un marrón cálido, un tono avellana que observaba el entorno con una atención serena. No eran los grises perforantes de los hermanos Larsson, sino un color que transmitía una calidez sutil y una percepción aguda. Su expresión era contemplativa, analítica, con una ligera curva en las comisuras de sus labios que sugería una mente ágil y quizás un humor interno.

Diego se acercó al cubículo de Julia, su sonrisa creciendo. —Julia, te presento a Luca Richmond. Luca, ella es Julia Freire, nuestra nueva y muy perceptiva archivera.

Luca ascendió con una leve inclinación de cabeza, sus ojos pardos fijos en Julia. No amplíe la mano de inmediato, manteniendo una formalidad discreta. Simplemente la observará con una curiosidad tranquila.

—Un placer, señorita Freire —dijo Luca. Su voz era suave, con una pronunciación que a Julia le parecía ligeramente atípica, como si las palabras no encajaban del todo en su boca, un acento sutil que no lograba identificar. Era un tono resonante pero pausado, como si midiera cada palabra con precisión. No había rastro de sorpresa o juicio por el "incidente" de la mañana, solo una neutralidad observadora.

Julia sintió el familiar rubor ascendiendo por su cuello, pero logró controlarlo. —El placer es mío, señor Richmond.

—Diego me ha puesto al tanto —dijo Luca, su mirada moviéndose de Julia a la pantalla de su ordenador, donde aún se veía la carpeta vacía del "proyecto Centinela" y los logs que Julia había estado rastreando. Su voz, con esa particular dicción, era un murmullo en la quietud del archivo, pero llevaba la autoridad de un experto.

—Ella ha sido la que encontró las inconsistencias, Luca —añadió Diego, con un orgullo apenas disimulado—. Tiene un don para esto. Para encontrar lo que otros no ven.

Luca se inclinó sobre el escritorio de Julia, sus ojos pardos brillando con un interés genuino mientras analizaba la pantalla. Julia, sintiéndose ligeramente intimidada por su proximidad y la intensidad de su concentración, se hizo a un lado. Podía percibir su aura, una mezcla de intelecto agudo y una calma metódica. Sus dedos largos y finos se movieron por el ratón de Julia con una delicadeza asombrosa, navegando por los directorios y los logs con una velocidad que la dejó boquiabierta. Era como observar a un artesano trabajando en una pieza intrincada.

—"Purgado" —murmuró Luca, su voz baja, casi para sí mismo, con esa pronunciación un poco forzada en la "r". No era una pregunta, sino una confirmación que resonó con las sospechas de Julia—. No es una falla del sistema, señorita Freire. Alguien deseaba que esto no existiera. No en sus servidores. Ni en ninguna copia de seguridad. Es un trabajo meticuloso. Muy.

La confirmación de Luca envió un escalofrío por la espalda de Julia. No estaba loca. Sus instintos no le habían fallado. Había algo.

—¿Puedes rastrearlo, Luca? —preguntó Diego, su voz más impaciente que de costumbre. La preocupación genuina en su voz por la seguridad de la empresa era evidente.

Luca no respondió de inmediato. Sus ojos pardos se movieron por la pantalla, sus labios apenas moviéndose en un murmullo de códigos y fechas. Su cerebro parecía estar procesando información a una velocidad asombrosa. Pasaron varios minutos en un silencio casi absoluto, roto solo por el tecleo suave de Luca y la respiración contenida de Julia y Diego. Para Julia, era una mezcla fascinante de ver a un experto en acción y de una ansiedad creciente. ¿Qué encontraría? ¿Y qué significaría para ella?



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En el texto hay: romance, lgbt, amor

Editado: 30.07.2025

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