Eran cerca de las doce del mediodía, Fernando Ortega, un contratista del gobierno, se encontraba manejando por la carretera a Saltillo, con destino final en la ciudad de Manzanillo, Colima. Lo habían asignado a una obra que daría comienzos a finales del verano y él debía movilizarse para ir armando su cuadrilla, por lo que, tendría que mudarse a vivir un tiempo antes a aquella ciudad, algo a lo que ya estaba acostumbrado, razón por la cual no había podido nunca establecerse en un solo lugar y formar una familia, algo que anhelaba. El sol pegaba sobre el asfalto, tanto, que las refracciones de luz hacían ver a distancia una capa acuosa de un efecto borroso sobre la carretera. El sudor le recorría la frente y sentía humedecida la espalda.
Así condujo durante varias horas, haciendo paradas de vez en vez para estirar las piernas, ir a orinar o bien, solo a disfrutar de un cigarrillo a la orilla de la carretera. La oscuridad había comenzado a caer a sus espaldas, podía ver por el retrovisor del coche los tonos naranjas apastelados asomándose aún por entre las montañas que dejaba detrás, su reloj marcaba las ocho y veinticinco de la noche y sabía que aún le quedan unas cuatro o cinco horas de camino más. Hizo una última parada antes de disponerse a buscar un motel de paso donde quedarse, en su entender, no era que aquellas cuatro horas fueran a cambiar algo con respecto a su trabajo, si al final, seria hasta el día siguiente en que comenzaría con todos los preparativos. Llego a una gasolinera en medio de aquella carretera, después de cargar el tanque, aparco en uno de los bloques del estacionamiento del local y se apeó para entrar. Compro un six-pack de cerveza, unas frituras, los cigarros y una caja cerillos, una vieja costumbre que tenía, era que solo le gustaba prender sus cigarros con cerillos, solía comentar entre sus amistades, cada que el tema salía a colación, que el prenderlos con un mechero u otra cosa, les cambia el sabor. Apenas salió del local, abrió la puerta del copiloto de su coche y dejo caer las bolsas de plástico con sus cosas, agito la cajetilla y la golpeteo antes de finalmente abrirla y encenderse uno. Un hombre de ropas andrajosas y de cara sucia, le apareció de la nada a lo que Fernando dio un pequeño respingo mientras terminaba de aventar el ya humeante cerillo. —¿Si?— Pregunto mientras se quitaba el cigarro de la boca y dejaba fluir el humo. El hombre extendió la mano temblorosamente en señal de pedir una moneda. —Ah, entiendo. Tome...— Fernando se llevó la mano al bolsillo, haciendo sonar los metales redondos que guardaba en su interior, saco tres monedas al tiempo que un billete mal enrollado se colaba cayendo al suelo, el hombre tomo las monedas y rápidamente se dobló para tomar el billete, pero dando tiempo para que Fernando hiciera lo mismo, de pronto se había convertido en una lucha por el preciado papel. —¿¡Hey, que te pasa!?— le dijo Fernando, y sin darse cuenta, el hombre fue a parar al suelo. Fernando se enderezo solo para llevarse la sorpresa de que el hombre que lo había atendido en la gasolinera estaba parado a un lado de él y era el responsable de que aquel hombre terminara tirado en el suelo —Ya déjalo y vete de aquí— le grito el despachador al hombre que estaba en el suelo, el hombre se levantó y salió dando tumbos de ahí, perdiéndose entre las sombras de la maleza en la parte trasera del local. —Una disculpa amigo, ese tipo es un loco de por aquí, suele asustar a viajeros y a uno que otro trailero, pero es inofensivo, ya sabe, tipos raros que da el mundo— dijo el hombre mientras se quedaba viendo por donde se había perdido aquel hombre. —No te preocupes, estoy acostumbrado a tratar con gente así o peor— le contesto Fernando sacudiéndose las manos en el pantalón. —Eliseo Zapata— le dijo el hombre extendiéndole la mano. —Fernando Ortega— le contesto el saludo estrechando su mano. —oye, ¿no sabrás tú de algún hotel de estos de paso, por aquí cerca? — el hombre se enfilo rumbo a la carretera haciéndole la seña de que lo siguiera —Si mira, ven, ¿ves aquellas pequeñas luces naranjas que prenden y apagan?, ese es un motel, no es muy bueno que digamos, pero te servirá si lo que quieres es pasar la noche o un poco de diversión con alguna de las muchachas de aquí adelante— le dijo sonriéndose con una mirada pervertida, guiñándole el ojo, Fernando le sonrió también. —¡No hombre!, si lo que quiero es descansar—, —Bueno, si te animas por una, pregunta por "La Wendy", así se hace llamar, da muy buen servicio— volvió a guiñarle el ojo. —Vale, gracias— le contesto Fernando y le estrecho de nuevo la mano, para regresar dentro del coche y salir de ahí lo más rápido posible. Aquella conversación lo había puesto incómodo, pues, en sí, nunca había contratado a una mujer por sexo—servicio, no le espantaba la idea, sin embargo, no era algo que le llamara la atención y cuando tocaba el tema con alguien que se veía a leguas que era cliente asiduo, lo hacía sentir incómodo. Las luces del motel se veían relativamente cerca, quizás por la oscuridad de la noche, quizás, porque estaba pisando el acelerador casi hasta el fondo. Apenas a unos tres o cuatro kilómetros de la gasolinera, pudo ver caminando a la orilla de la carretera al hombre que había intentado robarle su billete, iba a paso rápido y cuando vio tras él, las luces del coche de Fernando, giró su cabeza para verlo y al pasar intento seguirlo, gritaba y agitaba las manos, Fernando pudo verlo por el retrovisor semi iluminado por las luces rojas de su coche. —gente loca, caray— susurró para si y siguió adelante.