Aressea

Objetivo

                         Aristella.

 

Me esfuerzo por tranquilizarme y suprimir mis emociones. No debería sentir miedo, pero es ineludible cuando los recuerdos me asaltan. He luchado y padecido mucho para esconder mis emociones, y rehúso volver a pasar por eso. He buscado incansablemente la causa de este suceso, qué acciones mías pudieron haber alterado la existencia y el curso del tiempo. Aún no he logrado desentrañar este enigma, pero mantengo la esperanza de resolverlo en esta ocasión. Son las 6:15 a.m., hora de despertar. Me lavo y me visto con el uniforme de caballero de Naseria: pantalones y camiseta blancos con una capa azul, los colores de nuestra bandera. Naseria se compone de otras cuatro ciudades: Atenia, Marfa, Ophelia y Aressea. De esta última se habla poco,está prohibido en las demás ciudades; la llaman la ciudad maldita. Pocos conocen más allá de los nombres de sus gobernantes, el señor Lucas y su esposa Derssa, de la familia Grace. Durante mi estancia en la mansión Aberdeen, apenas he oído mencionar a esta familia, excepto en las reuniones anuales de las ciudades de Naseria, donde su representante nunca se presenta, sino Damián, el coronel de Aressea. En dichas reuniones, Edward desea que permanezca cerca por si surge algún contratiempo o si alguno de los nobles pierde los estribos. En tal caso, debo retirarlo. Si se resiste, tengo órdenes de acabar con él,por mandato imperial, nadie puede objetar. Por eso se aconseja a los nobles tener descendencia pronto, para evitar que un arranque de ira les cueste caro.

Dejo mi habitación y me dirijo a la cocina, donde la señora Edalia me espera con el desayuno. No todos en la mansión son malvados. Edalia, encargada de la cocina, James, el mayordomo, Klaus, uno de los caballeros de Edward, y Miguel, el jardinero, son con quienes más converso. Saludo a Edalia, quien limpia la estufa de leña, vestida con una falda y blusa marrones, un delantal blanco y un gorro a juego. De baja estatura y corpulenta, su rostro redondo y ojos azules contrastan con su piel pálida, y su gorro deja entrever mechones plateados, su cabello está lleno de canas. Se vuelve y me saluda sonriente.

—¡Buenos días, jovencita! He hecho unos pastelillos, y tienes leche en la mesa. Desayuna bien, que hoy será un día largo.

—Gracias, Edalia. ¿Qué día es hoy? Ella me observa con curiosidad, algo ha cambiado... y es que Edalia está preparando pasteles y comida a las 6:20 de la mañana.

—Hoy es jueves, quince de enero. No me digas que has olvidado tu propio cumpleaños. Mis ojos se abren de par en par, sorprendida. ¿Mi cumpleaños? Observo la mesa redonda con la leche y el pastel de chocolate y crema que siempre prepara para mi cumpleaños. Esto es diferente. Ella me mira astutamente, asumiendo que lo había olvidado, suelta una risa y deja su paño para guiarme a la mesa.

—Vamos, querida, disfruta tu pastel, no todos los días se cumplen veinte años.

Parpadeo lentamente, asimilando sus palabras: ¿veinte años? Esta vez he retrocedido dos años, cuando usualmente es solo uno. Sonrío, una oleada de esperanza me invade. Si esta vez todo es diferente, quizás también lo sea para mi fortuna. Devoro el pastel y la leche, agradezco a la cocinera y me dirijo directamente a la torre. Hoy es mi cumpleaños, pero también el de Lara, lo que hace que el mío sea insignificante. Si es como la última vez, será el peor cumpleaños de mi vida, porque Lara insiste en celebrarlo juntas. Edalia me obsequia un vestido verde esmeralda. Todo iba bien hasta que al emperador se le ocurrió enviar a su guardia para que me lesionara las piernas por sobresalir en el día de su hija. Este año, lo celebraré con un objetivo.

Al llegar a la torre, un escalofrío me recorre. Respiro profundamente antes de cruzar las puertas que contienen a mi verdugo.




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