Aristella.
Subo las escaleras de la torre, el aroma familiar me inunda y mis piernas comienzan a temblar. Me detengo frente a la última puerta, incapaz de moverme, cada fibra de mi ser recuerda la tortura pasada, y el miedo que surge confirma que no fue una ilusión. Las puertas, siempre entreabiertas por exceso de confianza, son un recordatorio de su negligencia. Desbloqueo los cerrojos y abro la puerta, que cede ante mí, revelando el interior sombrío iluminado por destellos solares. Al otro lado, hay una figura recostada que, al oírme, se sienta. Nuestras miradas se encuentran, y veo la sorpresa en sus ojos, no esperaba visitas. Vayolet no está, y no vendrá hasta la tarde, ocupada con el cumpleaños de su sobrina para preocuparse por su cautivo. El hombre me observa intensamente mientras me acerco con precaución. La luz solar se intensifica y sus ojos, de dos colores como los míos, brillan: verdes en la parte superior y dorados en la inferior, una combinación que resalta en el centro. Su verde es natural y feroz, y el dorado, dominante e intimidante, como el de una pantera al acecho. Su mirada me advierte que no me acerque más, y retrocedo, levantando las manos en señal de paz.
—No tengo intención de lastimarte, solo vine a explorar la torre, eso es todo. Aunque no es completamente cierto, él sigue alerta. Extraigo dos pastelillos envueltos en un pañuelo azul, reservados para este momento, y le pido permiso con la mirada.
—Los guardé para más tarde, pero creo que los necesitas más que yo... no están envenenados, mira. Rompo uno y lo pruebo, masticando y tragando para demostrarle que son seguros. Él permanece en silencio, y no sé si puede hablar; nunca lo he oído, ni siquiera en momentos de dolor o cuando se liberó. Su voz es un misterio, al igual que todo lo relacionado con él. Le ofrezco los pasteles y coloco una botella de agua a su lado, luego me retiro a una esquina, apartando la mirada para ocultar el pánico que me invade. No se mueve, pero siento su mirada en mí. Incapaz de soportar el silencio y el nerviosismo, comienzo a hablar sin cesar para ahogar el miedo.
—Perdona mi atrevimiento, me llamo Aristella y soy parte de los caballeros de Aberdeen en Naseria. En realidad, soy la escolta de la joven heredera. Hoy es nuestro vigésimo cumpleaños, y estoy aquí para evitar cualquier peligro relacionado con la celebración. Nadie me extrañará, así que está bien. Estos pasteles son de Edalia, la cocinera, quien siempre me los prepara para mi cumpleaños.
Mi sonrisa es melancólica, así que decido seguir hablando.
—Lo siento si te estoy aburriendo, si es así, házmelo saber, aunque sea con un gesto. Espero y luego lo miro, su atención parece estar en los pasteles, tal vez no me escuchaba. Sonrío, viendo cómo contempla los pasteles con deseo.
—Adelante, cómelos. Sus ojos se llenan de ira, y no sé si he dicho algo mal o si ha malinterpretado mis palabras.
—No es una orden, es una invitación; si no quieres, no tienes por qué aceptarla. Siento la tensión en el aire y me pongo de pie, sacudiendo mis pantalones.
—Es hora de que me vaya, pero volveré a visitarte.
Salgo del lugar y cierro las puertas detrás de mí, dejando todo como estaba. Me alejo rápidamente de la torre, deseando no encontrarme con Lara y que descubra al prisionero antes de lo previsto.
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Editado: 10.12.2024