Aressea

El banquete

                                      Aristella.

 

Nada más poner un pie en el jardín, Lara grita mi nombre con emoción. Viene hacia mí corriendo, luciendo un vestido rosa palo largo hasta los pies, hecho de seda fina. Su pelo rojizo brilla bajo la luz del sol. Llega hasta mí con la respiración agitada por tanto correr, y su sonrisa permanece en su rostro mientras hace una pausa para respirar. Las pecas en su piel blanca se vuelven cada vez más vistosas, como pequeños dibujos. Aparta dos tirabuzones rojos de su frente.

—¿Dónde estabas? Te he estado buscando por todos lados. Quería que celebráramos el cumpleaños juntas, pero como no te encontré, están preparando solo el mío. Lara dice esto con pudor, y sus mejillas se tornan rosadas. Le sonrío para tranquilizarla.

—No te preocupes, es normal que solo preparen el tuyo; después de todo, eres la hija del emperador. Estoy bien. Pongo mi mano en su hombro y ella asiente.

—De todas formas, quiero que estés en el banquete. Ponte un vestido, nada de ir con el uniforme. Hablaré con mi padre; hoy serás mi amiga y nada más.

—Sería un placer, pero no va a poder ser. Si realizan el banquete, mi deber es escoltar a la princesa. Así que, como favor de mi cumpleaños, me arriesgo a pedirle que me conceda el permiso para ir como escolta. Sería para mí un honor, princesa.

Lara me mira un poco desconcertada por mi formalidad, pero al segundo, carcajea.


 

—¡Por favor, Estela! Es demasiada rectitud por tu parte. Está bien, puedes venir como gustes. Lo importante es que estés presente. A propósito, feliz cumpleaños.


 

—Feliz cumpleaños a usted también.

Lara me abraza y se despide. En ese momento, exhalo el aire que no sabía que estaba conteniendo. Podré ir como escolta; esta vez será diferente.

Llegó la hora del banquete. Todos estamos esperando a que el emperador y su hija hagan su entrada. Mientras esperamos, los nobles entablan conversaciones. Algunas de estas son de política, otras honran el banquete y algunas están exasperadas por ver a la princesa y poder encontrar defectos. Las más jóvenes aprovechan para exhibir sus vestidos y su belleza, esperando a algún noble que corresponda a sus encantos.

¡Agh! Dulce banquete, donde las personas frívolas maquillan sus puñales con apariencia de palabras agradables.

Giro mi cabeza hacia el lado derecho, de donde provienen estas palabras. Veo a un hombre de unos cuarenta años aproximadamente. Está apoyado en una de las columnas de mármol, con una copa de vino en sus manos. Mira fijamente a la multitud expandida por todo el salón. Lleva puesto un traje victoriano negro con botones dorados y unos guantes blancos. Su pelo es de color ceniza, y sus ojos rajados azules profundos contrastan con el color dorado de su piel. El hombre es bastante alto, corpulento y de apariencia real. Lo miro con incertidumbre; he visto la lista de invitados, pero este hombre desconocidos no aparecía.

¿Quién es usted? le pregunto.

Me mira por unos segundos. No sé si afirmar que vi sorpresa en sus ojos, pero se esfumó tan rápido como apareció.

Soy un conocido del emperador. Y ¿usted quién es? He pasado bastante tiempo por el palacio, pero no lo he visto en ningún momento de mi estancia.

—Me sitúo donde los empleados. Pertenecemos a los caballeros del emperador. Soy el escolta de su hija.


 

—Así que tú eres el arma del emperador. He escuchado algunos rumores. Ser el escolta de alguien real tiene que ser pesado. La compadezco.


 

Sus ojos expresaban lo que decía, pero no sé si es por ser escolta o por algo más, antes de contestarle, el hombre se despidió con un ademán de sombrero y se fue. Pasados unos minutos, me informaron de que la familia real iba a hacer su presentación en el salón. Todos fuimos a nuestros puestos, y yo me ubiqué en el lado izquierdo de la escalera donde aparecería la princesa. Sonó la trompeta de la introducción y prosiguió el nombramiento.

¡El emperador Edward y su hija, la princesa Lara! - anunciaron con entusiasmo.

Los hermanos del emperador, Infanta Vayolet e Infante Sandiel Aberdeen.

Todos los presentes estábamos desconcertados ante el comunicado. Las puertas marrones se abrieron de par en par, y los nombrados salieron. Lara iba de la mano de su padre, luciendo un precioso vestido largo victoriano en tonos azul y blanco. Su pelo estaba recogido en un moño bajo, y dos tirabuzones del flequillo acariciaban sus mejillas. El emperador vestía el traje real de eventos importantes: blanco y dorado con una capa dorada. Su pelo rubio brillante hacía juego con su atuendo, y sus ojos, de color café al igual que los de su hija, reflejaban su autoridad. Era alto y de cuerpo delgado, con una cara alargada y facciones vigorosas. Al lado del emperador se encontraba Vayolet, una mujer de cabellos chocolate, rostro alargado y facciones fuertes. Sus ojos, de un penetrante color rojo, destacaban. Vestía un largo y pomposo vestido rojo y negro, con un moño alto adornado por una peineta negra. A pesar de su estatura más baja que la de sus hermanos, irradiaba presencia.Del lado de la princesa estaba el hombre que antes había estado apoyado en la columna. Nuestros ojos se encontraron, y él sonrió disimuladamente. Así que con "conocido" se refería a su hermano. Sandiel era el más alto de todos y el único con facciones verdaderamente elegantes. Su belleza exótica y varonil no pasaba desapercibida. Se decía que era un hombre libre, con un temperamento tenaz e intimidante. La leyenda contaba que él había sido el heredero al trono, pero algo imperdonable lo había relegado al segundo lugar en la línea de sucesión. También se rumoreaba que los dos hermanos habían luchado en una batalla por el trono, y el rey de ese tiempo había dado la victoria a Edward. Sandiel, enfadado, se había alejado del reino y no había vuelto a aparecer hasta ahora.Los miembros de la realeza descendieron con pasos elegantes por las escaleras hasta llegar a la mitad. El rey se detuvo y miró a todos para decir unas palabras.




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