Aressea

Ataque sorpresa

                                         Aristella.

 

Esperé a que todos durmieran para poder subir a la torre. Fui a la cocina y llevé algunas sobras de comida del banquete, un poco de agua, medicinas, una vela y cerillas. Salí con sigilo y llegué a la torre sin que me descubrieran. Al llegar donde el prisionero, encontré los pastelitos intactos; él no había comido nada. Me agaché y dejé lo que había traído, encendí la vela para que iluminara un poco más. Sus ojos se encontraron con los míos; era la misma mirada cautelosa y amenazante de antes. La vela resaltaba su rostro, sucio pero aún así visualmente atractivo. Ojos grandes y rasgados, piel blanca a pesar de la suciedad, labios gruesos, nariz perfilada y una mandíbula marcada. Aunque estaba demacrado por las circunstancias, no cabía duda de que era un hombre de gran belleza. Recuerdo cuando me mató; parecía otra persona. No tenía el brillo en sus ojos, aunque reflejaban amargura, seguían siendo intensos. Pero esa vez parecía una marioneta sin sentimientos ni emociones; sus ojos eran opacos y su cuerpo gritaba destrucción. No puedo decir qué pasó después porque morí. Sin embargo, su belleza aterradora seguía deslumbrándome.Volví en sí cuando escuché el tintineo de las cadenas. El hombre se había acercado un poco hacia mí, con extrañeza y el entrecejo fruncido. Miré hacia atrás para verificar si me estaba mirando a mí o si alguien se encontraba detrás de mí. Al girarme, vi que no había nadie, pero el sonido de las cadenas se hizo más fuerte. Sentí el frío del hierro apretando mi cuello; unas manos enormes me inmovilizaron, intentando estrangularme. Poco a poco, mi respiración se cortaba, una punzada en el pecho me dejó sin aliento, los ojos me ardían. Intenté liberarme de su agarre, arañando sus brazos y buscando sus ojos con mis manos. Al no poder, agarré su cabello y tiré hacia atrás con todas mis fuerzas; su cabeza cayó bruscamente hacia atrás y me soltó. Salí de su alcance tosiendo y con la mano en mi cuello, respirando agitadamente. El aire hacía daño a mis pulmones. Giré la cabeza para mirarlo; seguía sentado como antes, mirándome con rabia.

—¡Pero qué mierda haces! ¿Por qué has hecho eso? ¿Acaso te he dado motivos? 

Mi voz salió abruptamente, pero él no contestó, solo me siguió observando. Dejé las medicinas a un lado, agarré la vela y me fui. Quería salir de allí cuanto antes. Corrí por las escaleras y salí rápidamente de la torre. No dejé de correr hasta visualizar el palacio. Las lágrimas brotaban, y veía borroso. Estaba tan enfocada en alejarme que tropecé con algo duro y caí de bruces al suelo.

—¡Oye, mira por dónde vas! reconocí esa voz; era Sandiel. La vergüenza e inquietud de que me viera llorando me impidieron levantar la cabeza del suelo.

—¿Te desmayaste? - preguntó.

—No, disculpa por haberte molestado. Ya me voy. Me levanté como pude sin dedicarle una mirada y avancé. Me limpié las lágrimas y respiré hondo.

—Oye, estás sangrando. - señaló mi pierna. El pantalón se había rasgado, dejando al descubierto mi rodilla ensangrentada. Escocía, pero no era grave.

—No es nada, no se preocupe, señor.

—No, no me preocupa, pero a usted debería hacerlo. Si te ve mi hermano, tendrás que explicar por qué corrías y las marcas en tu cuello.

Inconscientemente, situó mis manos en mi cuello, mi respiración se acorta por un momento en pensar que me descubren yendo a la torre.

—Procuraré que no me vean. Esto solo ha sido un accidente, me esmeré demasiado en el entrenamiento.

El hombre se levanta y se sitúa enfrente de mí, sus ojos brillan con la claridad de la luna, tiene una sonrisa de lado y el pelo un poco despeinado.

—Eso convencería a mi hermano, pero, te he visto correr, más bien huir de algo, no me lo tome a mal, pero me es intrigante saber de qué huye el arma de los Aberdeen.


 

—Huir no es la palabra correcta, mi excelencia, solo tengo prisa, es muy tarde para estar por el bosque, si me pillan sufriré las consecuencias.


 

—Entiendo y las marcas se deben al entrenamiento... haré como creerla. Pues no me concierne. Sin embargo, le pediría por mi discreción que mientras yo esté en este lugar no vuelva a pasar por aquí a estas horas. No quiero molestia alguna.

Asiento levemente.

—Sí, señor.

Me alejo sigilosamente del lugar sin más inconvenientes. Llego a mi habitación, curo mi herida, me pongo el camisón e intento dormir.




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