Aressea

Jardín

                                        Aristella.

 

 Penetramos en el vergel, aquel lugar que una vez albergó a las damas en plácida tertulia, ahora se erigía en caos: la mesa redonda yacía derribada, un festín desperdigado adornaba el verde manto. Lara, oculta tras la imponente figura de su progenitor, observaba cómo la ira se desataba sobre un sirviente postrado. La furia del padre se materializaba en un dedo acusador que perforaba el aire. Al percibir mi presencia, Lara emergió de su escondite y, con un temor palpable, se precipitó hacia mí.

—¿Estás bien? Cuéntame, ¿qué ha ocurrido?

—Ha sido un intento de envenenamiento. Alguien puso veneno en los pasteles. Por suerte, el escolta de mi tío notó que tenían un color extrañamente pálido. Mi padre, para confirmar las sospechas, obligó a un sirviente a probarlos; el hombre murió al momento.

Me aterra pensar que se encontraba  en peligro mientras yo no estaba. El hombre que ahora ruega de rodillas, él es el responsable.La ira del emperador se desata como una tormenta al verme, sus ojos arden con la furia de mil soles. Con pasos que resuenan como truenos, se planta frente a mí, su mano se alza como el guadaña de la muerte. Mis ojos se cierran, aguardando el impacto inevitable, pero el silencio se rompe con la ausencia del castigo. Al abrirlos, la figura de Sandiel se materializa a mi lado, su mano intercepta el brazo de la ira. Edward, desconcertado, busca respuestas en la mirada de su hermano, mientras Sandiel, firme como un bastión, se interpone entre la tempestad y la calma.

—¡Libérame! ¿Dónde estaba ella si no a su lado?

Rugió con una furia que retumbaba en las paredes del salón. Con un gesto violento, se zafó de la sujeción de su hermano, retrocediendo, su mirada exigía una explicación.

—La culpa es mía, y solo mía. La convencí de unirse a mí en el campo de entrenamiento, a pesar de su resistencia. Era una orden, y ella no tuvo más remedio que obedecer. Asumo toda la responsabilidad por lo que le ha ocurrido.

Declaró, enfrentando las miradas acusadoras.

La tensión era palpable, todos los ojos estaban puestos en mí, pero Sandiel permanecía inamovible, un escudo entre yo y el juicio. Con un asentimiento grave, su hermano dio un paso hacia el verdadero culpable, listo para impartir justicia.

—Afirma que no hablará de lo ocurrido y tampoco ofrece disculpas, por lo que dudo que tenga algún propósito.
 

En un acto sin precedentes, el hermano mayor avanza con paso firme hacia la figura caída. Con una resolución helada, toma la espada de su guardia y, sin un ápice de vacilación, ejecuta al culpable con un solo y certero golpe. Los gritos sofocados llenan el aire mientras Lara busca consuelo en mi hombro. El terror se pinta en los rostros de las damas jóvenes; no es para menos, pues la cabeza decapitada rueda por el suelo y el cadáver queda tendido, bañado en un charco carmesí, a los pies de los hermanos.

El hermano mayor se vuelve entonces hacia la multitud, su voz resuena con autoridad y sus ojos destellan una advertencia mortal.

—Quién más osaría traicionar a los Aberdeen con su veneno?

Un silencio sepulcral se apodera de la sala; incluso el emperador permanece inmóvil, mudo ante la escena.

—Que este acto sirva de lección

continúa con gravedad.

—No habrá clemencia para aquellos que amenacen nuestras vidas. Y que quede claro, si hay una próxima vez, la muerte no será tan misericordiosa.

Su mirada se posa en los guardias, una orden implacable en sus ojos.

—Desháganse de este desorden.

Entrega la espada ensangrentada a Castell y se aleja con una dignidad que corta el aliento. No es hasta que su figura se desvanece en la distancia que los sollozos se liberan, los suspiros se escuchan y el emperador, con un gesto de desdén, toma la mano de su hija y se retira por el sendero del jardín sin pronunciar palabra.

En un silencio que lo dice todo, se limpia la escena. Los carruajes aguardan ya a las damas, quienes, con almas atormentadas, se apresuran a entrar sin una última mirada al palacio, sin despedidas entre ellas. Se alejan sin volver la vista atrás, conscientes de que los eventos de este día serán el murmullo de la ciudad entera.




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