Aressea

Desconocido

                                           Aristella.

 

La oscuridad envuelve el jardín a las cuatro de la madrugada, y aquí me hallo, sumida en la espera del enigmático señor Sandiel. Dos horas han transcurrido, y en el silencio de la noche, imagino que estarán urdiendo su estrategia para desenmascarar al artífice de los recientes acontecimientos. Mis ojos se pierden en la espesura del bosque, custodiando la torre que se alza en su corazón; un nudo de preocupación se forma en mi garganta por la seguridad de él. La torre, ese lugar que no he pisado en días, parece llamarme. Un crujido rompe el silencio, pasos se aproximan desde la casa, emanando una presencia desconocida que pone cada fibra de mi ser en alerta. Instintivamente, mi mano se cierra sobre el pomo de mi espada, preparándome para lo que pueda surgir de las sombras. Tras una tensa espera, la figura de un hombre emerge, su cabello de un naranja pálido como la luna, su piel pálida como la luz del alba. La incertidumbre me invade; no tengo ni idea de quién pueda ser. Con un movimiento fluido, desenvaino la espada y la dirijo hacia él, mientras el desconocido, con las manos alzadas, me observa con ojos grandes y llenos de asombro.

 

— ¡Alto ahí! ¡No me des el golpe de gracia! Soy un lacayo de la señora Vayolet, mi nombre es… Jasper.

— ¿Jasper?

— Correcto, todo en una sola palabra.

Mis ojos inquisitivos incrementan su pánico y comienza a gesticular frenéticamente.

— ¡No es mi costumbre balbucear! Pero si retirases esa hoja punzante de mi garganta, podríamos conversar como dos personas refinadas.

Con un movimiento suave, retiro la espada y la deslizo en su vaina, manteniendo aún una mirada de recelo. Él se toca el cuello aliviado y exhala un suspiro de gratitud.

— Te estoy agradecido.

Nuestros ojos se encuentran y él da un paso atrás. Bañado por el resplandor lunar, su figura se torna más nítida: ojos como discos de plata lunar, vestimentas de sirviente en tonos terrosos y un corbatín blanco adornado con volantes. A pesar de examinarlo detenidamente, no reconozco su rostro, pero su atuendo no deja lugar a dudas: es un servidor de Vayolet. Se aclara la voz y me ofrece una reverencia contenida.
 

—Me llamo Jasper Wells, sirvo a Vayolet Aberdeen, y mi presencia aquí obedece a su solicitud de una herramienta singular.

— ¿Una herramienta?

—Mis labios están sellados respecto a los detalles, pero mi palabra es férrea como el acero. Puede aguardar a que Vayolet termine su sesión y obtenga la confirmación de sus propios labios.

Oculto mi asombro; ella está en la torre, y no hay duda de que su “entrenamiento” implica someter al prisionero. Con un gesto, mi tensión se disipa ligeramente.

—Soy Aristella, vástago del ejército imperial.

—Eso es de conocimiento común, los corredores del palacio susurran sobre una figura de cabellos oscuros que porta la espada y la insignia militar. La confianza del monarca en ti debe ser inmensa.

Una carcajada escapa de mis labios al oír ‘confianza’.

—Confianza es una palabra que quizás no encaje del todo, pero si soy la única de mi estirpe en las filas castrenses…

El hombre me regala una sonrisa, clava su mirada en mí y luego frunce el ceño.

—Es peculiar, la energía que emanas es inusual. ¿Acaso tu cuna fue Naseria?

Lo observo con cautela, desconcertada por su interrogante, pero su rostro se transforma, despojándose de miedo e inocencia, adoptando una expresión de suspicacia, su tono se torna grave, su postura se endurece y avanza hacia mí. Instintivamente, mi mano busca el pomo de mi espada, mis instintos se agudizan. Pero antes de que la situación escale, la voz de Vayolet resuena cerca, emergiendo de entre la maleza, invocando a su sirviente. Luce un vestido púrpura manchado de lodo, y en su mano, que gotea sangre, sostiene un látigo oscuro.

—¡JASPER! ¡Exigí tu presencia en la entrada, no a una legua de distancia!

Jasper recupera su semblante de temor y candidez previos. Es asombroso cómo su rostro se transforma en meros instantes.

—Perdón, mi señora, un sonido me alertó y acudí a investigar.

Vayolet percibe mi presencia, clava en mí una mirada altiva y despectiva.

—¿A qué se debe su intrusión?

Mi mente busca una excusa velozmente, sería imprudente revelar que su hermano me convocó al bosque a estas horas.

La inquietud tras los eventos de la merienda me ha robado el sueño, y he decidido patrullar, ya que la protección de la princesa es mi cometido supremo.

Me inclino con respeto, y al parecer, mi explicación la satisface.

Entiendo. Jasper, permitamos que continúe con su labor.

El hombre asiente, se alejan del lugar y me dejan sola en la penumbra del bosque. El recuerdo del látigo de Vayolet me asalta; sin duda, ha sometido al cautivo a un cruel castigo. Una oleada de compasión me invade, a pesar de todo. Además, necesito obtener su confianza, y si no actúo con astucia, podría ser yo la próxima víctima. Con hesitación, decido visitarlo de nuevo. Antes de dirigirme a la torre, paso por el almacén para tomar algunas medicinas y luego me adentro en las sombras del bosque.




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