Aressea

El eco de un sueño

Aristella.

Mis párpados se alzan, revelando lentamente el velo de la noche que me rodea. Un aroma ancestral de madera y hierba fresca se cuela en mi ser, mientras una lejana sinfonía de violín me seduce con su llamado. Cada acorde es un susurro que me invita a adentrarme en su mundo. Descalza, la hierba besa mis pies con su frescura, guiándome hacia la fuente de esa música encantadora. A medida que avanzo, la penumbra se desvanece, dejando entrever un bosque salpicado de flores silvestres y el rumor de un lago cercano que danza al ritmo del violín. Una silueta diminuta se perfila junto al lago, y me aproximo cautelosamente. La luna, en su plenitud, derrama su luz argéntea sobre el cabello negro del joven violinista. No es más que un niño, ataviado con ropajes blancos inmaculados, empuñando un violín de tonos púrpuras y cuerdas que parecen hilos de oro. Sus dedos dan vida a una melodía que refleja la melancolía de su alma, cada nota es un abrazo que comprime mi corazón.Observo, fascinada, cómo el viento juega con su cabello, convirtiéndolo en un ser sacado de un relato fantástico. La música se intensifica, llena de pasión y desesperación, hasta que se extingue en el susurro del bosque. Al abrir sus ojos, el niño revela dos orbes que brillan con tonos dorados y verdes, su mirada, aunque cargada de pesar, es dulce y se posa sobre mí. Sin poder articular palabra, su sonrisa me alcanza, y con pasos decididos se acerca. Al tomar mi mano, una corriente eléctrica nos envuelve. Su sorpresa es evidente, y en ese momento, sus labios se entreabren, liberando la melodía de su voz.

Somos de la misma esencia.

su voz resuena, desafiando mis expectativas de una dulzura infantil. En su lugar, encuentro un tono áspero, teñido de dudas. Mi propia voz se niega a emerger, y su apretón en mi mano se intensifica, pero sin causar dolor. De sus ojos brota una luz dorada, efímera como el rocío al amanecer, y aunque mi cuerpo se tensa, no hay dolor, solo una extraña calidez.

—¡Observa tu reflejo!

Su voz, ahora impregnada de desconcierto, me insta a mirar. El agua me devuelve la imagen de un vestido de seda color champán. Al principio, no comprendo su insistencia hasta que la revelación surge: mis ojos brillan con una luz púrpura azulada, un espejo del resplandor del niño. Retrocedo, cubriendo mis ojos, temerosa de ser descubierta.La agitación se apodera de mí, y una voz, ahora profunda y resonante, no la de un niño sino la de un hombre, me exhorta.

—¡No hagas eso! ¡Permanece serena!

La ansiedad me invade, y al descubrir mis ojos, busco al dueño de esa voz autoritaria. El niño frente a mí es la fuente, su rostro refleja un terror inconfundible. Mis instintos me advierten de una amenaza latente en él. Nuestras miradas se entrelazan, y las luces de nuestros ojos se funden en un destello que ilumina el bosque, revelando la figura de un hombre con el mismo atuendo del niño, su expresión severa y su mirada, un desafío.

—¿¡Prisionero!?

Mi voz se quiebra, apenas un susurro antes de que la realidad se desvanezca y me arranque del sueño.

Una inquietante sensación recorre mi cuerpo, como un escalofrío que no puedo sacudir. Los latidos de mi corazón resuenan en mis oídos, cada uno como un disparo que anuncia el aumento de mi ansiedad. Mis ojos se abren de par en par, mi respiración se vuelve errática y mi cuerpo se tensa, acelerando aún más los latidos. El sonido de mi corazón galopa tan fuerte que no puedo escuchar la respiración del prisionero. Después de unos segundos, mis músculos comienzan a relajarse y mis oídos empiezan a captar sonidos más allá de las palpitaciones. Me incorporo lentamente, buscando a mi compañero, y lo encuentro dormido a mi lado. Al tocar mi cabeza, un dolor punzante me hace contener la respiración; no hay sangre, la herida está cosida tal como me prometió. Mi mente se llena de recuerdos de aquel sueño extraño. La sensación de que el prisionero era aquel pequeño niño no me abandona. ¿Estoy obsesionada? Imposible… pero, ¿por qué siento esto? Tal vez le estoy dando demasiadas vueltas. Suspiro, y mi mirada recorre el estrecho lugar. Otro suspiro resuena en el cuartucho, pero no es mío. Observo al hombre que me mira; su expresión es indescifrable, una mezcla de decepción y desprecio, o quizás ambas cosas.¿Quién es este hombre? ¿Qué secretos oculta? ¿Y por qué mi mente sigue regresando al niño del sueño? Las respuestas parecen esconderse en las sombras, como si el cuartucho mismo guardara sus propios misterios.

—¿Qué sucede? —me atrevo a preguntar, mi voz apenas un susurro. Su mirada se intensifica, perforando la mía con una intensidad que me hace estremecer. Su ceño fruncido revela una inquietud que parece crecer con cada segundo que pasa. Sigue observándome, y luego suspira, un sonido que resuena en el silencio como un presagio.

—¿Vas a explicarme qué ocurre? —insisto, mi voz temblando ligeramente.

Otro suspiro, más profundo esta vez.

—Sabía que era peligroso tenerte cerca. Pero no esperaba esto.

Mi ceño se frunce, la confusión y el temor se mezclan en mi mente.

—¿A qué te refieres?

—A un cambio de planes.

Estoy a punto de responder cuando un silbido agudo corta el aire, proveniente del bosque. Se repite, y lo reconozco: es Klaus.

—Creo que tienes visita —dice, su sonrisa torcida llenándome de incertidumbre. En su mirada hay algo más que inquietud, algo oscuro y amenazante. Me levanto y me dirijo hacia la puerta, pero no sin mirarlo una vez más. Podría jurar que de sus ojos emanaba una luz brillante, llena de furia y algo más... algo que me hiela la sangre.

Al salir, una sombra se desliza rápidamente entre los árboles, apenas visible en la penumbra. Un escalofrío recorre mi espalda mientras me pregunto si realmente estoy sola o si algo más, algo desconocido, me está observando desde las sombras.




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