Aristella.
Salgo de la torre con el corazón latiendo con fuerza, y me encuentro con Klaus, quien anda de lado a lado con una expresión de profunda preocupación. Su mano en el mentón y sus murmullos apenas audibles aumentan mi inquietud. Al sentir mis pasos, levanta la mirada y una sonrisa de alivio asoma en su rostro.
—Sigues viva —dice, con un tono que mezcla sorpresa y alivio.
Esbozo una sonrisa, dándome cuenta de que su preocupación era por mí.
—Completamente ilesa —respondo, tratando de calmarlo.
Esta vez, su sonrisa se ensancha, dejando ver sus dientes. Se acerca un poco más a mí y mira a ambos lados, como si temiera ser escuchado.
—El rey está más calmado, creyó lo que le dije y no ha indagado más en el tema. Respecto a Sandiel, me he enterado de que tardará dos semanas en volver. Uno de mis soldados me ha dado esto.
Saca de su capa una pequeña carta blanca con el sello real rojo. La miro confundida, y él hace un movimiento con la mano para que la agarre.
—Es de parte de Sandiel.
—¿Por qué me habrá dejado una carta? —pregunto, sintiendo un nudo en el estómago.
Él se encoge de hombros.
—Se ha ido de improvisto, puede que se haya olvidado de decirte algo.
Asiento, tratando de calmar mis pensamientos. Puede que sea debido a mi custodia.
—Gracias, Klaus.
Klaus asiente y saca de su capa una pequeña bolsa que contiene un bocadillo y agua.
—Ten esto, mañana vendré a darte más cosas.
Le agradezco, y se va antes de que le echen en falta. Yo me adentro a la torre, sintiendo el peso de la carta en mi mano y el suspenso de lo que podría contener.Una vez dentro, el ambiente se tornó denso, casi palpable, como si el aire mismo estuviera conspirando en nuestra contra. Mi acompañante, como siempre, yacía en su posición habitual, cubriéndose la cara con el brazo, una figura enigmática envuelta en sombras.
—Ya estoy aquí.
—Lo sé.
Su voz, áspera y cargada de irritación, resonó en la penumbra. No me miró ni se movió, y decidí dejar la conversación pendiente para otro momento. Me senté en el lugar de siempre, saqué la carta y el bocadillo, y comencé a leer mientras comía.
“Hola, pequeña guerrera. No sé si ya te has enterado por mi hermano; si es así, lo lamento, seguro no fue muy agradable. De todas formas, ya sabes que tengo tu custodia. Lamento irme sin decírtelo antes. A partir de hoy, quedas como comandante de mis tropas. Tu entrenamiento se hará cuando vuelva; mientras tanto, tómate esto como un pequeño descanso. Nada de saltarte las comidas por entrenar. No sé qué más escribir… se me olvidó lo demás, pero en fin, espero que te estés cuidando y no haya problemas. Por favor, evita hacer alguna masacre mientras no esté presente. Sin más que decir, bienvenida a las tropas oscuras de Naseria. Ya sabes, por la leyenda y eso.”
Sonrío al leer las últimas palabras, la carta sin lugar a duda ha sido escrita por él. Termino de comer el último bocado y miro al gruñón de mi lado que está observándome como si fuera una criatura mística que acaba de conocer.
—Ahora eres tú quien está observándome como si fuera una exposición. ¿Quieres decirme algo?
Se relame los labios sin apartar su mirada, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y desdén.
—¿Vas a quedarte mucho en la torre?
Frunzo los labios, pensando cuánto tiempo me quedaría.
—Hasta que vengan algunas tropas de la capital.
Él asiente, pensativo, como si estuviera calculando algo en su mente.
—¿Quién más sabe que estás aquí?
—Sólo Klaus.
—¿Klaus? ¿Quién es ese?
—El caballero del rey.
Suelta una pequeña carcajada, su mirada se vuelve irónica, casi burlona.
—Te escondes del rey, pero su escolta sabe dónde estás... no sé si eres tonta o si el tipo es un traidor sin lealtad.
Lo fulmino con la mirada, sintiendo la irritación burbujear dentro de mí.
—¿Y eso a ti qué te importa? Klaus y yo somos buenos amigos. Nos ayudamos cuando estamos en problemas.
—¿Aunque tenga que engañar a su rey? No creo que solo te vea como amiga, se está jugando el cuello.
—¿Y tú qué sabrás? Si no tienes amigos. Hay amistades que harían cualquier cosa por protegerte sin interés amoroso. Además, vuelvo a repetirte, ¿eso a ti qué te incumbe?
—¿De verdad confías en él?
—Sí.
Se encoge de hombros y se echa otra vez, tapándose la cara con el brazo, como si la conversación no le importara en absoluto.
—No me respondiste.
No hay respuesta por su parte. Su respiración se vuelve más calmada, como si estuviera dormido.
—Estúpido, ojalá tengas pesadillas.
El ambiente en la torre se siente más opresivo, las sombras parecen moverse con vida propia, y el silencio se llena de un misterio inquietante. La ironía de la situación no se me escapa, y no puedo evitar preguntarme qué secretos se esconden detrás de esas miradas y palabras no dichas.Me tumbo en el suelo, un poco más lejos de mi lugar habitual, e intento conciliar el sueño.
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Editado: 08.11.2024