Aressea

Caos

Aristella.

No ha sido difícil evitar a los guardias. Me encuentro en mi habitación, me he puesto un paño y he guardado más. Antes de todo, me he duchado y cambiado de ropa. No quiero confiar demasiado en la suerte, así que me dispongo a salir con precaución de este lugar. Tendré que sobrevivir una semana sin los tés de Edalia, una sensación de melancolía me invade al recordarla. No debo demorarme mucho, pues sé que el sujeto se comerá todo. Salgo de la habitación silenciosamente y diviso a lo lejos a dos guardias acercándose por el pasillo. Me escondo en una habitación y entrecierro la puerta. Los dos soldados se detienen justo frente a mí, puedo escuchar su conversación.

Tendríamos que haber descansado un poco más, no entiendo por qué regresó tan pronto.

Algo debe haber ocurrido para que la señora Vayolet cancelara su viaje.

—Espero que no se enfade con nosotros. Por cierto, ¿dónde se habrá metido su sirviente?

—No lo sé. Nos informó de su llegada y se marchó, pero no he visto a la señora.

La vi antes de encontrarme contigo, estaba acompañada de su sobrina. Lo único que alcancé a oír fue el nombre de Aristella.

—¿Otra vez se ha metido en problemas? Creo que esta vez no saldrá bien.

—Yo tampoco lo creo, la señora parecía muy enfadada.

Dejemos esta conversación para otro momento, vayamos a buscar a Jasper. No queremos irritarla aún más.

Los guardias se alejan y yo quedo petrificada en el sitio. ¿Lara? ¿Habrá visto mi salida de la torre?¿Vayolet habrá regresado por eso? Eso significa que ahora mismo está en la torre. ¿Le castigará por mi culpa? ¿Estará el bien? Debo ir a comprobarlo. Mi corazón amenaza con salirse de mi pecho, pero me esfuerzo por mantener la calma y evitar caer en el pánico. Salgo de la habitación y corro por los pasillos, esquivando a uno que otro guardia hasta llegar al jardín. Aumento mi velocidad al adentrarme en el bosque, las ramas secas crujen bajo mis pies y el viento se vuelve más feroz. Diviso la torre y dos guardias custodiando la entrada. Agarro firmemente el mango de mi arma y me dirijo hacia ellos. Sé que es una locura, pero me siento culpable. Quizás sea hora de intervenir. Los guardias desenvainan sus espadas al verme y se lanzan contra mí. Forcejeamos brevemente hasta que logro derribarlos, sin piedad les corto el cuello. Ya se enteraron, ¿qué importa ya? Penetro en la torre y escucho gritos cargados de furia provenientes de arriba, seguidos de escasos golpes contundentes. Al llegar a la planta superior, me encuentro con lo que temía: la olla y la comida esparcidas por la habitación, Dan yace en el suelo recibiendo los azotes del látigo de Vayolet, mientras la sobrina presencia la escena, riéndose mientras ella le grita.

—¿¡Dónde está!? ¡¿Dónde se escondió?! ¡Cómo te atreves a ocultármelo! ¿Hace cuánto

Te visita? ¡Debiste haberla eliminado!

Cada pregunta era acompañada de un violento golpe. Sin embargo, Dan no protestaba, solo la observaba con una sombría sonrisa que calaba hasta los huesos. Lara se da la vuelta y me descubre, sus ojos se abren desmesuradamente ante la sorpresa y comienza a ponerse nerviosa al divisar mi espada manchada de sangre.

—¡Aristella, estás aquí! Estaba muy angustiada por ti. ¿Cómo lograste entrar a esta torre? ¡Pudo haberte matado!

Su tía deja de golpearle y se vuelve para encararme, Dan me mira con severidad y abandona su sonrisa, su expresión es de reproche por haber acudido. Repentinamente, veo a Vayolet avanzar furiosamente hacia mí.

—¡Tú! ¡Cómo te atreves a irrumpir en mi torre! ¡Eres solo una insignificante guardaespaldas!

De reojo, observo a Lara sonreír ante las palabras de su tía. En ese instante, caigo en la cuenta de lo ingenua que he sido, defendiendo a alguien que disfruta del dolor ajeno. No hay duda de que es igual a su progenitor. Vayolet levanta el látigo en mi dirección, pero mis reflejos se activan y lo esquivo, llegando como una ráfaga a su cuello con la espada. Ella grita, cae al suelo y me lanza una mirada cargada de odio.

—¡Tía!

Lara se agacha y ayuda a su tía a levantarse, yo me coloco frente a Daniel y alzo mi espada, haciendo que ambas retrocedan.

¿¡Estás loca!? ¡Has cavado tu propia tumba! Mi hermano no dejará esto impune. ¡Baja esa arma! ¡Guardias, guardias!

Su voz resonó en las paredes de la torre, un eco desesperado que entremezclaba la incredulidad con el terror. La adrenalina corría por mis venas mientras el tiempo se precipitaba hacia su fin. Ella empezó a gritar como una loca, sus ojos desorbitados reflejaban la locura que se apoderaba del lugar. Cada segundo que pasaba era un latido más de un corazón que se acercaba al borde del abismo. Miré a Dan, su rostro atrapado en la penumbra de la confusión. Le medio sonreí, un gesto que intentaba transmitirle mi fe, pero también mi miedo.

—Sé que puedes liberarte. Es hora de que salgas de aquí. Tienes mucho que ver. ¡No mueras ahora! ¡Vamos, sal de aquí! Yo me ocupo de esto.

Su mirada era un enigma, fija, amenazante, demasiado penetrante. Intenté desviar la vista, pero volvía, ineludiblemente, a la ansiedad palpable que recaía entre nosotros. Vayolet ahora me miraba con terror, pero no hacia mí; temía por Dan, por la posibilidad de que él rompiera sus cadenas. Sabía que, si esto sucedía, haría cualquier cosa para evitarlo. La presión del momento se intensificaba, como un alarido silenciado, mientras los pasos resonaban en la escalera.

En un abrir y cerrar de ojos, seis guardias armados entraron, sus armas brillando con la frialdad del acero.

—¡Apresadla! ¡Ha intentado matarnos!

Fue la sobrina la que rompió el silencio, indicando con un dedo tembloroso hacia mí. El miedo se apoderó de sus rasgos, pero sus palabras eran órdenes, y los guardias avanzaron sin piedad. Fue el momento en que el caos se desató.




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