Daniel .
Hace unos minutos que se llevaron a Aristella de la torre. La impotencia me consume, como un fuego que devora sin piedad. Siento cómo el veneno serpentea a través de mí, arrastrando mis fuerzas con él. Mi cuerpo es un extraño, inmóvil, rechaza mi voluntad. Cada latido parece resonar en mi cabeza, un eco de agonía mientras mis órganos se revuelven en llamas.
La herida en mi costado no para de sangrar; el líquido carmesí se mezcla con el sudor frío que empapa mi piel. Cada bocanada de aire que intento tomar se convierte en un filo helado que atraviesa mi pecho, desgarrando mi respiración. La desesperación se enreda en mis pensamientos, y me esfuerzo por canalizar mi maná que, lamentablemente, ahora es una sombra de lo que solía ser: lento y rebelde como un prisionero.
Mientras me hago el dormido, Los hermanos están allí, observándome.
—Vayolet, ¿quién es este hombre? ¿Cuánto tiempo lleva aquí? –la voz de su hermano temblaba de furia contenida.
—Es uno de mis juguetes. Sabes que cada cierto tiempo traigo a alguien para desahogarme. No te preocupes respondió Vayolet, con una frialdad que helaba la sangre.
—¡Qué tontería estás diciendo! ¡Has puesto en peligro a mi hija, cómo se te ocurre! –gritó.
El ambiente era sofocante. Solo se escuchaban las respiraciones agitadas de los hermanos y el goteo constante de la sangre. El olor a muerte impregnaba el aire, mientras yo luchaba contra el sedante que me mantenía inmóvil. Los Aberdeen discutían mi destino, sus voces cargadas de desesperación y miedo.
—Tu hija vino aquí por su cuenta. Nunca la he traído. Jamás se me ocurriría ponerla en peligro, lo sabes –Vayolet intentaba mantener la calma, pero su voz traicionaba un leve temblor.
—¿Quién es este hombre? ¿Por qué transmite una presencia tan aterradora? ¿De dónde lo trajiste? la voz de su hermano se quebraba, reflejando la ira que contenía.
—¡No lo sé! No sé quién es. No habla por más que le torture. Solo sé, hermano mío, que si se escapa, moriremos –Vayolet confesó, su voz apenas un susurro.
Una sonrisa de agonía hizo eco en el pequeño cuarto.
—No nos pasará nada. Ese inútil está acabado –dijo, tratando de convencerse a sí mismo.
—Es más fuerte de lo que piensas –advirtió Vayolet, noto su mirada fija en mi.
—Deshazte de él. Mátalo y tíralo. Una vez que lo hayas hecho, destruye la torre –ordenó, su voz firme pero llena de pánico.
—¡Pero hermano! –Vayolet intentó protestar.
—Es una orden –cortó, su tono final e inapelable.
Escucho cómo los pasos se alejan; el rey y sus soldados se han marchado. Otros pasos se acercan, y siento un toque helado en mi rostro.
—No permitiré que nadie te aparte de mí. Eres mío. Tendré que esconderte en otro lugar, así que duerme, mi amado –susurra una voz llena de frialdad y maldad.
De repente un dolor penetrante en el abdomen, como si un cuchillo me atravesara. ¿Qué rayos estaba sucediendo? Vayolet me observaba impasible, sin atacar. De repente, otro golpe, esta vez en mi rostro, seguido de un desgarro en mi pierna. ¿Qué estaba ocurriendo? Un vago recuerdo se filtró en mi mente: ¿Aristella? Solo sentía golpes y desgarramientos sin sentido. Noté que mi herida dejó de sangrar y mi cuerpo respondía a mis órdenes,pero sabía que era temporal. Debía aprovechar cada segundo. Ella tenía razón, era hora de liberarme. Abrí los ojos y Vayolet retrocedió, las cadenas se deshicieron y pude erguirme, mis muñecas libres pero marcadas. Vayolet comenzó a gritar, me acerqué disfrutando de su rostro atemorizado y me incliné para ver el miedo reflejado en sus ojos con mayor claridad.
—¿Juguete? ¿Tuyo? —susurro, acercándome a su oído—.Nunca tuviste el control, Vayolet. Si estoy aquí es porque quiero.
Tiembla como una hoja seca arrastrada por el viento helado. Me levanto lentamente, como un depredador que definitivamente ha marcado su territorio. Salgo de la torre, dejándola atrás, pero sé que este no es el final. De ella me ocuparé más tarde. Ahora, hay algo más urgente en la oscuridad, una búsqueda que me consume: tengo que ir a por Aris.
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Editado: 08.11.2024