Aristella.
Llegamos al despacho en silencio. Entro de mala gana, observando todo a mi paso. Su despacho tiene un aire de misterio, como él mismo. Dos ventanales flanquean el escritorio negro, contrastando con el color crema de las paredes. Dos grandes sofás rojos están frente al escritorio, acompañados de una pequeña mesa negra de té. Los demás muebles son negros con toques rojos. Estanterías llenas de libros y una mesa con pilas de papeles a los lados, y en el centro, una pluma dorada, escasa de tinta Daniel se sienta en su silla, fijando su mirada en mí con intensidad. Hizo un gesto para que tomara asiento, pero ignoré su invitación y opté por esperar a que él hablara. Un suspiro abandonó sus labios, y apoyó los codos en la mesa mientras entrelazaba sus dedos creando una atmósfera aún más enigmática.
—No logro comprender tu turbio estado de ánimo ¿Puedes explicarme por qué me odias?
El entrecejo fruncido, su gesto enigmático, denota confusión y desconfianza. Suspiro con pesadez antes de pronunciar las palabras.
— ¿Crees que no me enfurecería al descubrir que ordenaste que me retuvieran aquí? —las palabras salen de mi boca como un susurro, cargadas de una tensión apenas disimulada
—. Y hay algo más: ¿por qué no me dijiste que eras de Aressea, que pertenecías a la familia Grace?
Su gesto se tensa al escuchar mis palabras, sus ojos brillan con intensidad. Aclaro mi garganta antes de proseguir.
—Sé que nuestra relación es distante, pero considero que merecía conocer esta verdad, sobre todo si está en juego mi ingreso a Naseria. Además, recuerda el acuerdo que hice con el señor Sandiel.
Daniel asiente, con la mirada penetrante, su entrecejo se frunce aún más mientras su expresión cargada de incertidumbre intenta descifrar mis pensamientos.
—¿Deseas regresar a ese lugar? No lo entiendo, sé que su trato hacia ti fue deplorable ¿y estás enojada porque ya no puedes regresar? Dudo que Sandiel te busque, solo valora tu talento que aún requiere pulirse, buscará a otra persona a quien moldear.
Su voz ronca y calmada me irrita cada vez más. ¿A él qué le importa? Intento calmarme con un suspiro profundo, pero la tensión crece en el aire.
—Si quiero regresar o no, no es asunto tuyo. La cuestión es que ahora mi cabeza tiene precio. Seré una proscrita por el resto de mis días.
Sus ojos se entrecierran mientras me observa, su mirada es un imán que parece absorber toda la luz del entorno. Con voz suave pero amenazante, murmura:
—Si hubieras sabido quién soy, ¿no me habrías ayudado?
Mi respuesta sale disparada, impulsada por la rabia, antes de que pueda pensar.
—Claro que no. ¿Por qué lo haría? Sería una insensatez arriesgarme por alguien desconocido.
El silencio se cierne entre nosotros, pesado y denso. Me observa en silencio, como si intentara desentrañar algún misterio oculto tras mis palabras. El aire parece vibrar con la tensión acumulada antes de que finalmente conteste.
—¿Me estás diciendo que te acercaste a mí sin saber quién era?
—Así es —respondo, sin poder evitar que un escalofrío me recorra la espalda, consciente de que en mis palabras se encuentra la verdad y la culpa enredadas.
Suspira con aire de misterio, algo le divierte pero me deja en la incertidumbre. Se levanta de su asiento y se aproxima con determinación hacia mí, retrocedo instintivamente a medida que avanza, como en un juego de gato y ratón. Mi espalda impacta contra la fría pared, acorralada. Él se acerca más, apoyando su brazo en la pared, apenas a centímetros de distancia. Su aroma embriaga mis sentidos, su mirada intensa escudriña mis ojos detenidamente.Siento un calor subir por mi espalda hasta mis mejillas; podría jurar que estoy más roja que los tomates de Edalia. Una media sonrisa se dibuja en sus labios antes de apartarse.
—Tus ojos... siento que los he visto antes - murmura con incertidumbre.
Me quedo en silencio, su ceja se arquea mientras se inclina levemente hacia mí.
—Aristella, respira, mujer.
Estoy a punto de protestar cuando me doy cuenta de que me falta el aliento, inhalo profundamente y comienzo a respirar, escuchando su risa burlona. Mi cara arde de vergüenza y, sin dejarle espacio para hablar, me alejo avergonzada. Él habla en voz alta para que lo oiga:
—Por ahora no saldrás,mantente lejos de mis hombres y Aristella.
Pronuncia mi nombre con una voz autoritaria que hace que me detenga. Allí está, apoyado en el marco de la puerta, con una sonrisa burlona que me provoca una mezcla de indignación y confusión.
— Recuerda respirar.
Evito responder, abrumada por la vergüenza, y me alejo de su vista. Maldito prisionero.
Queridos lectores,
Quiero disculparme por la demora en las actualizaciones. Debido a mis estudios, no he podido dedicarle el tiempo que quisiera a la escritura. Agradezco mucho su paciencia y comprensión.
Como muestra de disculpa, he preparado varios capítulos que publicaré de forma consecutiva para que puedan disfrutar de un maratón de lectura. Espero que estos nuevos capítulos les gusten y que sigan acompañándome en esta aventura.
¡Disfruten del maratón!
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Editado: 19.11.2024