Aristella.
Mientras deambulo por los pasillos, recuperando poco a poco mi color natural, mi mente se aferra a la idea de encontrar una forma de escapar sin ser descubierta. De pronto, una puerta de un enigmático color morado capta mi atención; en su manija, esculpida en forma de cabeza de león dorado,parece observarme. Miro cautelosamente a mi alrededor, asustada por la posibilidad de que alguien intente acabar conmigo de nuevo, por atreverme a cruzar límites prohibidos. Con un leve temblor, agarro el aro que emerge de la boca del león; el metal frío provoca un escalofrío que recorre mi espina dorsal. Al empujar la puerta, esta se abre con una resistencia que parece susurrar historias olvidadas. Mi corazón late frenético, como un tambor, mientras me adentro en las sombras del interior. La penumbra es total; ninguna luz tenue se atreve a penetrar en ese cuarto. Con un leve temblor, logro abrir un poco más la puerta, buscando desesperadamente algún interruptor o, al menos, un candelabro que me permita desvelar el secreto de ese lugar.Finalmente, mis dedos encuentran el interruptor en la pared, y al accionarlo, una luz ámbar inunda la habitación, revelando el misterio que se oculta en su interior. Cierro la puerta detras de mí, sintiendo cómo el silencio se convierte en un cómplice de mi descubrimiento. Una sonrisa de oreja a oreja se dibuja en mis labios al percibir el familiar aroma a cientos de libros que inunda el aire; ¡he encontrado una biblioteca!Estanterías blancas, como paredes de algodón, contrastan con las paredes de un suave color malva, creando un ambiente cálido que envuelve el espacio. Miles de libros, con sus intrigantes portadas, reposan en los numerosos estantes, cada uno guardando secretos esperando ser desvelados. Avanzo unos pasos más y, en el centro, mis ojos quedan atrapados por una majestuosa escalera dorada en espiral que se eleva hacia las alturas, serpenteando sofisticadamente hasta la última estantería, mientras sus barandillas doradas parecen susurrar promesas de aventuras aún no vividas.Unas cortinas blancas parecían suplicar a gritos que las dejaran moverse. Me acerqué y abrí el gran ventanal, dejando que una brisa suave ingresara al espacio, como si el lugar hubiera estado esperando ese momento por años. Las cortinas danzaron delicadamente, y la luz del sol iluminó cada rincón de la sala. En el centro, una mesa grande de madera blanca dominaba el ambiente, mientras una impresionante alfombra morada, como un suave abrazo, cubría el piso, protegiéndolo de secretos pasados. En el corazón de la alfombra, en letras curvilíneas de un dorado intenso, se podía leer el nombre de la ciudad: Aressea. Era la primera vez que sentía una alegría genuina por estar allí. Sin poder resistir el impulso de explorar, comencé a pasear por los largos pasillos repletos de estanterías. Un cartel en la pared indicaba la organización de cada estantería y el género de sus libros; había de todo, desde novelas románticas hasta tratados de política.Mis dedos recorrían los lomos de los libros, sintiendo la textura de cada taco, hasta que un volumen azul intenso de piel captó mi atención. Lo saqué de su lugar, y en su portada encontré una luna plateada iluminando a dos sombras que danzaban en un romántico abrazo. Con letras bordadas en blanco y negro, se leía el título: Las estrellas. Una sonrisa se dibujó en mis labios; sentí que el momento anhelado había llegado, era hora de leer.Con el libro en mis manos, abandoné la biblioteca, asegurándome de dejar todo tal cual como lo había encontrado. Pero el resplandor de la luna plateada en el libro me acompañaba, prometiendo aventuras y secretos que guardaré en mi habitación, aguardando el momento perfecto para desvelar las historias que yacen entre sus páginas.
Una vez que he dejado el libro bien guardado, me aproximo al jardín trasero. Un aroma embriagador a rosas y a diversas plantas me envuelve, mientras paseo entre arcos repletos de flores blancas, caminos de piedra y una sinfonía de colores que brotan de las flores. De repente, me encuentro ante un imponente muro de piedra. Comienzo a inspeccionarlo, y es entonces cuando noto que una piedra en la parte inferior está mal colocada, revelando un pequeño hoyo que se oculta en su sombra.Una oleada de emoción recorre mi cuerpo; al fin voy a ser libre. Sin pensarlo dos veces, quito la piedra pesada y empiezo a retirar un poco más de arena. Al asomarme al pequeño hueco, comprendo que es mi oportunidad. Me dispongo a salir, arrastrándome con cuidado, y una vez fuera, el corazón me late desbocado al darme cuenta de que he escapado de la mansión.El aire fresco acaricia mi rostro mientras veo las calles claramente ante mí. Escucho el trote de caballos, el repiqueteo de carrozas y las voces de algunas personas cruzando la calle. Sin pensarlo más, salgo corriendo, sin mirar atrás; el olor a libertad ilumina mis ojos y una sonrisa se dibuja en mi rostro.Una vez lejos de la mansión, entro al pueblo con una alegría impulsiva, ignorando el nudo que se ha formado en mi estómago y las alarmas que resuenan en mi mente, advirtiéndome de que estoy siendo observada. Una sensación inquietante se cierne sobre mí, como si las sombras de la mansión aún intentaran alcanzarme, pero la emoción de la libertad me empuja a seguir adelante, sin volver la vista atrás. Sin embargo, la certeza de que algo o alguien me sigue provoca un escalofrío que me recorre la espalda y me hace acelerar el paso.
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Editado: 08.11.2024