Aristella.
Cada rincón de las calles está decorado con pequeñas banderas moradas triangulares de Aressea. Hay casetas con exhibiciones de todo tipo: joyas, peluches, armas, animales... Las personas están muy alegres, adornando el centro del pueblo con luces titilantes que crean sombras danzantes en las paredes. El aire está impregnado de risas y susurros, sumergiéndome en una atmósfera festiva, pero también cargada de un misterio implacable.Observo a las jovencitas trayendo comida, dejando platos deliciosos sobre una mesa enorme y alargada. De repente, una mujer se me acerca, un plato envuelto en un paño exhalando un vaporizado aroma que hace que mi estómago ruja casi en un grito desesperado. La señora extiende el plato hacia mí con una mirada que mezcla urgencia con un leve toque de inquietud.
—Jovencita, lleva este plato a la mesa —me ordena.
Asiento, sintiendo cómo el gorro de mi capa se agacha un poco más, casi como si quisiese ocultarme. Cojo el plato y me dirijo hacia la mesa, donde una joven habla con entusiasmo a las demás.
—Estoy deseando que llegue la hora. ¿Crees que vendrá? Hace mucho que no sale de su gran caserón.
El grupo que se ha formado suspira de emoción, el aire se carga de tensión.
—Espero que sí —responde una de ellas, con voz temblorosa—. Dicen que es el hombre más guapo que puedas ver, y que sus ojos pueden hipnotizarte.
Un pequeño recuerdo de los ojos de Daniel golpea mi mente. ¿Será de él de quien hablan? Me quedo un poco más cerca, el corazón palpita en mi pecho cuando, casi en un susurro, una de ellas habla.
—Si lo veis, no le miréis mucho a los ojos, pues mi madre me ha dicho que los odia —susurra con un tono que parece casi un secreto peligroso—. Algunos en el pueblo no están conformes con que odie sus ojos, ya que sabemos que son nuestra esencia, lo que nos define.
—¿Qué os define? —la pregunta escapa de mi boca antes de que mi mente pueda frenar el impulso.
Silencio. Todas me miran extrañadas, y no puedo evitar sentir la presión de sus miradas sobre mí. Mi aspecto, con la tierra incrustada en las botas y la capa que apenas deja ver mi rostro, claramente provoca sospechas. La joven que estaba hablando antes hace un gesto con la mano, como si quisiera desestimar mi pregunta.
—¿Eres nueva, no? —desvía la conversación con una tranquilidad inquietante.
Asiento, y un escalofrío recorre mi espalda al notar cómo se miran entre sí. Una joven de aspecto delicado, con pelo plateado que brilla a la luz de las antorchas, toma la palabra.
—¿Desterrada? Cada vez son más los desterrados que vienen aquí. ¿Cómo te llamas?
Mi instinto me grita que no debo revelar mi identidad.
—Estrella —pronuncio, intentando infundir en mi voz una confianza que no siento del todo, agradecida por el título que vi en la biblioteca. Ellas asienten, su curiosidad parece intensificarse y dan un paso más cerca.
La joven que habló primero retoma el hilo de la conversación.
—Como decía, nuestros ojos nos definen, son una manifestación de nuestro poder. Algunos son más escasos que otros. Escucha con atención, porque es información valiosa: los ojos de color rosado y marrón son de categoría normal, es decir, el pueblo se define por el color marrón. Luego están las casas nobles; en total hay seis casas de duques y siete de condes. Los condes se distinguen por el color negro, aunque algunos son azules y negros, otros rojos y negros… el caso es que siempre llevan negro.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al escucharla, la profundidad de sus palabras parecen enredarse con las sombras que nos rodean. La atmósfera se espesa, y puedo sentir que algo más acecha en la penumbra.
—A los duques los definen el color gris. Hay más con gris y bronce, pero siempre con gris. Ser parte de una de esas familias significa poder y respeto.
Asiento levemente, intentando recordar, pero los ojos de Daniel no se alinean con ninguna categoría. Sin embargo, sé que es un noble. Como si la joven pudiera leer mis pensamientos, vuelve a hablar.
—Por último, están los desterrados y los de origen desconocido.los desterrados, no saben el porqué de sus ojos, así que sus colores serán variados, pero no podrán clasificarlos, por ejemplo, naranja y plateado. En cuanto a los de origen desconocido, solo hay dos familias, y la más prominente es la de los Grace, cuyos ojos se definen por el dorado. La familia Grace es la que tiene más poder, gobernando Aressea desde su fundación. Los segundos en poder son los Evander, cuyos ojos son morados.
Absorbo cada detalle de la información que brilla como una flecha en la oscuridad. Necesitaré esta sabiduría si planeo escapar de aquí; debo evitar a los que poseen más poder. Las jovencitas, no obstante, cambian de tema con una ligereza inquietante, como si lo que acaban de compartir fuera irrelevante. Comienzan a hablar de lo que están a punto de celebrar: la fiesta anual en honor a la victoria de Aressea. Sus palabras se entrelazan con ecos de risas.
—¡Todos los años nos reunimos para recordar el triunfo! —exclama una de ellas con una sonrisa radiante—. Recordamos a los que perdieron valientemente sus vidas y honramos a los que lucharon por nuestra tierra.
Me separo de ellas, mis pasos resonando en el silencio espeso del lugar. Miro a mi alrededor, buscando las posibles vías de escape, cuando siento que una mirada pesada se posa sobre mí. Sin poder localizar su origen, decido alejarme deprisa y me zambulló en un callejón estrecho. Camino rápidamente, hasta que alcanzo el final de la calle y, gracias a Dios, no es un callejón sin salida. Sin embargo, mi alivio dura poco.De repente, dos hombres robustos emergen de una esquina, como sombras que desdibujan la luz que queda. Sus ojos me atrapan al instante: el más alto, con un cuerpo musculoso y cabello oscuro, tiene la mirada inquietante de un iris blanco y rojo. El otro, más delgado y con cabello marrón, destaca por sus ojos plateados y rosados. Desterrados, pienso para mis adentros, un escalofrío me recorre al vislumbrar la maldad que brilla en sus miradas. Sus sonrisas amarillentas me provocan repugnancia; hay algo profundamente perturbador en ellos. Sus harapientas ropas hablan más de su naturaleza de lo que las palabras podrían expresar. Retrocedo dos pasos, nerviosa, volviendo la vista por donde vine. Sin embargo, me detengo en seco al ver a dos hombres más apostados a la entrada del callejón, demasiado lejos para ver sus rostros, pero claramente allí, como guardianes de mi captura.El aire se carga de una amenaza palpable, y siento un nudo en el estómago cuando los primeros hombres se acercan lentamente.
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Editado: 19.11.2024