Intento calmar mi respiración, pero el aire se me escapa en ráfagas cortas mientras mantengo la vista fija en los hombres que tengo frente a mí. La tensión en el ambiente es palpable, como si el aire estuviera cargado de electricidad. Uno de ellos, un tipo robusto con una sonrisa burlona, se abalanza hacia mí. Con un movimiento rápido, esquivo su ataque y, con toda la fuerza que puedo reunir, impacto mi puño en su estómago. El sonido del golpe resuena en el callejón, y el flaco que observa se ríe, disfrutando del espectáculo mientras su amigo se dobla, quejándose.Pero no tengo tiempo para disfrutar de mi pequeña victoria. El flaco se lanza hacia mí, decidido a vengar a su amigo. Con un giro ágil, repito el movimiento y esta vez mi puño conecta con su cara. El crujido de los huesos me llena de adrenalina, y su expresión de sorpresa es un pequeño triunfo en medio del caos. Sin embargo, el robusto se recupera rápidamente y se lanza de nuevo hacia mí, gritando barbaridades que apenas logro escuchar por el rugido de mi propio corazón.En un instante de pura instintividad, levanto mi pierna y le doy una patada en su entrepierna. Su rostro se torna de un rojo intenso y cae al suelo, retorciéndose de dolor. Sin perder tiempo, me vuelvo hacia su amigo, que intenta levantarse, y lo derribo con un golpe certero. Los otros dos que estaban aguardando en la entrada del callejón se lanzan hacia mí, pero la adrenalina me impulsa. No me cuesta mucho dejarlos a un lado, como si fueran muñecos de paja.
—Sois unos idiotas —les escupo, mis labios curvándose en una sonrisa burlona. Pero mi triunfo se ve interrumpido de repente. Un enorme lobo gris emerge de las sombras, sus ojos fijos en mí, brillando con una ferocidad que me paraliza. Gruñe, y cada paso que da es un recordatorio escalofriante de que el peligro no ha hecho más que comenzar.
Sin un arma a la vista y con el lobo acercándose, la única opción que me queda es correr. El sonido de sus patas golpeando el suelo resuena en mis oídos mientras me lanzo hacia la salida del callejón con el aliento del lobo caliente en mi nuca. Mi corazón se desboca y lucho por mantenerme serena mientras busco una salida. Callejeo por los oscuros y solitarios recovecos del pueblo, cuando de repente, veo venir hacia mí a un hombre encapuchado. Al sacar una daga, el terror me aprieta el pecho. Sus ojos, ocultos en la sombra, parecen fijos en mí, pero no tengo tiempo para pensar; echo un vistazo hacia atrás y veo al lobo pisándome los talones. ¿Está loco? ¿Intenta enfrentarse al lobo? Sin pensarlo dos veces, cuando lo tengo al lado, agarro su capa y lo giro hacia mí.
—¡Corre! —le grito, mi voz resuena en la penumbra. Le extiendo la mano. No puedo ver su rostro por la oscuridad y la capucha, pero siento cómo su cuerpo vacila mientras corre a mi lado. Pasados unos segundos, me sujeta con fuerza la mano, y juntos comenzamos a correr.
Giramos hacia otro callejón. El hombre me señala al techo. Allí, dos cubos de basura descuidadamente apilados junto a la pared nos brindan una oportunidad. Sin pensarlo, saltamos sobre ellos y nos lanzamos hacia la pequeña escalera de metal que se eleva hacia la oscuridad. Justo detrás de nosotros, el lobo se lanza sobre los cubos,afortunadamente sus garras resbalan. Un suspiro de alivio se escapa de mis labios. Los pulmones me arden, exigen descanso, así que me planto en el tejado para recuperar el aliento. Mientras tanto, mi acompañante permanece en silencio. La noche nos envuelve, y el eco de nuestra respiración se mezcla con el distante aullido del lobo. Una vez que me siento mejor, puedo apreciar el pueblo desde arriba. Miles de luces chispeantes decoran el lugar, brillando como estrellas caídas. Hay una banda tocando melodías alegres, mientras la gente danza al compás, riéndose y aplaudiendo. Sin embargo, un escalofrío me recorre la columna al pensar que, si llego a morir devorada por un lobo, nadie se daría cuenta. Mis gritos serían ahogados por la música festiva, como si nunca hubieran existido.
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Editado: 19.11.2024