Aressea

El umbral del bosque

Aristella.

La lluvia parece cesar poco a poco, pero en el aire hay una tensión palpable que me envuelve. Mientras damos la vuelta a la mansión, la luna brilla con una intensidad extraña, como si estuviera observándonos. Al llegar a la puerta, Daniel la abre sin esfuerzo, su mirada se cruza con la mía por un instante, sugiriéndome que salga. Respiro hondo y finalmente doy el paso hacia el exterior, él me sigue, pero el viento aquí parece más feroz, como si los enormes árboles que nos enfrentan compartieran un secreto ominoso. El bosque, tupido y oscuro, grita peligro a cada centella que se escapa de las nubes.Esa es la misma selva de la que había huido, y me quedo de pie, paralizada, observando sus profundidades mientras Daniel avanza a mi lado, imperturbable.

—¿No querías salir? —me dice con un tono que podría ser jocosidad, pero en su voz hay algo más—. Adelante.

Giro mi mirada hacia él, notando cómo su atención está fija en el bosque, su rostro, una mezcla de desafío y curiosidad.

Cuando me escapé, salí directamente al pueblo; no había bosque. ¿Por qué quieres que entre allí? ¿Planeas matarme?

Una sonrisa cínica aparece en sus labios, un destello en su mirada que me eriza la piel. Se inclina ligeramente, como si su deseo fuera atraparme en ese instante.

Por el pueblo no se sale de Aressea. Tienes que atravesar las profundidades del bosque. Una vez que logres salir de él, te encontrarás con otros pueblos hasta llegar a la capital. Allí hay puertos que podrán llevarte a tu siguiente destino... a no ser que te haya gustado el pueblo que viste y desees quedarte. Dudo que ese sea el caso.

Niego con la cabeza, mi mirada se aferra al oscuro umbral del bosque.

¿Cuánto tiempo se tarda en llegar a la capital a pie?

La respuesta de Daniel brota de su boca como un eco distante, aumentando mi incertidumbre.

—Si sobrevives al bosque, unos quince días. Pero salir de él siendo la primera vez, podrías tardar hasta veinte.

—¿Tanto? —un escalofrío recorre mi espalda al contemplar el tiempo que podría perderme en este peligroso laberinto.

Eso sería tener suerte. Hay muchas personas que no logran salir de él.

Un trueno ensordecedor retumba en el cielo, como si fuera un aviso de algo inminente. Cada retumbo parece cargar el aire de una inquietante tensión que me impide respirar con tranquilidad. Solo asiento, tratando de mantener la calma, y doy un paso hacia el bosque. En ese instante, siento que la mano de Daniel me sujeta del brazo. Su toque provoca un hormigueo que recorre mi cuerpo, una conexión eléctrica llena de significado y peligro.De repente, otro sonido interrumpe mis pensamientos, pasos que se aproximan. Me giro con inquietud y distingo a Jasper acercándose, su figura oscura recortada contra la luz temblorosa de la luna. En su mano, lleva una espada enfundada, el metal reflejando con frialdad el brillo plateado de la noche. Su expresión es de desdén, como si mi presencia lo molestara más de lo habitual.

Aquí tienes —le dice con desgana a su lord, su voz apenas un susurro en la oscura penumbra que nos rodea.

Daniel responde con una sonrisa que no me tranquiliza en absoluto y recoge la espada. Jasper me lanza una mirada cargada de enigmas; hay algo en ella que me helaría la sangre si me detuviera a analizarlo. Luego, se marcha sin más, su silueta desvaneciéndose en la oscuridad como un destello inquietante.Volvemos a mirar hacia el frente, y es en ese momento cuando Daniel me entrega la espada. Su gesto no es solo un acto de confianza, sino un desafío. Ahora sí me deja caminar hacia el bosque, al borde de lo desconocido. Con cada paso que doy, siento cómo el miedo se enreda en mi pecho, un nudo apretado que me obliga a avanzar a pesar de las dudas que me invaden.A medida que me sumerjo en las profundidades, el aire se vuelve más denso, como si el bosque mismo estuviera absorbiendo la luz. Los cuervos alzan su canto, un coro ominoso que reverbera en mis oídos, pero cuanto más me adentro, más se apaga su melodía. La inquietud crece, como un pulso que late en el silencio, hasta que casi llego al centro. Allí, los árboles parecen cobrar vida, formando un círculo que me atrapa en su abrazo sombrío. En cada esquina del círculo se abren caminos oscuros, cada uno prometiendo un destino incierto. Miro con cautela, sintiendo que el tiempo se detiene. Un escalofrío atraviesa mi columna vertebral cuando me doy cuenta de que Daniel ya no está a mi lado. La soledad me envuelve, y una ola de pánico recorre mi cuerpo.

¿Daniel? -mi voz apenas es un susurro, temblorosa, mientras pronuncio su nombre, esperando una respuesta que nunca llega.

El bosque se sumerge en un silencio absoluto, como si la naturaleza misma contuviera la respiración. Solo escucho el eco de mi propia respiración, un sonido que se siente cada vez más agobiante. Respiro hondo, pero la ropa empapada me cala hasta los huesos, y el frío se convierte en un enemigo que me abraza con fuerza. Intento olvidarme de la helada que me recorre, concentrándome en el ritmo de mi aliento.Cierro los ojos, buscando escuchar mejor, y en la penumbra, distingo mi respiración y dos más. Una pertenece a una persona, la otra, a un animal. Ambas se acercan, cada vez más cerca, como sombras que se deslizan entre los árboles. Giro lentamente hacia el origen de esos sonidos, cuando de repente, una pequeña respiración, casi imperceptible, se asoma detrás de mí. Abro los ojos, el corazón latiendo con fuerza, y me giro hacia esa presencia, pero no tengo tiempo. Un hombre enorme emerge del camino a mi derecha, y mi cuerpo se paraliza al reconocer, junto a él, al gran lobo gris que me había estado acechando hace unas horas. La luz de la luna ilumina su figura imponente. Es desmesuradamente fuerte y alto, su piel bronceada brilla en la oscuridad, pero lo que más me aterra son sus ojos, de un extraño color salmón y amarillo, que parecen atravesar mi alma. No tiene cabello, pero su barba espesa y marrón enmarca un rostro que irradia una mezcla de poder y peligro. Va vestido igual que los otros, con ropas harapientas de un color caqui desgastado totalmente opaco. Se acerca a mí sin parpadear, sus ojos fijos en los míos, y un escalofrío recorre mi espalda. Desenfundo mi espada, el metal frío brilla tenuemente en la oscuridad , y en sus labios se forma una risa burlona y sádica que me eriza la piel. El lobo avanza a la par de su amo, sus pasos silenciosos y letales. El hombre se detiene a escasos metros, como si estuviera disfrutando del momento, y el animal se abalanza hacia mí. Empiezo a luchar con el lobo, forcejeando entre mi espada y sus dientes afilados. Su gruñido de rabia resuena en el aire, y sus ojos rojos como la sangre parecen prometer una muerte inminente. Por alguna razón que no logro entender, el animal no puede cerrar bien la boca. Aprovecho esa oportunidad y, con un movimiento rápido, introduzco mi espada, partiéndole la mandíbula. Clavo la espada en su corazón, sintiendo una mezcla de desespero y tristeza que me ahoga. ¿Hubiera sido distinto si el animal hubiera estado libre? El hombre grita de rabia, un sonido que reverbera en el bosque, y se abalanza también. Voy a mover mi espada hacia él cuando, de repente, sus ojos se encienden, emitiendo una luz chispeante que me paraliza. Mi cuerpo no responde a mis órdenes; mi mano suelta la espada, y mis pies poco a poco se alejan del suelo. Una fuerza invisible me levanta y aprieta mi cuello, y me zarandeo, luchando con todas mis fuerzas contra esta opresión, pero es inútil. Poco a poco, empiezo a asfixiarme, el aire se vuelve escaso y mis pensamientos se nublan. Los ojos de mi depredador brillan con una intensidad aterradora, y su risa se ensancha, resonando en mis oídos como un eco macabro. Con voz áspera, musita:




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