Aristella.
Daniel permanece en pie, a unos metros de el cadáver, las manos frías en los bolsillos, observando como si nada de esto fuera extraño. Yo, inmóvil, aún no soy capaz de respirar con normalidad. Su mirada se clava en mí, y en ese instante lo veo, lo reconozco: esa luz que emana de sus ojos, la misma que había visto la primera vez. La misma luz que congela mi alma. Es como si el tiempo se detuviera, y todo lo que queda en el aire es la presión insoportable de su presencia. Mi respiración, que se había acelerado, ahora se va igualando, pero mi cuerpo sigue negándose a obedecerme. Cada músculo, cada fibra, cada impulso es un grito silencioso de resistencia, pero no puedo moverme. Él avanza hacia mí con pasos lentos, casi hipnóticos, y se pone de cuclillas, justo frente a mí. Un pequeño movimiento, una fracción de segundo que siento como una eternidad. Deja a un lado un pergamino enrollado y un saco de tela marrón que cae al suelo con un sonido sordo.
—Este es el mapa, y esto es el dinero que necesitarás —dice con voz fría, casi indiferente—. Tienes que saber que tuviste suerte al derrotar a cuatro hombres que ni siquiera sabían controlar sus poderes. Reza para que todo el camino sea igual.
Las palabras golpean como martillazos. Mi mente aún no puede procesar del todo lo que ha ocurrido, pero el peso de sus palabras me aplasta. Mi mirada se desplaza involuntariamente hacia el cuerpo del hombre que hace apenas unos segundos estaba vivo. Sus ojos están vacíos, su cuerpo ya no es más que un cascarón sin alma.
—No has visto ni la mitad de lo que pueden hacer—continúa, su voz ahora más grave—. Pero si quieres intentarlo, es tu decisión. Eso sí... recuerda estar atenta, porque tu cabeza tiene precio.
Lo siento,el aire se me escapa. Me obligo a mirar el papel que coloca sobre el pergamino. La hoja blanca, tan simple, tan inocente en apariencia, pero lo que hay en ella me congela hasta los huesos. Hay manchas en las esquinas, y en el centro, una imagen mía, una imagen que no reconozco, una imagen distorsionada por el miedo. Las letras en negro, grandes y pesadas, parecen quemarse en mi mente.
SE BUSCA
VIVA O MUERTA, POR TRAICIONAR AL REY DE NASERIA
Recompensa: 234.000.000 oriones de oro.
El aire se me va de golpe, la tensión me estremece. Mi cabeza tiene precio. Y no un precio cualquiera, sino uno que podría llevar a quien sea, incluso al ser más cercano a mí, a matarme por ese dinero. Un gruñido de rabia surge de mi garganta, bajo y visceral, imposible de contener. Me siento, temblorosa, sobre el suelo. Mis manos se aprietan contra el papel, como si pudiera aplastarlo, como si eso pudiera borrar lo que ahora está marcado en él. En mi mente, solo hay una idea: estoy marcada. Ya no soy un ser humano más. Soy un objetivo. Daniel señala al cadáver , su gesto casi desapegado.
—Lo tenía en su bolsillo —dice sin emoción, su voz como una sentencia de muerte—. Esto ya ha llegado a Aressea, y probablemente a todas las demás ciudades.
Suspiro, resignada, y lo miro directamente a los ojos, intentando descifrar algo detrás de su mirada fría.
—¿Qué quieres que haga? —pregunto, con la voz cargada de frustración—. No pienso quedarme enjaulada en otra mansión. Quiero averiguar quién soy, quiero vivir tranquila. Solo eso.
Mi voz tiembla, pero antes de que se rompa por completo, me callo. Aparto la mirada, buscando algo en el suelo para concentrarme, pero mis ojos terminan volviendo al cadáver. Trago saliva, siento la tensión en mi garganta, y finalmente, lo miro de nuevo.
—Esa es tu decisión —responde él, con calma—. Si quieres huir, adelante. El camino más corto es el izquierdo. Si prefieres quedarte, vamos adentro. Hay que cambiarnos de ropa.
Se pone en pie sin prisa, y da un paso atrás, como si ya estuviera preparado para desaparecer de nuevo en la penumbra. La sensación de incertidumbre me oprime el pecho, pero antes de que se aleje por completo, me atrevo a romper el silencio.
—Hagamos un trato —digo, notando cómo mi voz vacila, pero empujada por la necesidad de algo más—. Entréname.
Se detiene en seco y me mira con una ceja levantada, su mirada cargada de incredulidad. Espera inseguro, pero me da el tiempo necesario para explicarme.
—Tú sabes utilizar tus poderes —continúo, reuniendo las fuerzas para seguir—. Ayúdame a enfrentar lo que viene, para que pueda estar a salvo en Aressea. A cambio, no huiré hasta que descubras lo que quieres saber, y estaré a tu disposición.
Lo miro, esperando su reacción, pero en su rostro no hay ninguna emoción clara. Solo una mirada penetrante, como si estuviera evaluando algo mucho más grande que yo. Finalmente, da un paso hacia mí, lo suficientemente cerca como para sentir la presión de su presencia.
—No más salidas sin avisar —dice, su voz baja y firme—. Y harás lo que yo diga.
Mi pulso se acelera, pero no titubeo.
—Nada de abusos —respondo rápido, mirando desafiante sus ojos—. Y me dejarás salir cuando lo necesite. No me tendrás como prisionera.
Escupo las palabras antes de que pueda proponer alguna otra condición. La tensión en el aire es palpable, y por un momento, parece que todo va a romperse. Pero entonces, él asiente lentamente, como si estuviera aceptando algo que ya había anticipado. Extiende la mano, y sin dudar, la estrecho. Su agarre es firme, decidido, y de un tirón, me levanta del suelo.
—Trato hecho. —Su voz es un susurro bajo, casi imperceptible. Levanta la vista hacia el cielo, como si se tomara un momento para considerar algo más allá de lo que acaba de decir, y luego señala hacia el camino que lleva a la casa.
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Editado: 22.11.2024