Aristella.
Entro a mi cuarto, cierro de un portazo y me echo en la cama, ahogando el grito en la almohada, que se empapa de mi rabia e impotencia. El silencio de la habitación me envuelve como un manto pesado, y solo espero que se duerman para intentar escapar otra vez. La oscuridad es densa, pero recuerdo el camino por el que salí; solo me queda rezar para que no hayan encontrado el hueco. Mis tripas comienzan a rugir, recordándome que solo me alimenté de una manzana. Sin pensarlo mucho, me levanto en busca de la cocina, guiada por un aroma a pollo asado que flota en el aire, como un susurro de hogar en esta mansión tan fría.El olor me lleva a la cocina, donde encuentro a una señora que me recuerda a Edalia, aunque ella es más alta y delgada. Lleva un pañuelo blanco en la cabeza, a juego con su delantal, y un vestido verde oscuro que parece absorber la luz. Está cantando suavemente mientras cocina, su voz dulce se mezcla con el crepitar del fuego, creando una melodía que alivia un poco mi angustia.
—Pasa, querida. Estarás muerta de hambre —me dice con una calidez que me reconforta en medio de mi tormento.
Me siento en una banqueta de madera al lado de una mesa enorme, también de madera, que parece contar historias de tiempos pasados. La cocina está decorada rústicamente, con un aire nostálgico que no pierde la elegancia. La señora saca el pollo del horno de piedra y, con delicadeza, me sirve en un plato de porcelana, acompañado de unas patatas doradas.
—Muchas gracias —le respondo, sintiendo cómo la calidez de la comida y la amabilidad de la mujer comienzan a deshacer un poco el hielo que me rodea.
Sin más dilación, comienzo a devorar el pollo y las patatas, saboreando cada bocado.
—Tranquila, mi niña, come despacio, o si no te sentará mal —me advierte la señora con una voz suave, como un susurro que acaricia el aire.
Intento seguir su consejo, masticando con más calma mientras ella se acerca a mí y, con un pasador, recoge mi pelo para que pueda comer mejor. Me sirve un poco de agua y se sienta a mi lado, creando un pequeño refugio de calidez en medio de mi melancolía. Termino de comer y me limpio la boca y las manos, sintiendo una mezcla de gratitud y tristeza.
—Gracias por la comida, estaba riquísima. Y por el pasador —le agradezco antes de beberme el agua, sintiendo cómo su amabilidad me envuelve.La señora ríe, y un gesto despreocupado con la mano restándole importancia a mis palabras me hace sentir un poco más ligera.
—Hacía mucho que no veía a nadie comer mi comida con tanto fervor —dice, y en su voz resuena una mezcla de alegría y melancolía.
—Pues no saben apreciar lo que es tener una comida todos los días por usted —respondo, y su sonrisa se ilumina con más alegría, aunque en sus ojos hay un destello de nostalgia.
—Muchas gracias, cariño. Por cierto, me llamo Isidora, pero puedes llamarme Isi.
—Encantada, Isi, soy Aristella —mi voz sale un poco tímida, y ella me sonríe cálidamente, como si en ese gesto quisiera borrar las sombras que me rodean.
—¿Sabes lo que significa tu nombre?— pregunta, y yo niego con la cabeza, esperando que me lo revele
—Tiene dos significados. Tu nombre es compuesto: Aris significa noble y Stella, estrella. Juntas significa; estrella que brilla con luz pura y brillante, más que las demás.
Sonrío, pero una sombra de duda me envuelve. ¿Habrá sido mi madre consciente del significado al ponerme este nombre? No sé si se tomó el tiempo de pensar en un nombre con significado, y es difícil aceptar que, si lo hizo, luego me abandonara. La idea me pesa como una losa en el corazón.
—Mi niña, tus ojos son demasiado tristes, y es una pena porque son preciosos —dice Isi, posando su mano en la mía, como si intentara reconfortarme.
Un dolor ligero surge en mi corazón al escuchar las palabras de Isi, como un eco de lo que he perdido.
—¿Preciosos? Es la primera vez que escucho eso —respondo, consciente de que solo ve una fachada. Mi verdadero color se esconde entre el verde opaco. La mujer arruga el entrecejo y, con voz de reproche, vuelve a contestar:
—¡Qué tontería es esa! Eres bellísima, no dejes que nadie te diga lo contrario.
Sonrío, agradeciéndole, aunque su elogio se siente como un susurro lejano en medio de mi tristeza.
—¿Llevas mucho tiempo en la mansión, Isi? —pregunto, buscando un hilo de conexión en esta atmósfera melancólica.
Ella asiente, y en su mirada hay una historia que parece resonar con la mía, un eco de soledad compartida.
—Llevo aquí desde que el señor Lucas decidió contratar a una cocinera, lo que, en términos de años, se siente como toda una vida. He visto al pequeño lord corretear por estos pasillos, sembrando travesuras y risas, He sido testigo de cosas buenas y catastróficas.
—Vaya, eso es mucho tiempo...—comento, con un tono mordaz—. Daniel, tan irritable como siempre.
Mis palabras salen como espinas, llenas de una ira contenida. Isidora, por un momento, parece sorprendida, pero luego estalla en risas, como si mi descontento le ofreciera un destello de luz.
—No es tan malo como crees —responde, aplacando la tensión.
—Solo ha sufrido mucho. ¡Ojalá volviera el tiempo en que hacía travesuras!
—Es más serio que la costra de un árbol. No me lo imagino bromeando.—replico, una chispita de frustración asomando en mi voz.
Una mezcla de tristeza y añoranza brilla en sus ojos, mientras asiente con la cabeza.
—Lo era, mi niña, lo era. Fue un cambio muy brusco. A los siete años, ya estaba luchando por su vida... Desde que lord Lucas murió, no tuvo a nadie para protegerle.
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Editado: 22.11.2024