Aristella.
Nos dirigimos hacia el campo de entrenamiento, la brisa helada cortando el aire de la noche. La humedad de la ropa empapada se ciñe a mi piel, haciendo que mi cuerpo se sienta rígido y pesado. Cada paso es un esfuerzo, como si la propia noche intentara retenerme. Mi mente duda, preguntándome si es buena idea entrenar en estas condiciones, pero la luna brilla con fuerza, iluminando el campo vacío, mientras los ecos de los truenos resuenan a lo lejos. Aunque no hay lluvia, un frío sutil corre por mi espina dorsal. Entramos al campo y Daniel se dirige hacia una caseta al fondo. Con un movimiento rápido y preciso, saca dos espadas. La toma con firmeza, y me la extiende.
—Las espadas de madera están custodiadas bajo llave. Estas son de verdad, así que ten cuidado.
Levanto una ceja ante su advertencia, encontrándola algo cómica. No es la primera vez que manejo una espada real.
—Tranquilo —respondo con una sonrisa confiada—. Llevo toda mi vida con una de verdad en mi cadera.
Él asiente con una expresión seria, pero su mirada de desafío me dice todo lo que necesito saber. Se aleja un par de pasos, desenfunda su espada con un movimiento fluido, y se pone en guardia, esperando. Dejo caer la funda de mi espada, el peso del metal en mi mano me hace sentir una familiaridad que calma la tensión en mi cuerpo. La hoja, ligeramente más pesada que la que dejé en el bosque, brilla bajo la luz plateada de la luna. Su empuñadura de un rojo oscuro refleja un destello cada vez que la giro, y al balancearla en el aire, la hoja parece cortar incluso la brisa que la rodea. Lo miro fijamente, un desafío en mis ojos.
—Nada de poderes.
Sus ojos chispean por un momento, una sonrisa traviesa curvando sus labios antes de que asienta.
—Tranquila, no me hará falta.
Me guiña el ojo, y siento el calor en mis mejillas, la adrenalina burbujeando en mi pecho. No respondo a su provocación, simplemente me pongo en guardia y espero. La tensión crece, palpable, como si el aire mismo estuviera esperando el primer movimiento.Un instante, un solo segundo de silencio. Y entonces, con un rugido de adrenalina, me lanzo hacia él. El choque de nuestras espadas resuena en el campo, el metal vibrando con cada impacto. Mi respiración se acelera mientras descargamos golpes, cada movimiento es más rápido, más feroz. Me desahogo con cada choque de acero, mi mente llena de pura concentración. Los pasos y giros de ambos parecen coreografiados, como una danza de lucha. La arena bajo nuestros pies se mueve, se levanta en pequeñas nubes con cada paso rápido y cada golpe. De repente, sin previo aviso, mis pies resbalan sobre la arena, y antes de que pueda reaccionar, caigo de espaldas. La arena me golpea el cuerpo con fuerza, y en un parpadeo, la fría punta de la espada de Daniel está en mi cuello. Mi respiración se detiene, el sonido de mi corazón retumbando en mis oídos. Lo miro, esperando ver en su rostro una sonrisa triunfante, pero en su lugar, encuentro algo completamente diferente. Su entrecejo está arrugado, su mirada fija en mí con una incertidumbre que no había esperado. Sus ojos no están llenos de victoria, sino de duda. La espada permanece inmóvil, pero hay algo en el aire que no puedo descifrar.
—Si vas a entrenar, tienes que tener la mente en el entrenamiento. —Su voz es apacible, pero hay un filo sutil en ella, como un aviso disfrazado de consejo.
Asiento levemente, aunque no estoy segura de que realmente lo necesite. Cuando me da la mano para ayudarme a levantarme, no puedo evitar notar lo firme de su agarre. Me incorporo y él se aleja, dejándome espacio, esperando en guardia. Su postura desafiante me reta, como si estuviera esperando una jugada inesperada. Esta vez, la concentración me inunda. El sonido de la noche parece desaparecer mientras me sumerjo en el combate. Alzó mi espada y el primer choque de metales suena más fuerte de lo que esperaba. Mis movimientos son torpes al principio, lentos comparados con los de él. Puedo ver cómo sus labios se curvan en una sonrisa ligera, como si estuviera disfrutando del espectáculo.Pero eso no me va a detener. Voy a atacar de nuevo, concentrada, cuando, con un movimiento tan rápido que apenas lo veo, su espada se encuentra con la mía, parando el golpe, y entonces, casi sin esfuerzo, extiende su otro brazo y me agarra de la muñeca, girándome con una facilidad alarmante hasta que mi espalda se encuentra con su pecho. La sensación de su proximidad me desconcierta, su aliento cálido roza mi cuello y un escalofrío recorre mi piel.
—Más deprisa —susurra en mi oído, su voz baja y cercana, y siento como si la adrenalina se disparara por todo mi cuerpo.
Me suelta de golpe y vuelvo a reaccionar, mis pies deslizándose sobre la arena mientras nos encontramos nuevamente en un choque de espadas. Mis intentos son inútiles, mi espada parece hacer todo lo posible por rozarlo, pero jamás lo consigo. El golpe se desvía, la espada siempre esquivando el contacto. Es frustrante, humillante. Y lo peor es que sé que no está dando todo de sí, no está ni cerca. Él simplemente me lee, anticipa cada movimiento, como si ya supiera lo que voy a hacer antes de que yo siquiera piense en hacerlo. Justo cuando empiezo a perder la paciencia, él ataca, su espada cortando el aire con precisión mortal. Un tirón seco y la tela de mi capa se rasga, cayendo al suelo con una lentitud casi burlona, como si me recordara que, por mucho que intente, él siempre está un paso adelante. Me toma un segundo procesar lo que acaba de ocurrir. Mi capa, mi única protección contra el frío, está en el suelo, destrozada. Sus ojos brillan con una sonrisa cómplice, casi divertida.
—Tu turno. —Su voz es tranquila, pero hay algo de desafío en ella.
Mi mandíbula se tensa. Muerdo el interior de mi mejilla, dejando que la irritación se transforme en furia. Intento calcular mis movimientos, pero en cuanto me acerco a él, todo pensamiento lógico se disuelve. Cada paso que doy se convierte en una reacción impulsiva, y la impotencia me carcome. Lo noto en mis entrañas, esa sensación de no estar a la altura. Lo intento de nuevo. Mi espada se lanza al frente con toda la fuerza que me queda, pero en un abrir y cerrar de ojos, su espada corta un trozo de mi manga, dejándome el brazo desnudo, vulnerable.La tela cae suavemente al suelo, sin prisas. Y, como si estuviera disfrutando de cada segundo, espera.
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Editado: 13.01.2025