En medio de una bella habitación, sentado en su silla favorita, Brokiru fumaba su larga pipa mientras pensaba en lo que acababa de pasar. Antes de entrar a su casa, un extraño ser cayó del cielo. Parecía un humano de unos cuarenta años, vestido con una pesada campera y con una máscara cubriéndole el rostro.
Con delicadeza, Brokiru lo levantó del suelo y lo llevó adentro de su casa, dejándolo en un cómodo sillón que se encontraba enfrente de la silla donde él se había sentado.
Estaba acostumbrado a las rarezas del mundo onírico, pero esto era algo completamente nuevo. Por lo general, los sueños de los seres vivos creaban y moldeaban su mundo con formas y colores de lo más variopintos. De vez en cuando aparecía alguna que otra pesadilla: seres sin conciencia ni alma, que solo servían para destruir. Y todavía más raro era el surgimiento de los Señores del Miedo, seres con algo de conciencia que lideraban pequeños grupos de pesadillas.
Poco a poco, el hombre fue despertando.
—¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy acá? —dijo el hombre, confundido.
—La primera pregunta es fácil: estás en mi casa. Para la segunda... no tengo respuesta —contestó Brokiru, intentando ser amable.
El hombre miró a Brokiru con una mezcla de miedo y curiosidad.
—¿Qué sos? No parecés humano. ¿Extraterrestre? —dijo, intentando ocultar el miedo en su voz.
—Esa pregunta es difícil de responder —Brokiru miró el techo, pensativo, y respondió—: Soy un Kaeru. Se podría decir que, a los ojos de un humano, soy un extraterrestre.
Brokiru era un Kaeru del planeta Temallum, una especie de hombres-sapo muy antigua que investigaba el mundo onírico con frecuencia. Tenía una piel azul y escamosa, con unos grandes ojos rojos de rana. Sus manos y pies eran palmeados, medía unos dos metros de altura y se vestía con ropas dignas de un miembro de una banda de heavy metal.
—¿Un... humano? ¿Eso es lo que soy? —dijo el hombre.
—No estoy del todo seguro. Por lo general, para entrar a este mundo usamos los antiguos portales de barro que crearon mis ancestros. Dejaron algunos en la Tierra para poder investigar el planeta. Pero vos, querido amigo… caíste del cielo. Tendría que investigarte alguien con conocimiento en biología humana para poder darte una respuesta —contestó Brokiru. Se notaba algo de emoción en sus ojos.
—¡Todo esto es muy confuso! —dijo el hombre mientras se dirigía a la ventana para ver el mundo exterior.
Al mirar por la ventana, vio un mundo difícil de explicar con palabras. El cielo estaba cubierto por miles de estrellas y dos lunas brillantes y hermosas. A lo lejos se veían pequeñas casas flotando en el aire, interconectadas por caminos de luz y piedra.
—Lo más probable —dijo Brokiru, mientras ponía su mano en el hombro del hombre— es que seas lo que los humanos llaman una tulpa: un pensamiento que adquiere forma física. Eso es muy, muy raro. Algo tuvo que haber pasado en la Tierra para que ocurriera... y, lamentablemente, nada bueno.
Con cuidado, Brokiru llevó al hombre nuevamente al sillón y le sirvió una taza de té.
—¿Qué es lo último que recordás? —preguntó Brokiru.
—¿Antes de ahora? Nada, absolutamente nada. Todo es oscuro. Tengo imágenes, sonidos y voces mezcladas, pero ninguna forma un recuerdo o algo coherente —contestó el hombre.
—¡Interesante! —Brokiru se rascaba la barbilla mientras pensaba—. Hace muchos años, una raza intentó conquistar el universo a través del reino onírico. Mis ancestros lograron repeler su avance, pero una pequeña parte de ellos se quedó en este mundo y formó un imperio, capturando y esclavizando a las pesadillas y a los Señores del Miedo. Los ancestros los llamaron el Imperio Kurtnar, y profetizaron que llegaría el día en que los sueños de los sintientes darían vida a un héroe inesperado que pondría fin a esa maldad.
Antes de continuar, Brokiru dio una larga pitada a su pipa.
—Tal vez vos seas el héroe de las leyendas.
La idea llenó de energía a Brokiru.
—¡Voy a comunicarme con mis hermanos y hermanas de Temallum! ¡Necesito información sobre la Tierra! —dijo canturreando.
Mientras esperaba, el hombre observó con curiosidad la pintoresca casa en la que se encontraba. El piso era de madera lustrada, parecía tener pequeños fragmentos de piedras preciosas entre las vetas. Las paredes de piedra negra y blanca le daban una elegancia interesante al hogar. La casa tenía pocos muebles a la vista, al menos en esa habitación. En el medio de la sala se encontraba el sillón donde él había despertado, un hermoso sillón de madera que daba la impresión de que la madera había crecido con esa forma, no parecía una construcción artificial. De frente al sillón estaba la silla de Brokiru, que parecía construida de algún tipo de piedra negra, hermosa a la vista. La habitación estaba bañada con un aroma dulce, una mezcla de lavanda con flores de algún tipo. En un costado de la habitación había una pequeña cocina.
El hombre se acostó en el sillón para esperar al Kaeru. Del aburrimiento, se durmió. En sus sueños vio imágenes de la Tierra: pobreza, hambre, corrupción y todos los males que aquejan al ser humano. A lo alto, una bandera celeste y blanca flameaba, dando esperanza a sus ciudadanos.