Ariantes: El Hijo del Dragón

PRÓLOGO

Llovía copiosamente en la zona montañosa del sudoeste del continente, muchos de los presentes nunca habían visto caer tanta agua, pues provenían del norte, de la zona desértica. La lluvia caía con una gran fuerza proveniente desde el sur, con un viento frío que calaría en los huesos de cualquier humano o elfo, aunque no lograba traspasar la piel dura y verde de los orcos. Este tipo de tormentas eran comunes en estas regiones, puesto que la costa estaba despejada, y no se asomaban las montañas.

Los ejércitos se encontraban inquietos y se respiraba un aire de muerte, haciendo que la tensión escalara a gran velocidad. Los orcos no estaban acostumbrados a estar frente a sus enemigos de manera ordenada y sin atacar. Toda disputa se resolvía con las armas; todo combate, por más tonto que fuera, a muerte. El lodo que se formaba bajo los pies de los soldados más nerviosos salpicaba hasta las rodillas a quienes tenían a su lado. Solamente Ulog Gro-Bash, conocido como El Dragón del Ocaso, el Dragón del Poniente (o simplemente como El Dragón), se encontraba tranquilo. Era un orco como cualquier otro, pero había ganado su nombre debido a que era el primero de su clase en adorar a un dios extranjero, lo cual le había ganado muchos rivales, y lo había llevado a un auto-exilio.

Su padre había sido el orgulloso y fuerte líder Kirri Gro-Bash, de una tribu hoy en día extinta. Había muerto cuando él solo tenía cuatro años y no lo recordaba, ni quería hacerlo. Era el símbolo de la derrota, el estigma del fracaso. Un fracaso que él no quería sentir propio. Los asesinos de su padre lo habían perseguido y penetrado con una lanza, pero por alguna razón no había muerto. Cuando despertó, una figura alta, cubierta con una gran capa y capucha, le acercaba un cuenco con un brebaje hediondo y asqueroso, mientras reposaba sobre una cama. Desde ese día, aquella figura se había convertido en su mentor. Dé él había aprendido el arte de la guerra y a qué dioses adorar, incluso había aprendido algo de magia, aunque no era algo que le interesara demasiado. Vagaron por el mundo, conociendo lenguas, armas y armaduras de las demás regiones del continente. A los veintitrés años volvió a tierras orcas con una mentalidad completamente diferente, pero con un objetivo que se había mantenido: venganza.

Cuando entró por primera vez en una de las fortificaciones orcas, los demás se rieron de él. Llevaba una armadura de cuero endurecido elfo; un Kopesh de mayor tamaño y grosor que el que se suele usar a una mano, todo hecho a medida. Era todo lo opuesto al tradicional atuendo de guerra orco, que consistía en un pantalón con botas de piel, sin armadura y mandobles o hachas rústicas.

Ulog, sin sentir molestia por las risas, retó al líder Tero Gro-Kash a un duelo singular. Era sabido que los orcos no rehusaban un combate mano a mano, era una cuestión de honor. Tero tomó su gran hacha de doble filo, y los demás orcos de la tribu se pusieron a su alrededor, formando un amplio campo de batalla. El Dragón, sabiendo que nunca le respetarían mientras tuviera ese atuendo, se despojó de sus ropas, dejando el torso desnudo. Allí donde la lanza le había atravesado de niño, la cicatriz había dejado una figura similar a la cabeza de un dragón, al que él había terminado de dibujar en su cuerpo con una daga como ofrenda a su dios. No era extraño que los líderes perdieran los combates, lo extraño fue la manera en que El Dragón había conseguido la victoria, pues bastó un único golpe, con el cual cortó la cabeza de su oponente.

Tero Gro-Kash comenzó la pelea con un arrebato de ira. Salió corriendo al encuentro de su oponente, con el hacha de doble filo en el aire. Lanzó un golpe, dos golpes, tres golpes. Ulog esquivó todos y cada uno de ellos sin ningún esfuerzo, haciendo que los orcos comenzaran a llamarle cobarde por esta actitud.  Ante los siguientes golpes de Tero, Ulog los desvió con simples movimientos con su espada; por último, Tero lanzó un mandoble con toda su fuerza, pero Ulog se puso firme y con su espada levantada trabaron las armas. Ulog era más joven, ágil y fuerte, además no había lanzado ningún golpe inútil con el que pudiera cansarse. Con un impulso avasallante, obligó a Tero a retroceder, primero un paso, luego dos, tres. En el último empujón, le hizo trastabillar y mientras intentaba recomponerse, un solo golpe de su espada separó la cabeza del resto del cuerpo. Así cayó Tero Gro-Kash, en un mar de sangre ante la mirada atónita de su tribu. El hijo de Tero, Sero Gro-Kash se levantó y lo retó, en venganza de su padre. Ulog le observó y retó a todos los descendientes de Tero Gro-Kash a un combate: todos contra él.

Sero, el mayor, y sus dos hermanos, Kero y Rezt, se colocaron en el centro del círculo. Todos eran jóvenes, más o menos de la edad de Ulog, quien les dedicó una sonrisa burlona. Se acercó hasta la cabeza de Tero y la tomó por el pelo, se acercó a uno de los orcos y le quitó la lanza. Clavó la cabeza en la punta. Tomó luego tres lanzas más y las clavó a su lado. Finalmente, se dio vuelta mirando a los hermanos y comenzó a acercarse.



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En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

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