Ariantes: El Hijo del Dragón

ILETH UNWIL

Hacía ya más de dos semanas que el diplomático enviado por  Ulog Gro-Bash había llegado a la tierra de los Fe-Gun. En todo ese tiempo no se lo había visto salir de su habitación en el palacio de la maravillosa Illiew Wir-Dhin. Le llevaban cuatro comidas al día, que el gustosamente aceptaba, pero no había otras señales de vida de su parte.

En el concejo, los nobles no parecían capaces de ponerse de acuerdo sobre la petición del pueblo orco. El Alergus estaba dispuesto a ir a la guerra, solo si las tres cuartas partes de los nobles estaban de acuerdo; al fin y al cabo, ellos aportarían los hombres para los ejércitos que se sumarían al ejército permanente real. La principal oposición la presentaba Caleth Unwil, el padre de Ileth, que había logrado convencer a varios de los señores elfos de no entrometerse en las guerras del resto del continente. El tema no había logrado mantenerse ni un día dentro de las cámaras de concejo, y al cabo de una hora después de la sesión todo el bosque de Colra conocía lo que se había hablado allí dentro.

Más allá de eso, era bastante atractiva la idea de ir a la guerra, las armas, la gloria, la lucha. Eran cosas que llamaban la atención de la mayor parte de los jóvenes, ya fueran orcos, humanos o elfos. Ver el resto del continente no carecía de atractivo, aunque éste estuviese conformado por reinos xenófobos, con un gran odio hacia las otras especies, o incluso a los extranjeros de su misma raza. Por lo que se decía, solo Rhondia daba la bienvenida todo aquel que quisiera vivir en sus tierras, característica que se había formado durante años y años de mestizaje.

Eran las seis de la tarde e Ileth se había reunido con sus amigos en la posada “El oráculo sangriento”, lugar que sonaba peor de lo que era. Siempre con un ambiente alegre, las tardes en aquel lugar solían ser más que agradables. Ricos y pobres se reunían para apostar en candentes juegos de azar, especialmente a los dados, un pasatiempo que había dejado en la ruina a más de una familia elfa. El lugar no parecía el típico antro de apostadores y viciosos, aunque no faltaran en su público. Sus paredes se encontraban pintadas de un suave color dorado, con un techo alto de color marrón. Los candelabros y las arañas iluminaban completamente la estancia, y reflejaban en sus paredes un brillo descomunal para una taberna. Los ebrios empedernidos sabían que no tenían lugar allí, pues era un lugar para pasar un buen rato. Ni los dueños ni los clientes aceptaban luchas de ningún tipo, por lo que, sobrios o ebrios, debían controlar su temperamento.

Ileth y su grupo solían beber grandes cantidades de cerveza a la semana, pero no apostaban en los juegos. Solían autodefinirse como “los mejores clientes de aquel respetuoso establecimiento. Aportamos cero problemas y un ciento por ciento de alegría” decían. Los dueños solían aplaudir sus gracias, y aunque lo hicieran con todo el mundo, a ellos les agradaba sentirse apreciados en aquel ámbito.

Esa noche, la vida de Ileth cambiaría para siempre. Se sentía extraño, aunque no lograba terminar de comprender por qué, esa tarde había perdido mucha de su sed característica.

¿Y qué piensa tu padre, Ileth? – preguntó su gordo amigo Tala.

¿De qué? – preguntó Ileth sorprendido de que mencionaran su nombre.

¿Pero que rayos pasa contigo, Ileth? – preguntó ofuscado Lerton, el más bajo del grupo - Estás perdido esta noche, y casi no has tocado tu cerveza.

Lo siento – respondió Ileth – Creo que no soy yo esta noche, muchachos.

Está bien… – respondió Tala – Bueno, ¿Entonces?

La guerra es un tema delicado y mi padre lo toma con más cautela que el resto. Yo haré lo que él apoye, pero no sé... Tal vez deberíamos sumarnos. Yo sé que la guerra no es un juego, pero…

Podríamos salir de este agujero y tomar todas las cervezas del continente – interrumpió Varis, el otro amigo presente – Además, podríamos probar algunas mujeres humanas o Ar-Gun… no tocaremos las orcas, por supuesto.

Tal vez podrías conseguirte una enana, Lerton, tendrían la misma altura – intervino Tala y todos echaron a reír.

Hablando en serio – retomó Ileth – Si bien es una idea atractiva, no creo que sea lo mejor. Para que queremos ir a conquistar nuevas tierras. Estamos en el bosque más grande del continente. Tenemos todo lo que necesitamos.

¿Pero no quisieras conocer la magia de otras tierras? – preguntó Tala.

Sí, pero no a costa de mi vida.

Yo iría a pelear contra quien fuera, me vengo preparando hace años para un momento así – respondió Lerton tocándose el bíceps derecho.

No sabía que masturbarse era una ejercicio que te preparara para la guerra… aunque si es así deberías ser general – le contestó Varis y todos echaron nuevamente a reír.



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En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

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